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Capítulo Veinte

—¿Me estás jodiendo que tu hermana hizo eso? —rió Matías llevándose una tostada a su boca.

—No, juro que no miento...

Ambos estábamos desayunando, le estaba contando los sucesos del fin de semana pasado cuando llevamos a Mili al Parque de la Costa. Ella se había asustado tanto con uno de los muñecos disfrazados que había, que le terminó pegando, por vergüenza nos fuimos del parque sin poder disfrutar de alguna atracción. Ella era muy chica para determinados juegos por lo que habíamos ido más que nada para disfrutar con Valentín, pero no fue una buena idea en definitiva.

El silencio inundó la habitación a pesar que no era incómodo. Le sonreí y me la devolvió. Se quedó mirándome, por alguna razón no me molestaba ni incomodaba en lo más mínimo su intensa mirada. La conexión fue interrumpida por un celular, no era mi tono de llamada ni de mensaje, por lo que no me inmuté. Matías frunció el ceño y se levantó a contestar después de dar un suspiro, parecía cansado.

—¿Hola?... Ah, hola amor —me miró pero corrí la mirada. Era Paula. —Estoy en mi casa... Si si, ya voy para allá...Dale, yo también.

No volví a mirarlo, y me dispuse a terminar mi desayuno en silencio. Matías desapareció del comedor para ir hacia lo que parecía ser mi pieza, se iba a cambiar, ya que solo se encontraba con un pantalón de mi hermano. Cuando terminé de desayunar, agarré el celular para ver mis redes sociales, no tenía muchas ganas de levantar la mesa y ordenar, lo haría cuando él se vaya, eso me distraería definitivamente.

—Me tengo que ir, perdón —escuché su voz y levanté la vista para verlo ya cambiado.

—Sí, es lógico. No te preocupes.

—Vengo más tarde —asentí y me levanté para despedirlo.

—Voy a ir a la casa de mis papás seguramente.

—Bueno, voy para allá y volvemos juntos ¿Te parece? —asentí en respuesta.

Se acercó y me abrazó fuerte, algo que no esperaba pero no rechacé. Sin dudar, envolví mis brazos en su cuello y lo atraje más, cerré mis ojos unos instantes, en verdad no quería que se vaya.

—Cuidate, cualquier cosa me llamas.

—Sí, anda tranquilo. Pero no te olvides que me debes una charla —dije refiriéndome al trato.

—Hoy a la noche me cocinas y te cuento —se soltó para mirarme con una sonrisa en sus labios.

—¡No seas tramposo, teníamos un trato! —le golpeé el brazo juguetonamente— . Me cocinas vos.

—Está bien —me dio un fuerte beso en la mejilla y se fue.

Miré la puerta con nostalgia y después de suspirar. Para tratar de sacar cualquier pensamiento de mi cabeza, caminé hasta la mesa para retirar lo usado. Lo llevé a la cocina y comencé a lavar. Una vez que terminé, puse un poco de música, iba a limpiar para pasar el rato.

Estacioné el auto frente a la casa de mis papás, agarré el celular y bajé, caminé hasta la entrada cuando ví a Milagros venir en bicicleta, pedaleaba un poco torpe porque recién comenzaba pero lo hacía muy bien. No pude evitar enviarle una sonrisa orgullosa mientras la esperaba, como me gritaba que lo haga. Después de saludarla entré a la casa con las llaves de repuesto, nadie estaba en el comedor y eso era raro. Escuché voces en la cocina, por lo que sin hacer demasiado ruido comencé a acercarme. Últimamente se había vuelto una costumbre de hacer. La puerta estaba entreabierta.

—¡Entendé que no podemos ocultárselo! —la voz de Valentín retumbó en el ambiente. Me arrepentí de ir, pero la curiosidad hizo que no me vaya.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora