Capitulo 4

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El avión, según había descubierto, se dirigía a Londres una de sus ciudades favoritas, algo que tomó como una buena señal en una larga cadena de acontecimientos que se iban volviendo cada vez más desastrosos.

Primero, el estirado y poderoso señor Styles se negó a aceptar el plan. Luego le había saboteado el equipaje. Cuando el chófer descargó una sola maleta del maletero en lugar del juego completo que ella había preparado, (TN) pensó que era una equivocación, pero Harry la sacó rápidamente de su error.

—Viajaremos con poco equipaje. Le ordené al ama de llaves que lo rehiciera por ti durante la ceremonia.

—¡No tenía derecho a hacer eso!

Harry salió de los aseos y al ver cómo iba vestido (TN) sintió un vuelco en el estómago. 

El oscuro traje sastre había sido reemplazado por una camisa vaquera, desgastada por infinidad de lavados, y unos vaqueros tan descoloridos que parecían casi blancos. Los bajos deshilachados del pantalón caían sobre unas botas camperas de piel llenas de rozaduras. 

Llevaba la camisa remangada, mostrando unos fuertes brazos y un reloj de oro con una correa de piel. 

(TN) se mordisqueó el labio inferior. Al pensar en todo lo que su padre podía haberle hecho, nunca se 

le había ocurrido que la casaría con el hombre equivocado.

Él se acercó a ella cargando la maleta con facilidad por el asa. Los ceñidos pantalones revelaban

unas piernas musculosas y unas caderas estrechas. A Anne le hubiera encantado.

—Vamos. Acaban de hacer la última llamada.

—Señor Styles, por favor, no creo que quiera hacer esto. Si me prestara sólo la tercera parte del dinero que legítimamente me pertenece, podríamos poner fin a esta situación.

—Le hice una promesa a tu padre y nunca falto a mi palabra. Quizá sea un poco anticuado, pero es una cuestión de honor.

—¡Honor! ¡Se ha vendido! ¡Dejó que mi padre le comprara! ¿Qué clase de honor es ése?

—Paul y yo hicimos un trato y no voy a romperlo. Por supuesto, si insistes en marcharte, no te detendré.

—¡Sabe que no puedo hacerlo! No tengo dinero.

—Entonces, vámonos. —Él sacó las tarjetas de embarque del bolsillo de la camisa y se puso en marcha.

Ella no tenía dinero ni tarjetas de crédito, y su padre le había ordenado que no se pusiera en contacto con él. 

Con el estómago revuelto, se percató de que no tenía otra alternativa que seguirlo, y cogió la maleta.

Delante de ella, Harry había alcanzado la última hilera de sillas, donde un adolescente estaba sentado fumando. 

Cuando su nuevo marido pasó junto al chico, el cigarrillo de éste comenzó a arder.

Unas 4 horas después (TN) se encontraba bajo una lluvia imparable. 

—Disculpe, Señor Styles pero ¿A Donde nos dirigimos? ¿Nos quedaremos en la ciudad?

—Ves aquella camioneta, esa será tu limusina de ahora en adelante.

—Déjeme decirle, que tiene muy mal sentido del humor. ¿Qué hago con mi maleta? Pesa demasiado.

—Déjala ahí detrás. —Harry lanzó su propia maleta sobre la camioneta, pero no se ofreció a hacer lo mismo con la de ella, igual que no se había ofrecido a llevársela en el aeropuerto.

(TN) rechinó los dientes. Si pensaba que iba a pedirle ayuda, podía esperar sentado. Le dolieron los brazos 

cuando intentó lanzar la voluminosa maleta a la parte trasera. Pudo sentir los ojos de Harry sobre ella y, 

aunque sospechaba que al final agradecería todo lo que el ama de llaves había metido en ella, en ese momento habría dado cualquier cosa por que aquel diseño de Louis Vuitton fuera más pequeño.

Cogió el asa con una mano y sujetó la parte inferior de la maleta con la otra. Con gran esfuerzo, tiró de ella.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó el con falsa inocencia.

—No..., gra... cias. —Las palabras parecían gruñidos más que otra cosa. 

—¿Estás segura?

(TN), que por fin consiguió alzarla para empujarla con el hombro hacia dentro, no tenía suficiente aliento para contestar. 

Sólo unos centímetros más. Se tambaleó sobre los tacones. Un poco más...

Con un grito de consternación, la maleta y ella cayeron hacia atrás. Gritó al impactar contra el pavimento, luego chilló de pura rabia. 

Con la mirada clavada en el cielo se percató de que la maleta había amortiguado la caída y evitado que se lastimara. También se dio cuenta de que había caído de manera desgarbada, con la corta falda ciñéndole los muslos, las rodillas pegadas y los pies extendidos.

Unas oscuras y gastadas botas camperas entraron en su ángulo de visión. Deslizó la mirada por los muslos que se perfilaban bajo los vaqueros y por el ancho pecho y, al llegar a aquellos ojos color azul que brillaban con diversión, (TN) recuperó su dignidad. 

Juntando los tobillos, se apoyó en los codos.

—Esto es justo lo que pretendía.

La risa del hombre fue ronca y oxidada, como si no se hubiera reído en mucho tiempo.

—Si tú lo dices.

—Así es. —Con toda la dignidad que pudo reunir, se impulsó sobre los codos hasta quedar sentada. —A esto es a lo que nos ha llevado su comportamiento infantil. Espero que lo sienta.

Él soltó una carcajada.

—Tú lo que necesitas es un vigilante, cara de ángel, no un marido.

¿Odio o amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora