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Capítulo Diecinueve

Me despidí de Luna con un gran abrazo, un abrazo sincero. Todavía tenía lágrimas en los ojos que me impedían ver por completo, me las sequé y caminé hasta el ascensor. Apreté planta baja y me apoyé en una de las paredes para procesar toda la conversación que habíamos tenido, estaba colapsada y desconcertada, necesitaba dejar de pensar en todo lo que había pasado en el día. El trayecto de la casa de Luna hasta el departamento fue en silencio, no había prendido ni siquiera la radio. Nadie me esperaba en casa, por lo que también fui muy lento, opté por no comprar comida de pasada, ya que los ánimos no me demandaban comer.

Una vez que cerré la puerta, por alguna extraña razón mi estómago comenzó a revolverse, corrí al baño más cercano que era el de invitados, y vomité como si no hubiese un mañana. Me costó respirar y estabilizarme, mucho más cesar las lágrimas que no paraban de salir apróximadamente hace 3 horas, con la diferencia que ahora no solo eran de tristeza, sino también de la fuerza que provocaba el vaciamiento de estómago.

Perdí la noción de cuanto tiempo estuve sentada en el sillón fumando con un agua entre mis manos, no se me antojaba otra cosa que la nicotina y agua. Mi estómago rechazaría cualquier cosa que le diera en el momento, sin duda. El departamento a causa del horario estaba oscuro, no me había percatado de prender las luces, ni siquiera la televisión. Mi  paquete de cigarros estaba vacío, a pesar que estaban llenos al momento de que los agarré.

Alrededor de las once de la noche, escuché como la puerta se abrió. Oculté mi rostro entre las piernas como si estas tuvieran la capacidad de hacerme desaparecer, no vi quién entró tampoco, pero que haya alguien era razón suficiente. Sentí como las luces se encendieron y unas llaves se apoyaron en la mesa, seguido de un suspiro.

—Vine a buscar unas cosas y me voy, por si te jode —habló Matías desde lo que parecía ser el comienzo del pasillo que dirigían a las piezas. No contesté.

Los movimientos en la casa se hicieron presentes después de horas, no me inmuté en ningún momento, sabía que mi actitud estaba siendo bastante infantil, pero la necesidad de estar sola era mucho más fuerte. Solo tenía que ser paciente hasta que Matías se vaya para volver a lo que estaba haciendo, nada.

—Deja de fumar, el olor es insoportable —se quejó él, su voz ahora sí se escuchaba cerca. Al igual que hace rato, no contesté— ¿No me vas a hablar?

Ya no soportaría mucho tiempo su presencia, necesitaba que se fuera lo más pronto posible.

—Malena, no podes ser tan... —mi sollozo lo interrumpió. No aguanté más— . Hey, Male... —sentí como se acercó mucho más y se sentó al lado en el sillón.

Su presencia me estaba afectando más de lo que quería admitir, él siempre estaba cuando lo necesitaba, siempre me contenía y abrazaba hasta que me calme. Lo necesitaba, pero el orgullo estaba siendo mucho más fuerte. Unos segundos después sentí lo que necesitaba, sus brazos. Sus cálidos brazos me rodearon y atrajeron hasta que quede casi encima de él. Me acarició suavemente la espalda mientras las lágrimas no cesaban, la congoja no me dejaba respirar.

—Te vas a ahogar, respira —dijo acariciándome la espalda en círculos—. Male, dale —alentó al ver que no obtenía respuesta. Lentamente se separó y me miró a los ojos, estaba destruída.

Comenzó a respirar y exhalar para que lo siga, sin dejar de hacer contacto visual. Empecé a seguirlo mientras me sonreía apenas, de todas formas veía mucha tristeza en esa sonrisa, no me gustaba. Sabía que él nunca me tendría lástima, pero lo sentía en su mirada.

—¿Comiste? —preguntó cuando volvió a abrazarme una vez que pudo tranquilizarme.

Negué. Sin separarse demasiado, sacó su celular y llamó al delivery, encargó una pizza. Quería decirle que había estado vomitando y que la comida no era algo que me apetecía, pero no iba a preocuparlo más, aparte era a tener un punto más a su favor con que ''tenía el estómago vacío y tenía que comer algo''.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora