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Capítulo Treinta

La pasión y desesperación estaban invadiendo nuestros cuerpos. Después de tirar las llaves por algún lugar del departamento, volvimos a juntarnos para comenzar el juego previo que sabíamos en dónde iba a concluir. La conexión y química entre los cuerpos era muy notable, todo fluía sin ninguna importancia o complicación. Sin ver absolutamente nada, nos besabamos y tocabamos con necesidad. Las manos de Matías estaban en mi culo, mientras lo apretaba con demasiada fuerza, mientras yo tocaba peligrosamente debajo de su remera, acariciando sus músculos.

No nos soltamos en ningún momento y a ciegas caminamos hasta la habitación, no tardé mucho en aferrarme a la cintura de él para comenzar a moverme y provocarlo aún más, a pesar que fuera imposible porque ya lo sentía. Él abandonó mis labios cuando llegamos finalmente, recargó su cuerpo en la pared para cerrar la puerta y comenzó a descender hasta mi cuello, mientras me encargaba de acariciar su pelo, cerrando los ojos.

—Mati... —interrumpí agitada en un gemido, no escuché respuestas a cambio. Sentí como sus besos se iban trasladando a la copa del corpiño— Mati, para.

—¿Qué pasa? —murmuró sin dejar de hacer su trabajo.

—¡Dale Matías! para un cacho —hablé decidida, agarrando su cara para que me mire— . No podemos...

—¡¿Qué?! ¿Me estás jodiendo, no?

—No boludo, me vino.

—No importa —negó, para volver a juntarnos.

—¡Para! —lo detuve antes que vuelva a besarme.

—No me importa.

—No... —murmuré entre besos.

—No me da asco, por favor. Te necesito mucho.

No era de las mujeres que tenía un tabú con algo tan natural, nunca había tenido la oportunidad de hacerlo en este estado, pero era porque siempre algo me detenía. Si a él no le importaba hacerlo, a mi tampoco debería importarme, y mucho más cuando el segundo día no era tan grave como el primero. Que necesitaba a Matías no era una novedad, y estar menstruando no iba a hacer un impedimento.

—¡Sí! Por favor —escuche el gemido de Matías, que me decía que estaba a punto de llegar al orgasmo. Aceleré mis movimientos para darle el placer que se merecía, no tardó en hacerlo de todas formas.

Con una sonrisa me levantó para mirarlo a los ojos mientras saboreaba el sabor que había entrado en mi boca segundos antes, las pupilas de él se encontraban tremendamente dilatadas mientras me devolvía el gesto.

—Me vas a matar un día de estos —suspiró mirándome mientras me subía a sus caderas, no dudó en acariciar mi cuerpo mientras lo hacía.

—Todavía no terminé —le guiñé un ojo antes de adentrarme en él y comenzar a moverme. Escuché un suspiro de su parte que me hizo sonreír, no había mejor satisfacción que llevar el control y hacerlo enloquecer.

Bostecé una vez más mientras trataba de esquivar la mirada de mi padre. La mirada de Enrique era muy intimidante, no sabía qué hacer para que deje de incomodarme, miré a Matías que se encontraba a mi lado, se acomodaba en su silla constantemente. Mi amiga y hermano estaban al otro extremo de la mesa hablando animadamente con mamá, ninguno sospechaba de la situación que estaba ocurriendo entre los tres. Era muy simple adivinar como Ana no sabía del tema, ya que sino, en ese momento estarían planeando nuestro casamiento. Milagros estaba coloreando una revista muy entretenida, no podía salvarme con su inocencia esta vez, porque no me estaba haciendo caso cuando le hablaba.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora