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Capítulo Cincuenta

Faltaba solo una hora para cerrar la cafetería y los últimos clientes ya se habían ido. La última hora, fue aprovechada por nosotros, para fumar y relajarnos en el patio mientras Pedro, terminaba de lavar las cosas. Parecía un buen día. Estabamos entretenidos, mientras Pablo nos contaba sobre su nueva novia, parecía ser muy dulce y simpática, mañana iba a ir a buscarlo, por lo que íbamos a conocerla.

Un suspiro de los tres se escuchó, cuando resonó la puerta del local abrirse. Al parecer, no ibamos a irnos antes.

—Anda, Pablo —pidió María, mientras llevaba su cigarro a la boca. Él suspiró de cansancio y negó.

—No, piedra papel o tijera.

—No, siempre nos cagas. Siempre vamos Male o yo —se quejó en un suplico. Ambas sabíamos que no iba a levantarse de todas formas.

—No, vayan ustedes.

—¡Dale Pablo, anda! —le dije ahora. Por alguna razón, él suspiró frustrado y se levantó sacudiendo su pantalón en la parte de atrás a causa del pasto.

—Que rompe bolas... —murmuró antes de desaparecer por la puerta.

—¿Está medio embobado con la mina esa, no? —comentó mi compañera, cuando ya no estaba.

—Sí, pero es buena... —me encogí de hombros sin darle importancia, mientras expulsaba el humo de mí boca.

—Parece...

La puerta del patio volvió abrirse, lo miramos con el ceño fruncido, por la rapidez en la que había vuelto.

—Male, es para vos.

—¿Eh?

—Sí no sé, un pibe.

—¿Qué quiere? —estaba bastante confundida. Había ido con el auto, por lo que Matías no podría ser, y mucho menos Valentín.

—No sé, boluda.

María se encogió de hombros y me animó a ir. Me levanté y confundida me dirigí hasta la recepción del local. Cuando abrí la puerta, me sobresalté de la sorpresa. Santiago se encontraba parado en el medio de la sala, concentrado en su celular. Carraspeé, llamando su atención.

—¿Hola?

—Hola, perdón que vine sin avisar... —guardó su celular y después se rascó la nuca, parecía nervioso.

—No pasa nada ¿Cómo sabes que trabajo acá?

La pregunta le había tomado por sorpresa, se notaba en su cara. Estaba distinto, había crecido. Un Santiago de veinte años, con lo que parece ser unas largas horas de gimnasio en sus brazos. Estaba un poco más alto, y un leve rastro de barba crecía en su mentón. Siempre había sido un rompe corazones. Él sonrió cuando se percató que lo miraba, levanté su ceja en respuesta.

—Necesito que hablemos... —susurró con voz ronca.

—¿Qué pasa?

—¿Nos debemos una charla, no?

—Pasaron dos años Santi, yo...

—Sí ya sé, no quiero volver si es lo que estás pensando —me aclaró, interrumpiendo—. Pero sí, necesito tu ayuda.

—¿Para qué?

—¿Por qué no lo hablamos en otro lado? —me sugirió, con su típica sonrisa.

—Eh sí, cuando quieras...

—¿Ahora?

Lo pensé. Su desesperación me estaba confundiendo.

—¿Dónde?

—Podemos ir a tomar algo... o a mí casa.

—No traje mucha plata, pero podemos programarlo para algún día.

—No, vení a mi casa. No hay problema.

—Mirá, Santi...

—Sí entiendo, pero ¿Creo que me lo merezco, no? Digo, me costó un poco superar todo. Ahora, que me animé hablar, perdón por pensar que podía ser ya —confesó con una mueca de desilusión. Había pegado en mi talón de Aquiles, me sentía culpable por mí pasado. La venganza me había consumido, haciendo que haga esas locuras que me avergonzaban.

—Bueno, podemos ir...

Lo pensé. Tal vez hablar con él, me serviría para aliviar el dolor y pasado.

—Genial —me sonrió sincero, parecía entusiasmado— ¿Vamos?

—Salgo en una hora, si no te molesta esperar...

—No, para nada.

Por suerte, pudimos cerrar antes por la falta de clientela, Santiago había esperado en una mesa, concentrado en su celular, cada vez que levantaba su cabeza para mirarme, una sonrisa genuina aparecía en su rostro. Antes de salir, le envié un mensaje a Matías avisándole que iba a ir a cenar con María, no quería mentirle, pero no planeaba volver a ver a Santiago, simplemente era unas horas para hablar, después le contaría mejor. No quería preocuparlo. A Luna, sí le conté con quién me vería, únicamente por protección.

Estábamos yendo en mí auto, ya que él todavía no tenía. Santiago me había pasado su dirección, haciéndome notar que quedaba por las afueras de la cuidad, un poco más lejos que la casa de Valentín y Luna. En el camino, me contaba como se sentía conforme con su elección y como la zona céntrica lo agobiaba.

A diferencia de la casa de mí hermano, Santiago vivía en una zona donde había diferentes edificios que se conectaban entre sí, por medio de pasillos. Parecía un poco arruinado y desgastado, pero lo entendía, a esa edad, todo venía bien si era independizarse de los padres. El edificio de estaba entre uno de los últimos, la Torre D, mientras que el departamento era el F, en el ante último piso.

Cuando Santiago abrió la puerta, me dejó entrar primero. Sonreí y me adentré a la casa, caminando para ver como la cocina y living estaban conectados. Mientras sentía como cerraba la puerta con llaves, me tensé al ver dos personas más en el sillón. Con confusión, me dí la vuelta para mirar a Santiago. Él lo hizo con sus brazos cruzados, mientras que su cuerpo estaba apoyado en la puerta, una sonrisa que me dió miedo, apareció en su rostro.

Me hizo un ademán para que mire hacia el frente. Cuando lo hice, las dos personas estaban paradas frente a mi, dos personas que conocía. Benjamín y Ezequiel.

—¿Qué es esto?

—Veo que seguís siendo la misma puta de siempre —habló firme, Benjamín—. Digo, tenes novio e insistís con nosotros... —aclaró, comenzando a caminar lentamente hacia mi.

—¡No te acerques! —puso mis manos al frente en signo de alto. Él comenzó a reír, haciendo que empiece a retroceder, tenía pánico.

—¡Ah mira, ahora quiere mandar! —se burló Ezequiel, haciendo que todos rían.

—Son unos enfermos que mierda estan haciendo dejenme ir

—Vos sos una puta y no me quejo.

Benjamín seguía acercándose, por lo que mis pasos hacia atrás comenzaron a retroceder cada vez más. Bufé cuando mi cuerpo chocó con el de Santiago y Benjamín llegó a mi lado. Estaba atrapada.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora