CAPÍTULO 50:

411 15 0
                                    

  Vivir con él le había enseñado algo de orgullo, y (TN) irguió la cabeza.
—Lo creas o no, no me he pasado todo el tiempo pensando en cómo voy a conseguir que te enamores de mí. —Cogió la cesta de ropa que se iba
a llevar a la lavandería. —De hecho, no quiero tu amor. Lo que sí quiero son las llaves de la maldita camioneta.
Las cogió del mostrador y salió corriendo hacia la puerta. Él se movió con rapidez para bloquearle el paso. Harry le quitó la cesta de las manos.
—No pretendo hacerte daño, (TN) —dijo. —Me importas. No quería que fuera así, pero no puedo evitarlo. Eres dulce y graciosa, y me encanta
mirarte.
—¿De veras?
—Aja.
(TN) alargó la mano para limpiarle con el pulgar una mancha del pómulo.
—Bueno, a pesar de que eres un hombre con muy mal genio, también me gusta mirarte.
—Me alegro.
Ella sonrió e intentó coger de nuevo la cesta de la ropa sucia, pero él no se la dio.
—Antes de que te vayas... Caroline y yo hemos hablado. A partir de ahora tendrás una nueva tarea.
Ella lo miró con cautela.
—Ya estoy ayudando con los elefantes y con las fieras. No creo que tenga tiempo para hacer nada más.
—A partir de ahora, ya no te encargarás de los elefantes, y Trey se hará cargo de la casa de fieras.
—Los animales son responsabilidad mía.
—Bien. Puedes supervisarlo si quieres. El hecho es, (TN), que le gustas al público y Caroline quiere aprovecharse de ello. Actuarás conmigo. —Ella
clavó los ojos en él. —Comenzaré a entrenarte mañana.
(TN) se dio cuenta de que le rehuía la mirada.
—¿Entrenarme para que haga qué?
—Tu trabajo consistirá en estar quieta y hermosa.
—¿Y qué más?
—Tendrás que ayudarme. No será difícil.
—Ayudarte. ¿A qué te refieres con eso de ayudarte?
—Sólo eso. Lo hablaremos mañana.
—Dímelo ahora.
—Sostendrás algunas cosas, eso es todo.
—¿Sostenerlas? —(TN) tragó saliva. —¿Las arrancarás de mi mano?
—De tu mano —Harry hizo una pausa, —de tu boca.
(TN) palideció.
—¿De mi boca?
—Es un truco fácil. Lo he hecho centenares de veces, y no debes preocuparte de nada. —Harry abrió la puerta y le puso la cesta en los brazos. —Si
quieres pasarte por la biblioteca, será mejor que te vayas ya. Te veré más tarde.
Con un suave empujón la echó afuera. (TN) se dio La vuelta para decirle que de ninguna manera pensaba actuar en la pista central con él, pero
Harry le cerró la puerta en las narices antes de que pudiera pronunciar una sola palabra.


—¿Puedes intentar mantener los ojos abiertos esta vez?
(TN) notó que Harry estaba perdiendo la paciencia con ella. Estaban detrás de las caravanas, en un campo de béisbol a las afueras de Maryland, un
sitio muy parecido al que habían estado los días anteriores y llevaban así casi dos semanas. La joven tenía los nervios tan tensos que estaban a
punto de estallar.
Tater estaba cerca de ellos, alternando suspiros de amor por su dama con remover el barro. Después de que (TN) se hubiera enfrentado al
elefantito unas semanas atrás, Tater había comenzado a escaparse para buscarla y, finalmente, Digger lo había castigado con el pincho. La joven
no había podido tolerar tal cosa, así que le había dicho que ella se encargaría de cuidar al elefante durante el día cuando vagara por ahí.
Todos —excepto la propia (TN)—parecían haberse acostumbrado a ver trotando a Tater detrás de ella como si fuera un perrito faldero.
—Si abro los ojos daré un respingo —señaló (TN) mientras su marido empuñaba el látigo— y me dijiste que me harías daño si daba respingos.
—Tienes el blanco tan alejado de tu cuerpo que podrías estar bailando El lago de los cisnes y ni siquiera te rozaría.
Había algo de verdad en lo que decía. El rollo de periódico que sostenía en la mano medía más de treinta centímetros y, además, ella tenía el
brazo extendido. Pero cada vez que Harry agitaba el látigo arrancando un trozo del extremo, ella daba un salto. No podía evitarlo.
—Puede que mañana consiga abrir los ojos.
—En tres días estarás en la pista central. Es mejor que los abras ya.
(TN) abrió los ojos de golpe al oír la voz sarcástica y acusadora de Caroline que estaba donde Harry había dejado los látigos enroscados en el suelo.
Tenía los brazos cruzados y el sol arrancaba destellos a su pelo, que brillaba como las llamas del infierno.
—Ya deberías haberte acostumbrado. —Se agachó con rapidez y cogió uno de los rollos de papel de diez centímetros que había en el suelo.
Ésos eran los blancos de verdad, los que se suponía que (TN) debía sostener en la función, pero hasta ese momento Harry no había podido
convencerla para que practicaran con algo que midiera menos de treinta centímetros.
Caroline comenzó a hacer rodar uno de los pequeños rollos entre los dedos como si fuera un pitillo, luego se acercó a (TN) y se detuvo a su lado.
—Quítate de en medio.

¿Odio o amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora