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Capítulo Treinta y dos

—¿Qué haces acá? —fue lo que mi instinto logró decir en primera instancia. No pude evitar mirarla de la manera desafiante en la que ella también lo hacía. Me levanté para enfrentarla, ya que estaba en desventaja.

—Así que vos sos la puta... —dijo asintiendo con la cabeza, recorriendo mi cuerpo con la mirada, de una forma despectiva— ¡Sos la puta! La culpable que Ezequiel me dejó.

La miré con una ceja levantada, desafiándola. Agustina no dudó en acercarse a de una manera rápida para pegarme una piña que pude esquivar, era muy predecible. Nunca había pensado en llegar a ese tipo de violencia con alguna de ellas, porque no era mi estilo. Sin embargo, eso no quería decir que no podía defenderme en caso que algún día esté en una, ese día parecía ser este momento.

—Sos patética ¿Por qué no vas a cuidar a tu hija mejor? —le pregunté, haciendo que Agustina frunza el ceño— Menos mal que voy a ser una buena madrastra

Había sido un golpe demasiado bajo, lo noté en su rostro.

—¡Vos no vas a ser nada pelotuda! Te voy a romper la cara —se abalanzó sobre mí ahora sí, golpeándome la cara, haciendo que comience a dolerme la mejilla. Respiré hondo y devolví el golpe en su nariz, provocando que empiece a sangrar.

Éramos bastantes parejas a la hora de pegar, ninguna de las dos se quedaba atrás y devolvía el golpe con bastante intensidad. Agustina agarró mis pelos, haciendo que pierda la estabilidad y caiga al suelo junto, no tardé en proporcionarle piñas en donde sea, ya que no veía mucho por los pelos en mi cara.

Un tumulto de gente se formó, escuchaba gritos, pero ninguno se dignaba a separarnos. Sentía mi cara arder al igual que mis costillas, respirar cada vez era más difícil.

De un momento a otro, sentí como era liberada de las garras de Agustina, comencé a toser antes de levantarme con la poca dignidad que me estaba quedando. La miré con odio y quiso reír, estaba destruida. No dudaba que su ojo derecho se pondría morado, ya que estaba un poco hinchado, y su nariz, seguía sangrando. Esperaba que no esté de la misma manera.

—¡Que no se te ocurra volver a tocarme así! —le grité advirtiendo, mientras era sostenida por una mujer. Agustina estaba siendo sostenida por un hombre, mientras intentaba zafarse.

—¡Ya te voy a agarrar pedazo de puta!

—Sí sí, lo que digas... —hice un ademán a la mujer para que me suelte, al ver que estaba tranquila lo hizo, no quería ser más el espectáculo de todas las personas que estaban mirando.

—¡Te vas a arrepentir de esta, te lo juro!

—Conmigo amenazas, no. Puedo ser capaz de mucho si no te das cuenta —solté con una sonrisa en mi boca, antes de alejarme. Pensé antes de darme vuelta y enfrentarla nuevamente. El hombre definitivamente estaba sosteniendo a un toro que veía rojo—. La próxima vez, trata de jugar igual que yo. No llegues a la violencia física, la mental es mucho peor por si no sabías...

—¡Por eso hasta tu propio novio te violó! No servís para otra cosa ¡Manga de puta! —me gritó, haciendo que pare en seco. Cerré mis ojos e inspiré para tranquilizarme, me dí la vuelta con una sonrisa, para ocultar todo.

—¡Que envidia me tenés! Fijate que hasta como tu novio me prefiere antes que a vos, pelotuda. Complacé a un hombre y después hablamos.

Finalmente me dí vuelta para caminar al auto, tenía que hablar muy seriamente con Ezequiel, ese descuido había cambiado muchas cosas, mis intensiones de volver a verlo se habían esfumado.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora