Capítulo 34

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  Harry vio en los ojos de Caroline un destello de vulnerabilidad que rara vez exhibía, pero desapareció con la misma rapidez que apareció.
—Odio desinflar ese precioso ego tuyo, pero veo que aún no te has dado cuenta de que ya no me interesas en absoluto.
Caroline se marchó airada y, mientras la observaba alejarse, Harry supo que mentía.
Los dos compartían una historia larga y complicada que se remontaba al verano en que él tenía dieciséis años y pasaba las vacaciones viajando
con el circo de los Hermanos Lloyd. La familia de Caroline también estaban en la gira de aquel verano y Harry se enamoró perdidamente de la
reina de la pista central.
Se pasaba las noches soñando con su elegancia, su belleza, sus pechos. Las chicas que había conocido hasta ese momento le parecían niñas
comparadas con la deliciosa e inalcanzable Caroline Flack. Además de desearla, sentía cierta afinidad con ella porque ambos buscaban la
perfección en su trabajo. Percibía en Caroline una voluntad similar a la suya.
Pero Caroline también poseía una vena egocéntrica que su padre había alimentado y que Harry nunca había tenido. Sam Flack le había hecho
creer a Caroline que era mejor que los demás. Sin embargo, la trapecista también tenía un lado más suave y maternal y, aunque en aquel
tiempo era muy joven, se comportaba como una gallina clueca con los demás miembros de la compañía, les regañaba cuando se portaban mal,
llenaba sus estómagos con espaguetis y les aconsejaba en amores.
Incluso a los veintiún años le gustaba jugar a ser la gran matriarca y al poco tiempo también había incluido a Harry en el clan, apiadándose del
huérfano de dieciséis años que la observaba con aquellos ojos tan ardientes. Se había encargado de que Harry tomara comidas sanas.
Pero no era eso lo que Harry quería de Caroline, que había acabado liándose con un trapecista mexicano que se llamaba Carlos Méndez.
Al igual que Caroline, Carlos pertenecía a la última generación de una vieja familia del circo y había sido contratado por el padre de Caroline
para que fuera el receptor de ésta en el trapecio.
Pero Sam Flack tenía algo más en mente. Aunque la ascendencia circense de Carlos Méndez no era tan impresionante como la de ellos, a
ojos de Sam era lo suficientemente aceptable para convertirse en el progenitor de la siguiente generación de trapecistas Flack, y Caroline había
complacido a su padre enamorándose de Carlos.
Los celos habían carcomido a Harry. Su linaje circense era más impresionante que el de Méndez, pero Caroline sólo veía a un adolescente flaco
y huesudo que sabía de caballos y tenía talento con los látigos. Ella le había contado sus planes para casarse con el elegante mexicano que
Sam había contratado. Y que le permitiría poner a sus hijos el apellido Flack.
El verano llegó al final y Harry estaba a punto de regresar al colegio. Los Flack habían sido fichados por otro circo para hacer la gira de la
temporada siguiente. Carlos se pavoneaba como un gallo arrogante, aunque por otro lado carecía de materia gris, y el día que Harry se marchaba,
Caroline entró inesperadamente en la caravana de Carlos y se lo encontró desnudando a una de las equilibristas.
Harry jamás olvidaría esa noche. Cuando terminó la función se encontró a Caroline esperándolo. No había llorado y parecía muy calmada.
—Ven conmigo.
A él ni se le ocurrió desobedecerla. Caroline lo llevó al borde del recinto, donde se introdujeron en un pequeño espacio oscuro entre dos
caravanas. El corazón de Harry comenzó a latir con fuerza ante los sombríos y clandestinos propósitos de Caroline mientras se perdía en el
olor almizcleño de su perfume.
La trapecista lo había mirado profundamente a los ojos. Sin decir ni una sola palabra se abrió la blusa y la dejó caer por los brazos.
Aquellos pechos plenos, de redondos pezones oscuros brillaron como nieve bajo la luz de la luna que se colaba entre las caravanas. Caroline le
cogió las manos a Harry y las puso sobre sus pechos.
Él se había imaginado algo como eso cientos de veces, pero las fantasías no le habían preparado para tocar realmente aquellos pechos y sentir
esos redondos pezones bajo los dedos.
—Bésalos —dijo ella.
Los dedos de Caroline bajaron a la cremallera de Harry. Éste aspiró profundamente sobre la húmeda piel de sus senos. Cuando ella lo tomó entre
sus manos, Harry sintió que perdía el control y explotó con un ronco gemido.
Él se había estremecido de satisfacción y humillación. Caroline había presionado entonces sus labios contra los de él, ofreciéndole un beso largo
y profundo. Luego se apartó y, aún con los pechos desnudos y húmedos por la lengua de Harry, se giró entre las caravanas.
Fue entonces cuando él se dio cuenta de que Carlos había estado allí todo el tiempo, observándolos.
El destello duro y triunfante en los ojos de Caroline le dijo a Harry que ella lo había sabido en todo momento y la sensación provocada por
aquella traición fue tan devastadora que no pudo respirar. Él no le importaba. Sólo lo había utilizado para vengarse.
Mientras observaba a su antiguo amante, Caroline pareció olvidarse de que Harry existía.
—He contratado a un nuevo receptor —dijo ella con frialdad. —Estás despedido.
—No puedes despedirme —estalló Carlos. —Soy un Méndez.
—No eres nada. Incluso este chico es más hombre que tú.
Caroline volvió a darse la vuelta y selló los labios de Harry con un beso. A pesar de su lujuria, a pesar de la neblina de la traición, él sintió una
chispa de fría admiración que lo asustó más de lo que lo había hecho nunca el látigo de su tío. Comprendía aquella cruel demostración de
amor propio. Como Caroline, él jamás dejaría que alguien o algo amenazara lo que era, sin importar el precio que tuviera que pagar. A pesar
de odiarla por haberlo utilizado como un peón, no pudo dejar de respetarla por ello.
Caroline pasó los siguientes dieciséis años como artista destacada en los grandes circos del mundo y no hizo otra gira con el circo de los
Hermanos Lloyd hasta que su carrera comenzó a declinar. Para entonces, su padre ya había muerto y Caroline, soltera y sin hijos, se había
convertido en la última Flack.
Owen Loyd le dio la bienvenida al circo de los Hermanos Lloyd y montó el espectáculo en torno a ella. Además, en sus infrecuentes
conversaciones telefónicas con Harry, le reveló lo suficiente como para que éste dedujera que Owen estaba colado por ella.
Harry y Caroline se habían reencontrado hacía dos veranos y, de inmediato, se hizo evidente que había habido un cambio en el equilibrio de
poderes entre ellos. A los treinta y dos años él estaba en la plenitud de su virilidad y no le quedaba nada por probar, mientras que los mejores
años de Caroline como artista ya habían pasado. Harry conocía su propia valía y hacía mucho tiempo que había quedado atrás la baja
autoestima que sentía en la adolescencia. Ella era hermosa, inquieta y, por razones que él no comprendió de inmediato, estaba soltera y sin hijos.
El fuego de la pasión crepitó con fuerza entre ellos, pero esta vez era ella la que lo buscaba a él. Harry no quería hacer daño a Owen y, al principio,
ignoró las insinuaciones sexuales de Caroline. Sin embargo, pronto se hizo evidente que el dueño del circo estaba resignado a que los dos se
liaran y, con su peculiar idiosincrasia, se sintió ofendido cuando Harry continuó desairando a la mujer que él valoraba por encima de todas las
cosas.
Finalmente, Harry la dejó entrar en su cama. Ella era ágil y suave, carnal y apasionada, y él jamás había disfrutado tanto del sexo. Le gustaba
que ella fuera dura y, también, no poder hacerle daño. Porque aunque la apreciaba, no la amaba.
—¿Por qué no te has casado? —le preguntó Harry una noche sentado a la mesa en la lujosa caravana de Caroline, donde ella se disponía a
servirle la comida por segunda vez en el día. Los dos llevaban puestas las batas, la de ella tenía un exótico estampado que hacía que los
brillos rojizos de su pelo parecieran todavía más intensos. —Siempre he pensado que querías tener hijos. Tu padre no esperaba otra cosa.
Ella le puso un plato de lasaña delante y se volvió a la cocina para coger el suyo. Pero no volvió a la mesa. Se quedó inmóvil mirando fijamente
la comida que había preparado.
—Supongo que ambicioné demasiado. Ya sabes que hay cosas que no se pueden tener. Los mejores trapecistas nacemos con una habilidad
especial y el hombre con el que me case tiene que provenir de una buena familia. No me casaré con cualquiera, y mucho menos sin amor.
Amor y linaje. Es una buena combinación. —Llevó el plato a la mesa. —Mi padre solía decir que era mejor que los Flack se extinguieran antes
que tener nietos sin sangre circense. —Se sentó y cogió el tenedor. —Bueno, hice mía esa máxima. Es preferible que los Flack se extingan a
casarme con un perdedor hijo de puta al que no pueda respetar.
—Bien por ti.
Ella tomó un bocado de comida y volvió a dejar el tenedor en el plato. Después observó detenidamente a Harry, con un brillo provocador en los
ojos.
—Los Styles son todavía más importantes que los Flack. Sam me dijo hace años que no debería haberte dejado escapar. Me reí de él porque
por aquel entonces tú eras sólo un niño, pero ahora los cinco años que te llevo no significan nada. Somos los últimos de dos grandes dinastías
circenses.
Divertido, él negó con la cabeza.
—Yo no tengo ninguna intención de perpetuar la dinastía Styles. Lo siento, cariño, pero tendrás que buscar esperma circense en otro lado.
Ella se rio, pinchó un rollito de lasaña y se lo llevó a la boca.
—Menos mal que no te quiero. Si lo hiciera estarías perdido.
Su ardiente relación siguió adelante, tan lujuriosa y apacible que él no prestó atención a la manera, cada vez más posesiva, con la que ella lo
trataba o cómo, poco a poco, comenzó a considerarlo su igual.
—Somos almas gemelas —le dijo ella una noche, con la voz ronca por la emoción, —si fueras mujer, serías yo.
Caroline tenía razón, pero algo en el interior de Harry se rebeló ante la comparación. Admiraba a Caroline, pero había algo en ella que le repelía.
Puede que porque se veía reflejado a sí mismo. Para impedir que dijera nada más, se acomodó entre las piernas femeninas y entró en ella con
un duro envite.
A pesar de los sutiles cambios en el comportamiento de Caroline, él no estaba preparado para lo que sucedió la tarde de aquel verano.
Ese día ella le dijo que le amaba. Y cuando lo hizo, él se dio cuenta de que hablaba totalmente en serio.
—Lo siento —dijo él tan suavemente como pudo cuando ella terminó su declaración, —pero eso no va conmigo.
—Por supuesto que sí. Es el destino. Caroline se negó a escuchar cuando Harry le dijo que él nunca podría amar a nadie —que había perdido la
capacidad de amar cuando era un niño maltratado— y el brillo en los ojos de la joven le dijo que para ella el rechazo no era más que un juego.
Se empeñó en hacerle cambiar de opinión con la misma determinación que empleó antaño para conseguir el triple salto y, sólo cuando él
estaba haciendo la maleta para marcharse después de su última actuación en el circo, comprendió que él no bromeaba. Harry jamás la había
engañado. No la amaba. Y no iba a casarse con ella.
Cuando por fin asimiló aquel tajante rechazo, todo lo que Caroline creía sobre sí misma se hizo trizas y se volvió loca. Fue en ese momento
cuando hizo lo inconcebible, lo que nunca le perdonaría. Fue cuando le rogó que no la dejara.
Harry era, sin duda, la única persona en el mundo que podía comprender la enormidad de lo que ella estaba destruyendo cuando lloró de
rodillas ante él. Había doblegado su orgullo, lo que hacía que fuera quien era.
—Caroline, basta. Tienes que parar. —Intentó levantarla, pero ella se aferró a él y gritó con una desesperación tan desgarradora que él se
llevaría ese sonido consigo a la tumba. En ese momento Harry pudo ver cómo el amor que Caroline sentía por él se convertía en odio.
Owen Lloyd, alertado por el ruido, había irrumpido, de repente, en la caravana y se había dado cuenta de lo que pasaba. Luego había
mirado a Harry y le había señalado la puerta con la cabeza.
—Vete, yo me encargaré de todo.
Una semana después, Caroline se casó con Owen; un hombre que casi le doblaba la edad y que no le dio hijos, y Harry era el único que
sabía por qué. Su rechazo la había herido en lo más profundo de su ser y sólo podía resurgir de sus cenizas uniéndose a alguien poderoso
que la pusiera en un pedestal. Desde que su padre había muerto, ella había recurrido a Owen.

  —¡Harry! —La voz asustada de Heather interrumpió sus perturbadores recuerdos. —¡He visto a (TN)! Está delante de la jaula de Sinjun.
Caroline oyó lo que Heather decía y a se dirigió a Harry:
—Yo me ocuparé de esto.
—No, lo haré yo. Es mi trabajo.
Mientras sus ojos se enfrentaban en una firme batalla de voluntades, él maldijo para sus adentros a Owen Lloyd por hacerlos pasar por eso.
Sólo tras la muerte de Owen se había dado cuenta de cómo éste lo había manipulado con su habitual astucia. Había pensado que
obligándolos a estar juntos, Harry y Caroline resolverían sus diferencias, se casarían y conservarían el circo de los Hermanos Lloyd. Owen
nunca había conocido realmente la naturaleza de ellos dos. Y, por supuesto, Owen no había contado con que una raterilla llamada (TN)
echara a perder sus planes.
Heather caminó al lado de Harry, frunciendo el ceño por ansiedad.
—No ha sido mucho dinero. Sólo doscientos dólares. Él deslizó el brazo alrededor de los hombros de la joven y le dio un apretón.
—Quiero que te mantengas apartada de esto, Heather. ¿Me has comprendido?
Ella levantó la vista y lo miró con preocupación.
—No vas a darle latigazos, ¿verdad, Harry? Es lo que dijo mi hermano. Dijo que le ibas a dar latigazos.

¿Odio o amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora