Capítulo Cincuenta y dos
—Gracias —sonreí cuando mi sobrino me alcanzó el control del televisor. Él rió y comenzó a dar vueltas por la sala de estar, al parecer estaba feliz.
Había pasado un mes y ya me sentía un poco mejor. No era la Malena de antes, tampoco estaba cerca de serlo, pero sí había avanzado bastante. Esto era pura y exclusiva ayuda de Vanesa, que cada semana, me atendía haciendo que mejore cada vez más. Ya había podido agarrar el celular nuevamente y aunque el auto todavía no, era un avance. Ya no me molestaba salir de la casa, ni caminar por la calle, a pesar de solo hacerlo en compañía de Luna, Valentín o mí familia. Le debía mucho a todos. Mí hermano era muy atento y siempre que estábamos juntos, trataba de sacarme sonrisas, Luna siempre había sido una especie de Vanesa, por lo que también muchas veces hablábamos de lo que había pasado o de temas random, como siempre.
Por el lado de Matías, ya estaba desesperanzada. Vanesa siempre me había incitado a que hable con él o que le explique el porqué de tanto rencor, pero no era capaz. Cada vez lo veía menos y eso era por mí pedido. Pero sabía que todos los días llamaba para ver de mis avances, ni siquiera me sentía culpable por eso, simplemente me estaba tomando mi tiempo. Como había dicho Vanesa, todo era un proceso.
Me encontraba en la casa de Luna y mí hermano. Mientras ella se cambiaba, me ocupaba de cuidar a mi sobrino. Como todavía no manejaba, tenían que llevarme a las sesiones de psicología, y ese día mamá no podía. Gustosamente, mí amiga se había ofrecido. Me sobresalté al escuchar un golpe, Juan Cruz se encontraba en el piso, con un enorme puchero y sus ojos llorosos, no tardaría en llorar. Rápidamente me levanté, para no preocupar a la mamá oso, y lo alcé acurrucándolo en mi pecho.
—Ya está, ya pasó —le hablé, mientras le besaba la mejilla continuamente. Me mecía de un lado al otro, haciendo que se acurruque más.
—¿Qué pasó que está tan callado? —gritó Luna desde la habitación. Quise reír por su instinto.
—Se cayó, ya está.
—Ya salgo... ¿Lo cambias?
Con mi sobrino todavía moqueando, caminé a la pieza para elegirle su ropa, ya que recién se había levantado de la siesta y estaba en su pijama. Amaba la ropa que tenía y más que nada porque la mayoría se la habíamos regalado con Matías. Sonreí con nostalgia al ver todos esos conjuntos. Terminé eligiendo lo que Matías había dicho que era lo mejor que le íbamos a regalar y se lo puse. Era muy el estilo de él y no pude evitar sentir melancolía, lo extrañaba y eso no era novedad, aunque me daba cierto miedo acercarme.
Peiné los rulos de Juan Cruz con la mano, ya que estos eran incontrolables y le puse perfume. Ya estaba listo.
—Listo, bombón —le dije con voz aniñada. En contestación, empezó a quejarse para que lo alce, suspiré y lo hice dándole un beso en la mejilla— ¿Qué te pasa hoy?
—Está medio medio, no sé que le pasa —contestó Luna, entrando en la habitación con una toalla en la cabeza.
—Dale, dejame hablar con mi sobrino y termina. Estamos llegando tarde —la reté, mientras comenzaba a caminar fuera de la habitación.
—Bueno, mamá —se burló.
En el auto, ibamos escuchando música detestable de niños, algo que no soportaba. Pero no me quejé porque Juan Cruz estaba feliz. Como toda madre, Luna cantaba las canciones, mientras hacía gestos graciosos, haciendo que me ría. Cuando llegamos, estacionó y a causa del silencio, vimos que mí sobrino se había dormido, por lo que Luna lo bajó en brazos.
—Yo voy a pagar unas cosas y vuelvo. Queda acá a dos cuadras ¿Podes sola? —dijo dándose vuelta para mirarme, mientras luchaba con el peso muerto que le proporcionaba su hijo dormido en sus brazos.
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Condenada por la Venganza
Teen FictionMalena Cantera llega a Buenos Aires después de dos años fuera, ya se sentía lista para volver. Los recuerdos la invaden, cada calle, edificio y rincón tenían su historia, que formaban su pasado que la atormentaba día y noche desde su huida. El moti...