Capítulo 33

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  El beso se hizo salvaje. Harry la alzó contra él y la empujó hacia atrás, subiéndola a la encimera. (TN) se aferró a su espalda para no perder el
equilibrio. Harry se colocó entre sus piernas y las joyas del cinturón se clavaron en el interior de los muslos de (TN).
Sus lenguas se acariciaron. El suave gemido femenino resonó como un eco en la cálida boca masculina. (TN) sintió las manos de Harry en la nuca.
Él se apartó para bajarle el maillot hasta la cintura.
—Eres preciosa —gimió, mirándola. Le ahuecó los pechos con las palmas de las manos y le rozó los pezones con los pulgares, provocando
ramalazos de placer en el cuerpo de (TN). Comenzó a besarla de nuevo mientras jugueteaba con ellos. Ella se agarró a los brazos de Harry y
sintió la poderosa fuerza masculina a través de las mangas ondulantes.
Harry abandonó los senos de (TN) y le recorrió la parte trasera de los muslos hasta las nalgas desnudas. Era demasiado para ella. El roce de las
joyas del cinturón en los muslos... la suave caricia de sus manos...
—¡Cinco minutos para la función! —Alguien golpeó con fuerza la puerta de la caravana. —¡Cinco minutos, Harry!
(TN) se bajó de un salto del mostrador como una adolescente culpable y, dándole la espalda, se subió el maillot con nerviosismo. Se sentía
ardiente, agitada y... terriblemente irritada. ¿Cómo podía estar tan ansiosa por entregarse a un hombre que casi nunca le decía una palabra
amable? ¿Un hombre que no respetaba los votos que hacía?
Salió disparada hacia el cuarto de baño, pero se detuvo al oír la voz suave y ronca de Harry.
—No te molestes en preparar el sofá esta noche, cariño. Dormiremos juntos.

Mientras Caroline comprobaba la recaudación y hojeaba un montón de periódicos en la oficina, (TN) vendió las entradas de la segunda función.
Lo hizo de una manera mecánica, sonriéndoles a los clientes automáticamente, pero, aunque habló sin parar, sólo podía pensar en el apasionado
beso que había compartido con Harry y apenas prestó atención a lo que la gente decía. Se derretía ante el recuerdo, pero al mismo tiempo se
sentía avergonzada. No debería haberse entregado a Harry con tal abandono cuando él no sentía ningún respeto por su matrimonio.
En cuanto dejó de sonar la música de la presentación del espectáculo, Caroline abandonó el vagón rojo sin decir ni una palabra y (TN) cerró la
taquilla. Se encontraba contando el efectivo del cajón de la recaudación cuando apareció Heather. Llevaba puesto un maillot de lentejuelas doradas;
el recargado maquillaje hacía que pareciera mayor de lo que era. Cinco aros rojos le colgaban de la muñeca como si fueran pulseras gigantescas y
(TN) se preguntó si iría a algún lugar sin ellos.
—¿Has visto a Caroline?
—Se fue hace unos minutos.
Heather miró a ambos lados para cerciorarse de que estaban solas.
—¿Me das un cigarrillo?
—Me fumé el último esta mañana. Es un vicio horrible y además caro. Te arrepentirás de engancharte a él, Heather.
—Aún no lo he hecho. Fumo sólo por distraerme. —Heather se paseó por la oficina, tocando el escritorio, la parte superior del archivador,
hojeando el calendario de la pared.
—¿Sabe tu padre que fumas?
—¿Acaso vas a decírselo?
—No he dicho eso.
—Pues hazlo si quieres —repuso en tono agresivo. —De todos modos volverá a enviarme con mi tía.
—¿Vives con ella?
—Sí. Pero tiene cuatro niños y la única razón por la que está dispuesta a acogerme es el dinero que le envía papá. Además, así tiene una canguro
gratis para el bebé. Mi madre no podía ni verla —su expresión se volvió amarga, —pero mi padre sólo quiere deshacerse de mí.
—No creo que sea así.
—Y tú qué sabes. A él sólo le importan mis hermanos. Caroline dice que no es culpa mía, sino que Brady no sabe cómo tratar a las mujeres
con las que no se puede acostar, pero sé que lo dice para que me sienta mejor. Creo que sí fuera buena con los malabarismos, él dejaría que me
quedara.
Ahora comprendía (TN) por qué Heather siempre llevaba los aros consigo. Estaba tratando de ganarse el afecto de su padre. (TN) lo sabía todo
sobre cómo intentar complacer a un padre y lo lamentó por esa jovencita con cara de duende y boca sucia.
—¿Has hablado con él? Quizá si supiera cómo te sientes no te haría volver con tus tíos.
Ella puso su cara de chica dura.
—Como si fuera a importarle. Y mira quién va a darme consejos. Todo el mundo habla de ti. Dicen que Harry se casó contigo porque estás
embarazada.
—Eso no es cierto. —repuso (TN), pero antes de que pudiera añadir nada más, sonó el teléfono y se volvió para contestar. —Circo de los Hermanos Lloyd...
—Con Harry Styles, por favor —dijo una voz masculina.
—Lo siento, en este momento no está aquí.
—¿Podría decirle que lo llamó Louis Tomlinson? Ya tiene mi número. Y dígale también que el doctor Horan está intentando ponerse en
contacto con él.
—Le daré el recado. —Colgó y se preguntó quiénes serían esas personas mientras anotaba el mensaje para Harry. Había demasiadas cosas
sobre él que no sabía y no parecía que se las fuera a contar.
Heather se había ido mientras hablaba por teléfono. Con un suspiro, cerró con llave el cajón de la recaudación, apagó las luces y salió de la
caravana.
Los trabajadores ya habían desmantelado la casa de fieras y (TN) pensó en el tigre. Se encaminó hacia el lugar donde estaba situada la jaula,
dejándose llevar hacia allí como si no tuviera ningún control sobre su destino.
La jaula estaba situada sobre una pequeña plataforma a un metro de altura. La luz de los reflectores iluminaba el interior. A (TN) le latía con
fuerza el corazón mientras se acercaba lentamente. Sinjun se levantó y se giró hacia ella.
La joven se quedó paralizada ante el impacto de esos ojos dorados. La mirada del tigre era hipnótica, directa, sin parpadeos. Sintió cómo un
escalofrío le recorría la espalda y cómo se ahogaba en los ojos dorados del animal.
«El destino.»
La palabra atravesó la mente de (TN) como si no fuera ella quien la hubiera puesto allí, sino el tigre. «El destino.»
No fue consciente de lo mucho que se había acercado a la jaula hasta que percibió el olor almizcleño del animal, un aroma que debería de
haber sido desagradable pero que, sin embargo, no lo era. Se detuvo a menos de un metro de los barrotes y se quedó inmóvil. Los segundos
dieron paso a los minutos y (TN) perdió la noción del tiempo.
«El destino.» La palabra volvió a resonar en la mente de la joven.
El tigre era un macho enorme, tenía las patas gigantescas y una marca blanca en la parte inferior del cuello. (TN) comenzó a temblar cuando
el aplastó las orejas dejando a la vista las ovaladas marcas blancas de estas; de alguna manera ella supo que aquel era un gesto de amistad.
El tigre desplegó los bigotes y le ensenó los dientes. El sudor se deslizó entre los pechos de (TN) cuando el animal emitió un rugido; el sonido
diabólico de una película de terror.
No pudo apartar la vista del tigre, aunque supo que era eso lo que él quería. El animal le lanzaba una mirada de desafío: ella debía apartar la
vista primero. Y (TN) quería hacerlo —no era su intención desafiar al tigre, —pero se había quedado paralizada.
Los barrotes parecieron desvanecerse entre ellos y ella sintió como si no tuviera ninguna protección ante él. El tigre podía abrirle la garganta
de un zarpazo, pero aun así, (TN) no podía moverse. Miró directamente a los ojos del animal y sintió como si éste le leyera el alma.
Pasó el tiempo. Los minutos. Las horas. Los años. Con ojos que no parecían suyos, (TN) vio sus propias debilidades y defectos; los miedos que
la mantenían prisionera. Se vio en su privilegiada vida, doblegándose ante voluntades más fuertes que la suya, asustada de enfrentarse a
cualquiera, intentando complacer a todo el mundo menos a sí misma. Los ojos del tigre le revelaron todo lo que quería mantener oculto.
Y luego parpadeó.
El tigre.
No ella.
(TN) observó con asombro cómo desaparecían las marcas blancas de las orejas. El animal estiró su enorme cuerpo y se dejó caer sobre el suelo
de la jaula, desde donde la miró con gravedad y le dio su veredicto:
«Eres débil y cobarde.»
(TN) comprendió la verdad que le dictaban los ojos del tigre, y la sensación de victoria por haber sido capaz de sostenerte la mirada se evaporó
dejándole las piernas débiles y flojas. La joven se hundió en la hierba, donde se sentó en silencio y se abrazó las rodillas, observando al animal
sin miedo, aunque con cierto recelo.
Oyó la música que anunciaba el fin del espectáculo, las voces de los trabajadores que iban de un lado para otro del recinto y los sonidos
habituales mientras recogían los puestos. Casi no había dormido la noche anterior y se fue adormeciendo poco a poco. Se le cayeron los
párpados, pero no llegó a cerrarlos por completo. Apoyó la mejilla en las rodillas y continuó observando al tigre con los ojos entrecerrados
mientras él le sostenía la mirada.
Estaban solos en el mundo; dos almas perdidas. (TN) percibió cada latido. El aire le llenaba los pulmones y el miedo se evaporó lentamente.
Experimentó un profundo sentimiento de paz. El alma de la joven se unió a la del animal y se convirtieron en uno solo; en ese momento
podría haber sido la comida y el sustento del animal, porque no existía ninguna barrera entre ellos.
Y entonces, más rápidamente de lo que hubiera podido imaginar, la paz se rompió y se sintió golpeada por una explosión de dolor que la hizo
gemir. En el fondo de su mente supo que ese dolor provenía del tigre, no de ella, pero eso no hizo que le doliera menos.
«Santo Dios.» Se agarró el estómago y se dobló sobre sí misma. ¿Qué le estaba ocurriendo? «¡Dios mío, haz que se detenga!» No podía soportarlo.
Cayó de bruces en el suelo y en ese momento supo que iba a morir.
Tan bruscamente como había empezado, el dolor desapareció. Respiró hondo y se puso de rodillas temblando.
Los ojos del tigre ardieron de furia contenida. «Ahora sabes cómo se siente un cautivo.»

  Harry estaba furioso. Miró a Caroline y, después, el látigo que él tenía enroscado en el puño. La noche del sábado era el día de cobro de los
empleados y algunos ya estaban borrachos, así que llevaba el látigo como medida disuasoria. Sin embargo, no eran los trabajadores los que le
molestaban.
—¡A mí no me roba nadie! —declaró Caroline, —y (TN) no va a librarse de ésta porque sea tu esposa. —El tono bajo y firme acentuaba la rabia
contenida de la dueña del circo. El pelo rojo lanzaba destellos de fuego sobre su espalda y le chispeaban los ojos.
—No tienes ninguna prueba de que (TN) cogiera el dinero.
Mientras lo decía, Harry se sintió furioso consigo mismo por intentar defenderla. No había más sospechosos.
No le sorprendería que su esposa hubiera cogido dinero —ella habría pensado que se lo merecía, —pero no había esperado que robara en el circo.
Eso sólo demostraba que su libido había nublado su buen juicio.
—Es cierto —espetó ella. —Comprobé la recaudación después de que se fuera. Acéptalo, Harry, tu mujer es una ladrona.
—No quiero que la acuses antes de que hable con ella —dijo él con terquedad.
—El dinero ha desaparecido, ¿no es cierto? Y (TN) estaba a cargo de él. Si ella no lo ha robado, ¿por qué se ha esfumado?
—La buscaré y le preguntaré.
—Quiero que la detengan, Harry. Me robó, y en cuanto la encuentres llamaré a la policía.
Él se detuvo al instante.
—Nunca llamamos a la policía. Lo sabes tan bien como cualquiera. Si es culpable yo me encargaré de ella igual que me encargaría de cualquier
otra persona que hubiera infringido la ley del circo.
—La última persona de la que te encargaste fue aquel conductor que vendía drogas a los trabajadores. Lo dejaste hecho una piltrafa cuando
acabaste con él. ¿Piensas hacer lo mismo con (TN)?
—¡Ya está bien!
—Eres un gilipollas, ¿sabes? No vas a poder proteger a tu estúpida mujercita. Quiero recuperar hasta el último centavo y luego quiero que la
castigues. Y si no lo haces a mi entera satisfacción, me aseguraré de que todo el peso de la ley caiga sobre ella.
—Te he dicho que me encargaré de ella.
—Ya veo cómo lo haces.
Caroline era la mujer más dura que conocía. La miró directamente a los ojos.
—(TN) no tiene nada que ver con lo que pasó entre nosotros. No la utilices para vengarte de mí.  

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