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Capítulo Dieciocho

—Bueno, vamos a soplar las velas... —se levantó Ana entusiasmada.

Mi cumpleaños por desgracia, todavía no había terminado. Nos encontrábamos en la casa de nuestros papás en una cena íntima muy familiar para celebrar nuestros 21 años. Con cena íntima cabe aclarar que solo estaba la familia y como siempre Matías, pero con su adorable y falsa novia, que no dejaba de fulminar con la mirada cada vez que tenía oportunidad.

—Voy al baño un segundo, ya vengo —se levantó Paula de la mesa, con una de sus típicas sonrisas, que había descubierto que eran falsas.

Conté apróximadamente un minuto y me levanté sin que nadie lo note, ya que Milagros acaparaba la atención. Muchas veces me venía la idea a la mente, era más inteligente de lo que aparentaba ser y que su edad no la condicionaba. En ese momento Ana caminaba felizmente con la torta en sus manos, corrí antes de llegue a verme. Sigilosamente caminé a mi objetivo.

Los pasillos estaban oscuros a causa que nadie estaba en la planta alta, pero había una excepción, la puerta de mi antigua habitación estaba abierta y a juzgar por lo que se veía, la luz estaba prendida. Caminé extrañada hacia ella y cuando fui a cerrarla ví que la usurpadora estaba dentro.

—¿Qué haces acá? —pregunté, haciéndome sobresaltar a Paula.

—Perdón, es que estaba abierta y...

—Mentira, no estaba abierta —negué cruzándome de brazos— ¿Qué hacías acá?

—Nada Male ya te dije, quería saber si había algún desodorante porque el mío se terminó —rió aparentemente nerviosa.

—No quieras hacerte la mosquita muerta conmigo.

—No sé que hablas... —me sonrió amablemente.

—Sé que cogiste con Santiago. Es muy gracioso y no solo porque tenés novio, sino porque andas comiendo de mis sobras.

—¿Sobras? —levantó una ceja graciosa— Acá la única que quiere comer de mis sobras sos vos querida ¿Te pensás que soy boluda? Las ganas que le tenes a Matías se ven de a tres metros de distancia.

—¡Apa! Ahí saltaste... Que bueno que nunca te creí.

—Lo que yo haga con mí vida, justamente a vos no te importa —contraatacó cruzándose de brazos.

-No, hace de tú vida lo que se te cante, me chupa un huevo... pero Matias me importa.

—Es mío, no quieras...

—¿Te pensás que no puedo tenerlo si quiero? —la interrumpí riendo sarcásticamente— Estás muy equivocada querida. Sos una cínica, Matías es una persona no un objeto y no podes hablar porque ni siquiera sos capaz de serle fiel.

—Sé que nunca me engañaría... Es un idiota.

—Yo que vos tendría más cuidado.

—¿Cuidado con qué? —y esa pregunta no había salido justamente de Paula.

Lentamente giré para encontrarme con el cuerpo de Matías estorbando la salida, apoyado en la puerta cruzado de brazos. Lo miré mal.

—Nada, no te preocupes —rió Paula inocente. Todavía no podía entender como Matías le creía, su falsedad se notaba a kilómetros.

—¿Qué le hiciste? —me preguntó ignorando a su novia.

—¿Y por qué tendría que haber hecho algo?

—Ya está Mati dejemoslo en el pasado. Es obvio que no le caigo bien —negó sonriendo. En ese instante cerré mis ojos con fuerza. La estaba odiando— . Perdón Male, te prometo que no voy a volver a insinuar nada para que seamos amigas.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora