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Capítulo Trece

Estacioné a una cuadra del lugar. Era fin de semana y era causa suficiente para que haya una gran cantidad de autos en la misma cuadra. Me alegraba que las personas todavía elijan este tipo de diversión sana para pasar su sábado a la tarde. Así como lo había hecho hace años atrás.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Milagros entusiasmada— ¡Es gigante!

—Me ofende que no te hayan traído nunca...

—Nunca —negó sonriendo sin dejar de mirar el lugar, parecía fascinada.

Ruedas Libres, era la única pista de patinaje sobre hielo que había en la cuidad, siendo mi pasión. Nunca me había dedicado a patinar porque solo lo veía como un escape, me podía pasar horas patinando sin aburrirme. A pesar de ser muy competitiva, sentía que si lo hacía de una manera más profesional la magia se iba a ir, no tenía ninguna preocupación al hacerlo y las exigencias iban a sacarle completamente la esencia.

Con Valentín nos conocíamos de memoria a todos los empleados que había en el lugar. Hasta al punto que ellos nos esperaban con una gran sonrisa, nos regalaban horas extras y sabían todo de nosotros. Era nuestro mundo.

Tanto Enrique como Ana, eran muy buenos patinando, y eso definitivamente nos lo trasladaron. Ellos disfrutaban patinar con nosotros, por lo que las salidas familiares eran cien por ciento disfrutadas por todos.

Milagros tiraba de mí con ansiedad, mientras yo solo sonreía con nostalgia adentrándome rápido al lugar.

—¡Hola bienvenidas a Ruedas Libres! ¿En qué puedo ayudar? —preguntó una anciana, que conocí muy bien. A pesar que la mujer no lo hacía, por lo que decidí seguir el juego.

—Hola, mi hermana y yo queríamos saber si hay lugar para patinar.

—¡Obviamente! Siempre hay lugar para nuevos integrantes —tecleó con dificultad en la Notebook que tenía delante de ella— . Primero voy a tomar sus datos, decime tu nombre linda.

—Malena... Malena Cantera —dije con una sonrisa esperando que la mujer me reconociera.

—Male...—la mujer levantó la cabeza confundida— ¡NO PUEDE SER, MALENITA ESTÁS ACÁ! —gritó llamando la atención de algunas personas que se encontraban cerca.

—Hola Ester —reí esperando se levante para abrazarme.

—No puedo creerlo ¡Hola mi chiquita! —dijo abrazándome. La había extrañado con locura, no tenía abuelos y esa mujer había sido una gran figura cuando era chica, o por lo menos la más cercana que tenía.

—Te extrañé mucho.

—No sabés como te extrañamos acá... —me habló acariciando la mejilla— . Estás tan grande y linda.

—Male... ¿Quién es ella? —preguntó mi hermana interrumpiendo. Podrían llamarme mal hermana, pero me había olvidado completamente de la existencia de la criatura.

—Ester, ella es mi hermana Milagros —dije separándome para presentarla.

—¡No puede ser, es una mini vos! Hola Mili, soy Ester. No sabía que Enrique y Ana habían tenido otro hijo.

—Hola... —saludó con desconfianza.

—Sí, igual a vos —rió levantándose— . Vengan, Raúl va a estar feliz de verte.

Tanto Ester como Raúl eran los dueños del lugar, los antiguos querían cerrarlo y ellos hicieron hasta lo imposible para comprarlo. Ese lugar era muy importante para la pareja, ya que se habían conocido ahí, era un alivio que el sentimentalismo haya jugado su papel para que el lugar ahora no sea otro producto de la sociedad perdida de ahora.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora