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Capítulo Veintitrés

Sentí unos fuertes toques en el brazo, como si alguien me estuviera pinchando. Me removí notando que no estaba en mi cama. Estaba incómoda. La espalda me dolía tanto como los brazos, fruncí el ceño al detectar que había luz, la cabeza se sumó a la lista de dolores. Los toques se volvieron más insistentes provocando que me queje. Tenía medio cuerpo afuera en lo que sea que estaba acostada, pero el sueño me vencía más que averiguarlo.

—¡Dale Male, tengo hambre! —bufó Milagros.

Mis ojos se abrieron de golpe. Me había olvidado de ella. Me incorporé y ví como Luna estaba al lado mío desperezándose, era muy raro de ver, porque mi amiga siempre era la primera en levantarse, no le costaba salir de la cama o en este caso sillón.

—Hola Lu ¿Me haces el desayuno?

—Hola Mili —le sonrió cuando se levantó. Probablemente Luna termine haciendo el desayuno para ambas, tenía ese don de madre que yo nunca herede.

—¡Dale Male, Male, Male, Male, Male! —gritó saltándome encima.

—¡Uh banca Milagros! No seas molesta —la saqué de encima provocando que se caiga al piso, por suerte no era muy melodramática, por lo que se rió de la situación.

—Tengo hambre.

Con un suspiro de frustración, me levanté. Me quejé al chocar con la botella de vodka vacía, al igual que el paquete de cigarrillos. Milagros se estaba tornando bastante insoportable por lo que le ordené que vaya a cambiarse para desayunar, mientras aclaraba mi panorama. Tener a una persona a cargo, no era trabajo fácil.

—Tengo que ir a buscar las cosas a mi casa ¿Me llevas? —preguntó Luna revisando su celular. Claramente se iba a quedar en el departamento mientras solucionaba todo.

—Sí, le hago de desayunar a Mili mientras tanto.

Mientras desayunaba y esperaba a Luna, recibí un mensaje de Ezequiel, para vernos en la tarde, acepté gustosa, ya estaba lista para volver al plan. Organicé mi día. En primer lugar iba a llevar a mi hermana a casa, estaba siendo un estorbo por mucho que la quiera, en segundo lugar dejaría a Luna en su departamento y por último, iría a ver a Ezequiel.

Salimos de la casa con todo listo, soportamos la música del camino, ya que mi hermana no dejaba de simular cantar ingles mientras escuchaba a Justin Bieber. Sus canciones eran pegadizas pero llegaba cierto punto en el que no quería saber más nada con sus canciones de resentimiento. Mamá nos había invitado a comer y aceptamos gustosas, las empanadas de Ana eran las mejores del mundo entero, nadie podía resistirse.

Luna se bajó con un suspiro del auto y me miró, se notaba a kilómetros de distancia que estaba nerviosa. El remordimiento no se me iba. Le sonreí tratando de darle fuerzas y ella me correspondió.

—¿Te llamo y venís?

—Sí, llamame.

Me miró por última vez y arranqué el auto para seguir con el viaje, mientras recordaba pequeñas escenas de ayer por la noche. Me seguía doliendo la cabeza, pero tampoco me había puesto tan borracha como para no acordarme de nada. La charla con Matías resonó en mi memoria provocando que sonría, tenía que actuar si no quería quedar como una estúpida que lo llamaba borracha. Estacione el auto en el estacionamiento del hotel, había llegado temprano. Saque el celular para esperar en el auto, ir a la habitación, era como ir con un cartel que diga ''Hola estoy desesperada''.

Valentín: ¿Dónde estás?

Vuelvo a la tarde con Lu, se va a quedar en casa.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora