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Capítulo Cuarenta y tres

El peso del colchón elevándose, hizo que mis sueños sean interrumpidos. Sin embargo, no abrí los ojos hasta que la puerta provocó un exuberante ruido. Matías no era una persona extremadamente silenciosa en las mañanas.

No había dormido mucho, pero sí lo suficiente como para no tener tanto sueño. Me desperecé y agarré mi celular que estaba en la mesa de noche. No tenía muchos mensajes. Un número que desconocía me llamó la atención, al punto de abrirlo en primer lugar.

Número desconocido: ¿Así que estás de novia? Mira vos... siempre te creí puta, se ve que no me equivoqué. Te mereces mucho más de lo que te hice, tene cuidado Reina.

Sin entender mucho el mensaje, me senté con las manos temblorosas. Lo leí una vez más, para corroborar que lo había hecho bien. Apreté mis ojos ¿Como había conseguido mi número? ¿Ahora iba a hacerme la vida imposible? ¿Qué había hecho para merecerlo?

Las lágrimas salieron de mis ojos involuntariamente, haciendo que me regañe a mí misma por el simple hecho que Matías no tardaría en llegar a la habitación. Quería rehacer mi vida y ser feliz, pero me lo estaban impidiendo.

—¡Hey, estás despierta! —dijo saliendo del baño. Me sobresalté y bloqueé el celular al instante. No tardó en llegar a la cama y sentarse detrás para abrazar y proporcionarme un beso en la espalda— . Estás temblando... ¿Qué pasa?

Negué y me levanté, dejando el celular en la cama. Por inercia, Matías lo agarró y desbloqueó.

—¡Que sorete de mierda!

Se levantó apurado y se dirigió a la salida de la habitación.

—Matías...

—Hago una llamada y nos vamos. Cambiate.

Pensativa. Miraba por la ventana como Matías despedía a mi ahora, abogado. El hombre nos iba a ayudar con la causa que se abriría ni bien Benjamín sea encontrado. Él me había llevado a rastras a hacer la denuncia y nos habían informado que estaba fugitivo, ya que otra mujer también lo había hecho. Quería ayudar y esperaba que mi aporte lo haya sido, pero pensar que estaba dando vueltas por la ciudad, me daba miedo.

Sacudí mi cabeza para evitar pensamientos, cuando Matías se subió al auto. Me puse rígida, no habíamos hablado mucho.

—¿Vamos a almorzar? —preguntó agarrando mi mano para entrelazarla con la de él. Me dió un beso en la palma. Solo asentí.— Perdón por hacer esto. Es la única forma de poder salir adelante, no quiero que te pase nada.

—No estoy enojada —reconocí. No lo estaba, sabía que él solo quería ayudarme y tenía el suficiente carácter para negarme. La única forma que desista, era a la fuerza. Esto solo ponía en evidencia que me conocía lo suficiente.

—No, pero tampoco estás muy contenta... Vamos a salir juntos de esta.

—Está bien —murmuré.

—Mirame —me pidió casi en forma de ruego. Obedecí—. Te prometí algo y lo voy a cumplir ¿Está bien? Ahora por favor, no te maquines...

—Está bien...

—Ahora... —dijo frenando a causa del semáforo— Quiero mi beso.

No habíamos podido desayunar porque Matías prácticamente me sacó del departamento ni bien me terminé de cambiar, por lo que ir a almorzar fue una buena idea. A penas llegamos, pedimos la carta para que llegue enseguida.

—Voy a alquilar el monoambiente.

—¿El de tu papá?

—Sí, la verdad es que no lo uso y puedo sacarle provecho...

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora