CAPÍTULO 60:

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  El tigre estaba en la franja de hierba que había entre la casa de fieras y la parte trasera del circo. La puerta de su jaula estaba abierta; se había roto una de las bisagras. El animal tenía las orejas levantadas y sus pálidos ojos dorados se habían clavado en algo que estaba a menos de tres metros de él.
La pequeña de las mejillas sonrosadas. La niña se había separado del resto de la clase y había sido su penetrante grito lo que había captado la atención de Sinjun. La pequeña chillaba despavorida aunque permanecía quieta; la mancha que se le extendía por el babi del jardín de infancia indicaba que se había hecho pis.
Sinjun respondía a los gritos, revelando sus afilados y letales dientes, curvos como cimitarras, diseñados para mantener inmóvil a su presa mientras la despedazaba con las garras. La niña volvió a soltar aquel chillido penetrante. Los poderosos músculos de Sinjun se tensaron y (TN) palideció. Sintió que el tigre estaba a punto de saltar. Para Sinjun, aquella niña que agitaba los brazos y gritaba sin parar era uno de sus más amenazadores enemigos.
Neeco apareció de la nada y corrió hasta Sinjun. (TN) vio la picana en su mano y dio un paso adelante. Quería advertirle que no lo hiciera. Sinjun no estaba acostumbrado a las descargas. No se acobardaría de la misma manera que los elefantes, sólo se enfurecería más. Pero Neeco estaba reaccionando de manera impulsiva, con la intención de contener al tigre de la única manera que sabía, como si Sinjun no fuera más que un elefante revoltoso.
Cuando Sinjun le dio la espalda a la pequeña, girándose hacia Neeco, Harry se acercó con rapidez por el lado contrario. Se acercó a la niña y la cogió entre sus brazos para llevarla a una zona segura.
Y luego, todo pasó en un instante. Neeco presionó la picana en el hombro del tigre. El animal se revolvió enloquecido, rugió lleno de furia y lanzó su enorme cuereo contra Neeco, tirando al domador al suelo; Neeco soltó la picana que rodó fuera de su alcance.
(TN) nunca había sentido tanto terror. Sinjun iba a atacar a Neeco y ella no podía detenerlo de ninguna manera.
—¡Sinjun! —gritó desesperada.
Para sorpresa de la joven, el tigre alzó la cabeza. (TN) no sabía si había respondido a su voz o a otro tipo de instinto. Se acercó a él, a pesar de que le temblaban tanto las rodillas que apenas podía mantenerse en pie. No sabía qué iba a hacer. Sólo sabía que tenía que actuar.
El tigre permaneció encorvado sobre el cuerpo inmóvil de Neeco. Por un momento (TN) pensó que el entrenador estaba muerto, pero luego se dio cuenta de que permanecía quieto a la espera de que el tigre se olvidase de él.
Ella oyó la tranquila pero autoritaria voz de Harry.
—(TN), no des un paso más.
Y luego la de su padre, más chillona.
—¿Qué estás haciendo? ¡Regresa aquí!
(TN) los ignoró a los dos. El tigre se giró ligeramente y se quedaron mirando fijamente el uno al otro. Los dientes afilados y curvos del animal estaban al descubierto, tenía las orejas aplastadas contra la cabeza y la miraba de una manera salvaje. (TN) sintió que estaba aterrorizado.
—Sinjun —dijo ella con suavidad. Pasaron unos segundos. (TN) vio un destello de pelo rojizo entre Sinjun y la carpa principal; era el pelo llameante de Caroline Lloyd. La dueña del circo corría hacia Harry, que ya había dejado a la niña en los brazos de la maestra. Caroline le dio algo a Harry, pero (TN) estaba demasiado aturdida para deducir lo que era.
El tigre pasó por encima del cuerpo de Neeco y centró toda su feroz atención en ella. El animal tenía todos los músculos tensos y preparados para saltar.
—Tengo un arma. —La voz de Harry sólo fue un susurro. —No te muevas.
Su marido iba a matar a Sinjun. Comprendía la lógica de lo que estaba a punto de hacer —con gente en el recinto, un tigre salvaje y aterrorizado era, evidentemente, un peligro, —pero ella no podía consentirlo. Esa magnífica bestia no debía ser ejecutada sólo por seguir los instintos de su especie.
Sinjun no había hecho nada malo, salvo actuar como un tigre. A las personas sólo las encerraban cuando delinquían. A él lo habían arrebatado de su hábitat natural, lo habían encerrado en una jaula diminuta y lo habían obligado a vivir bajo la mirada de sus enemigos. Y ahora, sólo porque (TN) no se había dado cuenta de que la puerta de su jaula estaba rota, iban a matarlo.
Se movió lo más rápidamente que pudo para interponerse entre su marido y el tigre.
—Quítate de en medio, (TN). —El tono tranquilo de su voz no suavizaba la autoridad de su orden.
—No dejaré que lo mates —susurró ella en respuesta. Y se acercó lentamente al tigre.
Los ojos dorados del animal se clavaron en ella. La atravesaron. (TN) sintió cómo el terror de Sinjun penetraba en cada célula de su cuerpo hasta unirse al de ella. Sus almas se fundieron y ella lo oyó en su corazón.
«Los odio.»
«Lo sé.»
«Detente.»
«No puedo.»
(TN) acortó la distancia entre ellos hasta que apenas los separaron dos metros.
—Harry te matará —susurró, mirando fijamente los ojos dorados de la bestia.
—(TN), por favor... —Ella oyó una desesperada tensión en la súplica de Harry y lamentó el desasosiego que le estaba causando, pero no podía detenerse.
Cuando se acercó al tigre, sintió que Harry cambiaba de posición para poder disparar desde otra dirección. (TN) sabía que se le acababa el tiempo.
A pesar del miedo que le oprimía el pecho hasta dejarla sin respiración, se puso de rodillas delante del tigre. Le llegó su olor salvaje mientras lo miraba a los ojos.
—No puedo dejar que mueras —susurró. —Ven conmigo. —Lentamente estiró el brazo para tocarlo.
Una parte de ella esperaba que las poderosas mandíbulas de Sinjun se cerraran sobre su mano, pero había otra parte —su alma tal vez, porque sólo el alma podía resistirse con tal terquedad a la lógica— a la que no le importaba que le mordiera si con eso le salvaba la vida. Le acarició con mucha suavidad entre las orejas.
El pelaje era a la vez suave y áspero. Dejó que se acostumbrara a su contacto, y el calor del animal le traspasó la palma de la mano.
Los bigotes del felino le rozaron la suave piel del brazo, y sintió su aliento a través de la delgada tela de algodón de la camiseta. Él cambió de posición y poco a poco se dejó caer en la tierra con las patas delanteras extendidas.
La calma se extendió por el cuerpo de (TN), que dejó de sentir miedo. Experimentó una sensación mística de bienvenida, una paz que jamás había conocido antes, como si el tigre se hubiera convertido en ella y ella en el tigre. Por un momento (TN) comprendió todos los misterios de la creación: que cada ser vivo era parte de los demás, que todo era parte de Dios, que estaban unidos por el amor, puestos sobre la tierra para cuidar unos de otros. Sin miedo, enfermedad o muerte. No existía nada salvo el amor.
Y en esa fracción de segundo, (TN) entendió que también amaba a Harry de la manera terrenal en que una mujer ama a un hombre.

¿Odio o amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora