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Capítulo Treinta y cuatro

—¡¿Qué estás haciendo?! —murmuró confundido, mirándome a los ojos. Instintivamente agaché mi mirada, no estaba tolerando verlo— ¡¿Qué hiciste nena?! —gritó.

Volví a no contestarle.

Temblando, saqué mis manos del rostro y me fui impulsando hacía atrás hasta apoyar mi espalda en el respaldar. Sollozando con fuerzas, empecé a descargarme de la manera que últimamente no estaba acudiendo, pero la única que podía salvarme.

Al ver la situación, él no dudó en agacharse para quedar a mi altura. Con un suspiro, acarició mis piernas para darme contención, algo que estaba necesitando desde hace mucho tiempo. No pasó mucho para que empiece a temblar cada vez más fuerte.

—Vení, levantate —murmuró incorporándose. Me extendió la mano para que la tome, pero no lo hice, por lo que me agarró de mi espalda y muslos para llevarme al baño. No dudé en acurrucarme en su pecho, mientras me dejaba llevar.

Una vez en el baño, empecé a desvestirme. No tenía ninguna connotación sexual, cabe destacar, me había visto desnuda. Abrió la ducha y sin regularla hizo que entre, para que el frío invada mi cuerpo. Tiritaba.

Cerré mis ojos disfrutando del agua ahora templada, traté de respirar y tranquilizarme por unos segundos.

—¿Podes sola? —preguntó el sacándome de mis pensamientos. Abrí mis ojos y por primera vez lo miré, se veía preocupado. Asentí antes de desviarla.

Con un suspiro, Matías se sentó en el inodoro mirando para abajo jugando con sus dedos. Este se supone que era el espacio que iba a darme, no me quejé. Me moví para agarrar el shampoo y no pude evitar gemir, un ardor muy profundo que no había sentido antes debido al agua fría se hizo notar. Dirigí mi mirada a mis brazos que dolían y ahí estaban, las quemaduras del cigarrillo. Conecté miradas con él, que a causa de mi grito, se había levantado, esta vez, fue el primero en correrla.

Cuando terminé, cerré la ducha y Matías reaccionó, ya que no había emitido sonido ni movimiento alguno, solo se mantuvo jugando con sus dedos. Se levantó y agarró una toalla para pasarmela. Busqué por toda la habitación algo para ponerme pero claramente no había nada. Él se percató y se sacó la remera, me la tendió y no dudé en ponermela.

En silencio, salí del baño y me senté en mi cama. Lo sentí detrás todo el tiempo. Se acercó y comenzó a peinarme. Cerré mis ojos cada vez que el peine pasaba entre mi pelo húmedo, me relajaba y mucho más saber quién era la persona que me lo estaba haciendo.

Me dí la vuelta cuando dejé de sentir el contacto, miré a Matías que todavía seguía con el peine en la mano. De un segundo para otro, ví como lo tiró hacia un lugar y se impulsó hacia delante para quedar junto a mi, sentí sus brazos envolverme, haciendo que comience a llorar nuevamente. No dudé en devolverlo.

Ahora estaba mucho más tranquila. Lo tenía a él, me sentía contenida, amada, en casa.

No dejaba de mirarme, pero su mirada no me ponía nerviosa. Todavía me faltaba terminar la mitad del té me sentía presionada. Una de mis manos estaba extendida al centro de la mesa al igual que una de él, ambas se encontraban unidas, mientras me proporcionaba suaves caricias para darme aliento.

—Dale, seguí —me dijo apretando mi mano al ver que había dejado de tomar. Lo miré dándole una sonrisa, que él no tardó en devolver.

—No quiero más...

—¿Querés dormir? —me preguntó volviendo a sonreír, su sonrisa podía tranquilamente ser mi salvación. Asentí levantándome para ir nuevamente a la pieza, él no dudó en seguirme.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora