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Capítulo Once

Santiago tocó la ventanilla del auto, haciendo que la baje para observarlo a través de los anteojos de sol. Él se agachó y apoyó sus codos en la ventana, lentamente se acercó y me besó, como lo venía haciendo desde hace dos horas atrás.

—¿Segura que no puedo retenerte un poco más?

—No. Tengo que ir a buscar a mi hermanita.

—Suerte entonces —murmuró antes de volver a juntar nuestros labios— . Nos vemos ¿Me llamas?

Asentí antes de volver a subir el vidrio y emprender mi viaje a la casa de mis papás.

Eran las siete de la tarde y la ciudad estaba tranquila. Ya casi llegaba el invierno por lo que estaba oscuro. Como Santiago no vivía tan lejos, no tardé mucho en llegar. Cuando estacioné, me relajé en el asiento y tomé fuerzas para poder soportar un fin de semana a mi hermana menor.

—¡Creo que hoy llueve! —rió Enrique cuando abrió la puerta.

—Callate Enrique, haceme el favor... —dije riendo también adentrándome a la casa. Él cerró la puerta y lo abracé - ¿Cómo estás tanto tiempo?

—Tanto tiempo porque vos no venís querida...

A pesar de ser mi papá, estaba acostumbrada a llamarlo por su nombre. Crecí llamándolo así, de la misma manera que no entendía porqué lo hacía, él no era un hombre serio ni mucho menos duro como para obligar a todo el mundo a llamarlo así. Todo lo contrario, Enrique era una persona muy amable con un carácter suave, algo que por lo menos sus dos hijas no habían heredado.

—Estuve con muchos parciales y trabajos prácticos, pero sobreviví.

—Bueno, te felicito entonces —palmeó mi hombros después de soltarme— . Tu madre está cocinando con Matías.

—¿Qué hace Matías acá?

—No sé, viene siempre y mucho más que vos... Ya es uno más.

—Sí, se dedicó a reemplazarme todo este tiempo...

Amaba a mis papás y les debía muchas cosas, pero nunca había sido una persona extremadamente cariñosa y ellos lo entendían. Me gustaba la soledad y tranquilidad que aveces mi familia no lo permitía, esa fue una de las razones por las cuales decidí irme a vivir a otro lado. Mi idea en primer lugar era hacerlo sola, pero Valentín se sumó. 

—No, Matías... ¡Así no se corta un tomate boludo!

—Si no me tenes paciencia, no me enseñes nada...

—Hola, ma —hablé entrando directamente sin que me importe mucho interrumpir su juego.

—¡Ah, no! —dijo ella tocándose la cabeza, exagerando— ¿Qué hice para que me ilumines con tu presencia?

Matías estalló en carcajadas.

—¿Estamos de joda Ana?

—Qué mal humorada de mierda —rió negando— . Vení a abrazar a tu madre por favor.

El cariño que brindaba constantemente mamá no había sido heredado por mi tampoco, Ana era muy amable y simpática al igual que Enrique, pero a diferencia de él, ella si tenía un carácter formado que se dejaba ver cuando realmente estaba enojada, marcaba sus límites. Avancé a paso apresurado para abrazarla, con ella siempre podía hacer una excepción.

—¿No te cansas de ser plaga, no? —le pregunté a Matías cuando la solté.

—En realidad vine a saludar a mi mamá postiza. Cosa que vos no haces.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora