Capítulo Veintidos
Después de casi tres horas de estar soportando Gravity Falls, Milagros se había dignado a dormir. Miré a mi costado y suspiré de alivio. No me molestaba en lo más mínimo cuidarla y mucho menos cuando estaba sola en el departamento, pero muchas veces se volvía muy hiperactiva. Valentín tuvo su turno de noche, ya que estaba cubriendo a su compañero. Iba a dormirme, pero mí celular comenzó a sonar de una manera descontrolada, no quedó otra opción que agarrarlo, nadie quería que Milagros vuelva a despertarse.
Luna: No quise tocar timbre por si había alguien durmiendo.
Estoy en la puerta.
Abrime.
Por favor.
Tengo frío.
Maleee!!
Sé que dormís con el celular prendido y con sonido...
Por favor, despertate.
No le contesté, porque sería algo inútil. Me destapé lentamente mirando a mi hermana para que no se despierte. Ella emitió un quejido que pude cesar al instante. Prácticamente corrí por los pasillos oscuros para llegar a la puerta, no sin antes cerrar la de mí pieza. Desconocía el porqué Luna se encontraba a las casi 2 de la mañana afuera, definitivamente iba a ser la primera pregunta que le haría.
Abrí y sentí el frío congelarme el cuerpo, estaba solamente con una remera de mí hermano que me quedaba extremadamente larga, prendí la luz de afuera. La congoja de Luna se podía escuchar a metros de distancia. La miré fijamente, no había que ser demasiado inteligente para notar que había estado llorando, sus labios, nariz y cachetes estaban inflamados con una leve capa de rubor en ellos. Estaba en trance, no sabía que hacer, por suerte reaccionó por mí, abrazándome. Su llanto se volvió más intenso.
—¡Hey, Lu! Tranquila ¿Qué pasa?
—Yo...
—Vení, pasa —lentamente nos adentramos sin deshacer el abrazo. La llevé al sillón y nos acomodamos. La senté en mis piernas mientras acariciaba su espalda, no sabía muy bien qué hacer en esa situación, pero estaba pensando en lo que Matías haría por mi.
—Voy a traerte agua —dije incorporándome para que Luna salga de encima.
—¡No, espera! Trae algo más fuerte.
—¿Alcohol? —levanté una ceja.
—Lo que sea, por favor.
Me dirigí a la cocina a buscar el vodka, Matías lo compró un día pero nunca lo habíamos usado y era una buena ocasión para hacerlo. Después de agarrar los vasos, lo llevé donde se encontraba Lu con la cabeza escondida entre sus manos y sus codos apoyados en las rodillas. Dejé todo en la pequeña mesa ratona y fui corriendo a mi cuarto a buscar los cigarros, le haría bien, aunque mi amiga no fumase.
—Ahora sí... —suspiré cuando me senté. Agarré un vaso para servirle— ¿Qué pasó?
—Nahuel...
—¿Pelearon?
—Me metió los cuernos —me miró a los ojos. Mierda.
—¿Qué? —pregunté atónita. Claramente Luna era cornuda y gracias a mi, pero que él se lo haya confesado me tenía confundida. Cuando se lo había dicho, no sonaba convencido de decirle la verdad. Por una parte sentía alivio, pero otra sentía culpa, remordimiento.
—Sí... me dijo que no me merecía y que se suspendía el casamiento ¡Me metió los cuernos, boluda! Soy una pelotuda.
—¿Te dijo con quién? —pregunté asustada, tanteé en la mesa los cigarros y encendí uno. El miedo me estaba cegando, ya que era evidente que si Luna supiera, no estaría sentada en el sillón junto a la mujer que provocó todo esto.

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Condenada por la Venganza
Genç KurguMalena Cantera llega a Buenos Aires después de dos años fuera, ya se sentía lista para volver. Los recuerdos la invaden, cada calle, edificio y rincón tenían su historia, que formaban su pasado que la atormentaba día y noche desde su huida. El moti...