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Capítulo Cincuenta y tres

Hacía unos diez minutos que estaba mirando la puerta, expectante. No sabía si pasar o quedarme ahí, estaba indecisa. No sabía si había sido una buena idea, me arrepentía un poco, había sido una decisión precipitada. Miré hacia atrás, no había nadie, estaba sola. Tenía que ser valiente, tenía que ser fuerte, todos confiaban en mí. Nada era como la otra vez, nadie me había decepcionado, tenía una familia fuerte que me apoyaba, una cuñada/mejor amiga que no dejaba que me caiga, un sobrino maravilloso que robaba todas mis sonrisas y un novio que, a pesar que me esté equivocando, estaba firme. Suspiré y entré a la casa. Estaba decidida.

Todo estaba igual, el departamento se mantenía limpio y en su lugar, tal como lo dejé esa mañana. Tragué en seco, cerré los ojos y me concentré, no había estado ahí desde aquel día. Tomé valor y empecé a caminar por el departamento, sin hacer mucho ruido, buscando a Matías. Por inercia, busqué primero en mi pieza y ahí estaba, no había sido difícil. Estaba acostado de espaldas con su notebook apoyada en la cama, parecía muy concentrado. No faltaba mucho para que se reciba, por lo que se supone que estaba haciendo la tesis de grado o eso me había dicho hace un mes. No sabía cómo llamar su atención, por lo que toqué la puerta para pasar. Él se sobresaltó, claramente porque se suponía que estaba solo y cuando se dió vuelta se sorprendió, y no trató de disimularlo.

—Hola —saludé casi en un susurro.

—Male —contestó atónito— . No sabía que venías.

—Yo tampoco —respondí sincera.

Matías no tardó en levantarse para mirarme mejor. Se formó un silencio incómodo, que ambos notamos. Se rascó la nuca, sin saber qué decir.

—¿Cómo estás?

—Bien ¿Vos?

—Como puedo... Me falta mi otra mitad —sonreí, cerrando los ojos para recordar sus palabras y bajé la mirada melancólica.

—Eh... ¿Comiste? —negué—. No hice mandados, pero puedo hacerte un sanguche si querés, y...

—Mati —lo interrumpí, con una voz alta.

—Sí perdón, no te voy a agobiar —negó, mientras suspiraba frustrado. Estaba haciendo su intento.

Me sentí culpable. No había ido para eso. Él quería ayudar y apoyarme, quería que me distraiga y que no piense en nada, pero no lo dejaba. Había formado esa barrera entre los dos que no dejaba que se acerque, tenía que sacarla de alguna forma. Lo extrañaba sí, y tenía que tomar las riendas, si no quería perderlo. Decidida, le sonreí abiertamente, aunque un poco dolió.

—No, está bien ¿Para algo vine, no? —levanté una ceja, mientras una pequeña sonrisa se formaba en mis labios, haciendo que él también lo haga.

—Sé que esto va a sonar raro pero... —habló para después cortarse. Suspiró y miro hacia el piso, buscando las palabras correctas— ¿Puedo abrazarte? —me tomó por sorpresa, nunca me había pedido algo así. La culpabilidad volvió a hacerse presente. Sin contestar, asentí, mientras algunas lágrimas que iban saliendo de mis ojos, impedían mi visión.

Matías avanzó rápidamente, con desesperación y me abrazó, cortando cada centímetro que nos distanciaba. Me sentía en casa, el calor de su cuerpo me inundó con una fuerza que me hizo desestabilizar. La congoja invadió mi garganta haciendo que empiece a llorar sin ningún pudor, al cabo de unos minutos, sentí como él también lo hacía. Me dejé caer y me sostuvo, algo tan gráfico como siempre había sido. Cuando me separé para mirarlo, no pude evitar sonreír, levanté mi brazo, para colocar mi mano en su cara, y limpiar las lágrimas que salían. Él sonrió ante el gesto, depositándome un beso en la palma.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora