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Capítulo Diecisiete

Era viernes por la noche pero no estaba tan feliz como se suponía. En primer lugar, porque eran vacaciones y prácticamente hacía nada todos los días y en segundo, porque en pocas horas era mí cumpleaños y no tenía ganas de hacer absolutamente nada. Eran casi las once de la noche cuando me acosté, iba a mirar una película hasta que me duerma, ya que mi hermano lo hacía, el pobre no tenía vacaciones en su trabajo y no tener facultad hacía que su jefe ponga horas extras para él.

Puse mi celular en vibración así no lo escuchaba hasta la mañana cuando me levante. No quería recibir saludos de cumpleaños. Apróximadamente a la 1 de la mañana vibró, alguien me estaba llamando, con un suspiro lo miré dudosa por atender, la película estaba por terminar. Sabía que mi mamá no era porque estaba durmiendo, no tenía amigas para que me saluden tan tarde, por lo que la curiosidad me mató y ví el identificador antes de atender. Era Matías.

—¿Sí? —contesté somnolienta, al parecer estaba más cansada de lo que aparentaba.

—Por favor, necesito ayuda —habló él, agitado.

—¿Qué pasa Matías?

—¡Por favor, vengan! Sé que Valentín apaga el celular a la noche por eso te llamé. Me metí en una grande y no sé como salir.

—¡¿Qué, en dónde estás?! —me levanté de la cama rápidamente.

—Vengan lo antes posible...

—¡Matías calmate, por favor! Decime dónde estás.

—Te mando la dirección por mensaje, no puedo hablar más.

—¿Qué?

Cortó.

Rápidamente salí de mi habitación y entré a la de mí hermano. En pijama, nos subimos al auto y partimos para la dirección que figuraba en el mensaje que me había mandado. Excedí los límites de velocidad, pero estaba asustada y preocupada, no era una gran excusa sin embargo.

—¿Qué te dijo?

—¡Ya te dije Valentín! —grité cansada sin despegar la vista del camino.

—¡Tratame bien nena! —se quejó con justa causa, pero estaba haciendo preguntas sin sentido que solo hacía que me ponga más histérica de lo que ya estaba.

—Entonces deja de hacer preguntas pelotudas...

Cuando llegamos a la dirección, parecía una casa, estaba oscura, tenía miedo no iba a negarlo, pero borré esos pensamientos cuando me acordé que Matías estaba dentro, probablemente sufriendo. Sin cerrar completamente el auto nos bajamos y corrimos a la puerta, no había mucha diferencia en cuanto a metros de la calle a la puerta, pero nos agitamos, definitivamente no era de cansancio.

—Quedate acá, yo voy —me detuvo.

—¿Estás loco? No pienso quedarme acá.

—Quedate acá, te dije.

—Y yo te dije que no —la puerta se abrió, interrumpiéndonos. Nadie salió de ahí.

—Bueno está bien, acompañame —habló rápidamente sin dejar de mirar la puerta.

—¡Que cagón de mierda que sos! —suspiré adelantándome, sin esperarlo.

—¡No para! Entremos juntos.

—Está bien...

—Dame la mano.

—¿Tenés miedo? —levanté una ceja burlona.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora