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Capítulo Dieciséis

—Ya me tengo que ir —interrumpí el silencio que se había formado después del glorioso orgasmo. Me levanté del pecho desnudo de Ezequiel, pero no podía pararme ya que no soltaba mi cintura.

—No, por favor quedate —contestó haciendo fuerza para que me vuelva a acostar. Ezequiel se dio vuelta haciendo que quede encima, comenzó a darme besos lentos, que sabía que me volvían loca.

—No, para Eze... —corté entre besos.

—Quedate.

—Tengo que ir a buscar a mi hermana al jardín y no puedo —suspiró, pero no me soltó.

Después de una larga sesión de besos, decidió dejarme libre, algo que agradecí, a pesar que la estaba pasando muy bien. Maldije en mis pensamientos a mamá, aunque ya no me llevaba mal con Milagros, había interrumpido una gran tarde. Una vez fuera de la cama, me cambié, agarré mi bolso y me fui, no sin antes besarlo. Eran las cuatro de la tarde y mí hermana no salía hasta la cinco, pero tenía que pasar por casa para buscar las cosas que Milagros planeaba llevar. Ella se quedaría el fin de semana nuevamente, pero por su elección. Me había llamado el día anterior para pedirlo y sin quejarme acepté, la última vez lo habíamos pasado muy bien.

—Tengo que contarte algo —dijo Ana apresurada cuando me vió llegar, no dejó que entrara, ni siquiera me saludó, ya que me agarró del brazo y me llevó hacia la cocina. Tenía un serio problema con eso, no podía contar algo si no era en ese lugar. Estas cuatro paredes, guardaban tantos secretos como un psicólogo.

—Para, má ¿Qué pasa? —me solté cuando llegamos.

—Hoy vino a comer Matías... —habló Ana alterada. Se pasó una mano por su pelo, a pesar que estaba peinada.

—Ah, no me importa...

—Y vino con la novia?.

—¡Ah, es un desubicado! —abrí mis brazos. Cuando me di cuenta de la reacción, volví a la postura de antes y me encogí de hombros— . No me importa.

—No me gustó mucho —dijo mientras se dirigía a la heladera y sacaba lo que parecía ser una torta.

—¡Deja de engordarme Ana! —suspiré cambiando de tema, al ver lo que estaba colocando en un tupper.

—Estás flaquísima, mi amor —dijo mirando mi cuerpo, mientras negaba— . Pero igual sos hermosa.

—Voy a llegar tarde y Milagros me mata —dije apresurándome a agarrar el tupper, caminé hasta el living donde estaba la valija.

—¡Para Male, en serio te digo! —se apresuró a llegar antes que me vaya. Era insoportable a veces.

Odiaba cuando tenía que ir a buscar a Milagros. A pesar que ahora lo hacía por gusto, la desesperación de las madres por ver a sus hijos y los empujones que esto proporcionaba me molestaban. Por lo que me quedé a un costado esperando que salga, era una suerte que me conozca y sepa que no iba a pertenecer al grupo de las personas desesperadas y no tenía la intensión de salir con golpes de ahí.

Una vez en el auto, empezó a contarme como le había ido, parecía entusiasmada por el fin de semana que se acercaba, a pesar que no tenía nada planeado por el momento. Bajamos del auto y jugamos una carrera para llegar a las escaleras que daban al departamento. Cuando llegamos, mí hermana demandó una merienda y con gusto se la preparé, estaba acostumbrándome a atenderla. Después de casi devorar la merienda, nos pusimos a jugar al juego Just Dance. Mi hermano no usaba mucho la Play Station 3 pero sí la teníamos para casao extremos de aburrimiento o para que Matías la use.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora