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Capítulo Cincuenta y uno

No podía respirar, el dolor me lo estaba impidiendo. Abrir los ojos se me hacía difícil, mí cabeza daba vueltas. Lentamente, abrí los ojos y miré la habitación dónde me encontraba. Sentía mí cabeza moverse de un lado a otro sin alguna razón, no la controlaba. La congoja invadió mi garganta y las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos involuntariamente. Dolía. Cada parte de mi cuerpo dolía con intensidad.

Tenía que salir de ahí.

De un solo golpe, me levanté de la habitación, haciendo que gima y caiga. No podía caminar, ni hacer el mínimo esfuerzo. Estaba sola. Arrastrarme era la mejor solución. Me impulsé con los brazos para ejercer una dolorosa fuerza e ir hacia la puerta.

Temblando, salí de la habitación con las sábanas manchadas de sangre, necesitaba ropa, ropa que no se encontraba ahí. Me agarré de un mueble viejo y sucio para poder levantarme, finalmente lo hice. Me caí, gimiendo del dolor. Chillé volviendo a llorar. Me ahogaba. Tenía que respirar y cada vez se me hacía más difícil. Después que pude recomponerme, me levanté haciendo muecas. Mi cuerpo no toleraba tanto esfuerzo. Caminé lo más rápido que pude hasta la puerta para irme de este lugar.

En la puerta, estaba pegada una nota.

Fue una buena noche putita, esperamos que lo hayas disfrutado. Siempre tuyos.

PD: Mandale saludos al cornudo de tu novio.

Con mi mayor fuerza, tiré del papel y lo arrugé arrojándolo fuera de mi vista. Una punzada se oprimió en mi brazo, haciendo que nuevamente, caiga al suelo. Lloré de dolor. Estaba siendo suficiente.

Mi cuarta caída ocurrió cuando salí del edificio, mi ropa no estaba por ningún lado por lo que la sabanas cubrían mi cuerpo. Mi débil y lastimado cuerpo. Temblando, me agarré la cabeza con las manos y grité de frustración, las lágrimas de bronca me invadieron.

No sabía donde estaba mí auto, no tenía tiempo para pensar. Pero no sabía como irme. Una señora de apróximadamente la edad de mamá, se acercó, agachándose a mí lado. Asustada, me oprimí más contra mí misma, tapándome más de lo que ya estaba.

—¿Necesitas ayuda? —me preguntó la mujer preocupada. No contesté.

Lentamente, la señora se levantó y comenzó a llamar lo que parecía ser un remis. Cuando terminó la llamada, se sentó, sin hablar. Había dejado la cartera en el edificio, pero no iba a ir buscarla de todas formas. A los pocos minutos, el taxi llegó y me subí rápidamente, sin hablar demasiado. El hombre que manejaba, vió mi aspecto y se giró a la señora, preguntándole con la mirada. La mujer se encogió de hombros con una sonrisa triste.

—¿Estás bien? —preguntó confundido y mi respuesta, solo fue un sollozo. Comencé a temblar nuevamente del miedo.

El chófer, salió rápido del auto, dejándome sola nuevamente con la mujer. Al cabo de un minuto, volvió con una botella de agua que me la tendió ni bien estuvo cerca. Desconfiada, la acepté y traté de tomar, pero dolía. Mi cuerpo se resistía a hacer fuerza, por lo que tiré mi cuerpo hacia atrás tratando de relajarme. Al suspirar, gemí.

Con la tapa de la botella, la mujer comenzó a darme pequeños sorbos, solo me esforzaba en tomar el agua por lo que cerré mis ojos. Cuando pudieron tranquilizarme, la señora se ofreció a viajar conmigo. Asentí por vulnerabilidad. Con un poco de esfuerzo y hablando por primera vez, dicté la dirección de mis papás, antes de volver a llorar nuevamente.

El viaje había sido en silencio, mientras mis lágrimas se escuchaban. El chófer estaba excediendo los límites de velocidad para llegar lo más rápido que podía. Cuando llegamos, bajé del auto como pude, cayéndome cuando pisé la calle. Tanto la mujer como el hombre que manejaba, me ayudaron a levantarme y caminar hasta la puerta. Empecé a temblar ahora por nervios, cuando la señora tocó la puerta de casa.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora