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Capítulo Treinta y seis

Eran las seis y media de la mañana y el tráfico era un descontrol. Los autos hacían que se genere un embotellamiento que me hacía doler la cabeza a causa del horario y de los bocinazos. Matías me estaba llevando a mi primer día del trabajo, él tampoco había dormido nada debido a la noche anterior y nuestra manía por no despegarnos hasta las altas horas. Pero el deber llamaba y teníamos que ser responsables de nuestros actos.

Llegamos a La Elvira, la cafetería en donde iba a trabajar por lo menos este año. Suspiré cuando Matías frenó y puso las balizas para que pueda bajar, había estacionado en doble fila por lo que no me podía demorar mucho. Lo miré haciendo una mueca de terror, provocando su risa y que se incline para besarme.

—Suerte —dijo antes de volver a juntar nuestros labios, cerré mis ojos con fuerza disfrutando del beso de despedida.

—¿Venís hoy a buscarme a la hora del almuerzo? —pregunté esperanzada, algo que se me fue al instante cuando él hizo una mueca.

—No puedo, mañana te prometo que sí.

Cuando él no podía sabía la razón, Paula. Ya no discutía por eso, siempre me decía que iba a dejarla y le creía como una estúpida. Le creía cuando me miraba y me decía que quería estar conmigo. Me estaba ilusionando y aunque eso no era bueno, lo dejaba pasar, había estado mucho tiempo ocultando mis sentimientos para ahora no hacerme cargo. Entré al local con los nervios a flor de piel, el dueño ya me estaba esperando.

No podía evitar asentir por cada cosa que me decía y explicaba, no quería demostrar mi nerviosismo. El lugar era refinado y serio, pero tenía un suave toque cálido, era casi igual a su dueño. No parecía un hombre del todo agradable pero tampoco era de esas personas que ladraban y chillaban por cada situación, podía acostumbrarme.

Antes que las personas comiencen a llegar, el señor Elvira me presentó a mis compañeros de trabajo. Por un lado, estaba María, una rubia muy simpática, se dejaba ver muy entusiasta del que haya comenzado, aclarando que le alegraba no ser la única mujer en el lugar. Después me presentaron a Pablo, él era muy alto con una sonrisa envidiable que hacían que sus hoyuelos se marquen en sus mejillas, era castaño claro con unos ojos color miel, era muy lindo, pero para nada mi estilo, a pesar que era muy amable. Por último Pedro, era el cocinero, parecía muy tímido pero nunca había dejado su sonrisa de lado cuando nos presentaron, tenía su pelo morocho con unos minúsculos y simpáticos rulos, dándole un aire de inocencia y ternura.

Las personas comenzaron a llegar alrededor de las 8:00, no había dejado de atender ni descansado un segundo, ahora entendía la falta de asistencia en el local, a pesar que entre los tres hacían demasiado. Estar en contacto con comida dulce hizo que en el horario del almuerzo mi estómago se cierre, y como Matías no podía ir a buscarme, no quería arriesgarme a salir por lo que opté por fumarme un cigarrillo en el patio que solo tenía acceso el personal.

—¡Hola! —saludó la voz de una mujer interrumpiendo mi relajación. Claramente era María. Abrí los ojos dejando ver también a Pablo, que se encontraba con una sonrisa de lado a lado, ya me estaba incomodando por su notoria felicidad.

—Hola..

—¿Y qué haces acá? —preguntó María sentándose frente a mi para mirarme. El chico en cambio se apoyó en la pared con sus brazos cruzados.

—Dejé de estudiar y necesitaba mantenerme ocupada sin parecer una inservible...

—Suele pasar —admitió mi compañera aceptando el cigarrillo que Pablo había prendido para ambos.

—¿Ustedes? —pregunté sacando conversación. Nunca había sido muy amigable y sociable, Matías y mi hermano se sentirían orgullosos.

—Quedé embarazada a los 18. No pude estudiar, tenía otras responsabilidades —la miré sorprendida, definitivamente no tenía la apariencia de ser madre.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora