39

1.3K 80 2
                                    

Capítulo Treinta y nueve

No pude evitar sonreír cuando me observé en el espejo, había hecho un buen trabajo. Hacía una semana que no salía de casa para nada más que no sea trabajar, y el cumpleaños de Luna, parecía ser una buena opción para hacerlo finalmente.

Era un cumpleaños familiar, sí, pero también sabía que Matías iba a ir, y no podía desaprovechar esa oportunidad. Por lo que opté por ponerme un vestido color negro, básico, pegado al cuerpo. Marcaba mi figura a la perfección y dejaba ver mis largas piernas hacer una combinación genial con las sandalias del mismo color. Era un look completamente negro, que el maquillaje cortaba.

Estaba nerviosa y no podía evitarlo, la semana no había sido la mejor de todas y mucho menos cuando estaba sola. El trabajo y mis compañeros me habían distraído, pero toda esa coraza se desarmaba cuando llegaba la hora de volver a casa, los llantos estaban guardados en estas paredes. Me sentía sola.

Era imposible no fumar un cigarrillo para evitar la tensión, por lo que después de estacionar, a dos cuadras por la cantidad de autos, encendí uno. No estaba decidida a bajar del auto y enfrentar una situación por la cual estuve escapando todos estos días.

Preguntas me inundaban desde el momento que Luna me invitó. No podía disculparme y decir que tenía otro compromiso, eso haría que me mate, era evidente el porqué lo hacía. Además, mi familia estaba invitada, porque claramente, Luna ya era parte desde hace ya mucho tiempo.

Caminé por el gran salón que alquilamos para festejar los 21 años de Luna, busqué la mesa número trece, que era la correspondiente a mi familia, según me habían afirmado. Antes de llegar a mi destino, me acerqué a Luna para felicitarla, aunque ya lo había hecho. No pude evitar acariciar su panza en dónde yacía mi sobrino, ella estaba tan segura que era varón, que había convencido a todos que así era ¿Y quién eran todos para sacarle la ilusión a una madre? Nadie.

Era imposible no desviar la mirada cada vez que la puerta se abría, no había rastros de Matías y eso me estaba proporcionando sentimientos encontrados. Por un lado quería verlo, hacía bastante tiempo, a lo que estábamos acostumbrados, que no lo veía. Por el otro, el simple hecho de hacerlo, mis nervios se acumulaban en mi estómago, dándome pequeñas puntadas.

—¡Hey, viniste! —mi hermano interrumpió la conversación con mamá. Levanté la mirada para saludar a Valentín con una sonrisa, que se esfumó por varios segundos cuando ví quien se encontraba detrás de él.

—Sí, llegué hace un rato —me levanté para saludarlo como se debía. No dudé en abrazarlo, mientras él me daba un beso en la mejilla.

—¿Estás bien?

—Sí ¿Vos cómo estás?

—Soportando los antojos de tu amiga —puso sus ojos en blanco, provocando ría y palmeé su hombro en muestra de compasión.

—¿Ya tiene antojos?

—No, creo que me esta probando.

—Como es Luna... es muy probable.

Miré a Matías en forma de saludo y volví a sentarme, mucho más tensa de lo que ya estaba. Lo único que me salvó durante el resto de la noche fue comer. Comer mientras miraba como mis padres hablaban amistosamente con el mejor amigo de mi hermano. Milagros, como siempre, estaba pegada a él por lo que ya no tenía una aliada que me acompañe.

No lo soporté más y me levanté para ir al baño. Me miré en el espejo, retoqué el maquillaje y mojé un poco mi nuca con agua. Suspiré tranquilizandome, mi celular marcaba que eran las doce de la noche, técnicamente la hora del cumpleaños había pasado por lo que me podía ir lícitamente. Había trabajado, el día fue pagado como extra, así que con esa excusa salí decidida a disculparme con mi amiga, ahora cuñada, para irme.

Condenada por la VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora