CAPÍTULO 74:

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  (TN) gimió cuando la alzó en brazos, odiando que la moviera y la hiciera sentir más dolor.
—Nunca te perdonaré por esto —susurró.
—Ya, ya lo sé.
Una abrasadora estela de fuego le bajaba desde el hombro al centro del pecho y desde el vientre hasta la cadera. Sentía tanto dolor que no se dio cuenta de que habían atravesado el recinto y entrado en la caravana hasta que Harry la dejó sobre la cama.
Una vez más, (TN) apartó la mirada de él, mordiéndose los labios para no gritar cuando su marido le quitó lentamente el destrozado maillot.
—Tu pecho... —él contuvo el aliento. —Tienes un verdugón, pero no tienes la piel cortada, sólo amoratada.
El colchón se movió cuando él se levantó, pero regresó enseguida.
—Sentirás frío. Voy a ponerte una compresa.
(TN) dio un respingo cuando él le cubrió la piel ardiente con una toalla húmeda y fría. Apretó los párpados, deseando que pasara todo.
La toalla se calentó por la piel ardiente y Harry se la quitó para reemplazarla por otra. El colchón se hundió de nuevo cuando él se sentó a su lado. Comenzó a hablar, con voz suave y ronca.
—No soy... no soy tan pobre como te he hecho creer. Doy clases en la universidad, pero... pero además me dedico a la compraventa de arte británica. Y soy asesor en algunos de los mejores museos del país.
Las lágrimas se deslizaron por los párpados de (TN) y cayeron en la almohada. Cuando las compresas comenzaron a surtir efecto, el dolor disminuyó y se convirtió en un latido sordo y vibrante.
Harry continuó hablando con frases entrecortadas y titubeantes.
—Me consideran una autoridad en iconografía británica en... en Estados Unidos. Tengo dinero. Prestigio. Pero no quería que lo supieras. Quería que pensaras que era un inculto y pobre trabajador del circo. Quería... ahuyentarte.
—Ya no me importa —se obligó a decir (TN).
Harry hablaba ahora con rapidez, como si se le acabara el tiempo.
—Poseo una... una gran casa de ladrillo. En Connecticut, no lejos del campus. —Con un toque ligero como una pluma, reemplazó la compresa por una nueva. —Está repleta de arte y cosas bellas y también... también tengo un granero en la parte de atrás con un establo para Misha.
—Por favor, déjame en paz.
—No sé por qué sigo viajando con el circo. Siempre que lo hago me juro que será la última vez, pero después pasan unos años y comienzo a sentirme inquieto. No importa si estoy en Inglaterra, en Irlanda, o en Nueva York, al final acabo sintiendo una llamada que me impulsa a volver. Supongo que la sangre Styles siempre correrá por mis venas.
Ahora que ya no importaba, Harry le contaba todo aquello que ella le había rogado que le revelara durante meses.
—No quiero oír más.
Harry le ahuecó la cintura con la mano en un gesto extrañamente protector.
—Ha sido un accidente. Lo sabes, ¿no? No sabes cuánto lo siento...
—Sólo quiero dormir.
—(TN), soy un hombre rico. Esa noche, cuando fuimos a cenar, sé que estabas preocupada por la cuenta... No tienes... no tienes que preocuparte nunca más por el dinero.
—No me importa.
—Sé que te duele. Mañana te encontrarás mejor. Te saldrá un cardenal doloroso, pero no te quedará cicatriz. —Harry vaciló como si se diera cuenta de la terrible mentira que había dicho.
—Por favor —dijo ella. —Si te importo algo, déjame en paz.
Hubo un largo silencio. Luego el colchón se movió de nuevo cuando Harry se inclinó y le rozó los húmedos párpados con los labios.
—Si necesitas algo, enciende la luz. Vendré de inmediato.
Ella esperó que se fuera. Esperó que saliera de la caravana para poder romperse en un millón de pedazos.
Pero Harry no se apiadó de ella. Levantó la punta de la compresa y sopló con suavidad, enviando una oleada de aire que le enfrió la piel. Algo caliente y húmedo cayó sobre ella, pero (TN) estaba demasiado aturdida para saber lo que era.
Finalmente Harry se levantó de la cama y la caravana se llenó de los familiares sonidos de su marido cambiándose de ropa: el sordo ruido de las botas contra el suelo, el leve susurro de las lentejuelas al quitarse el fajín rojo, el roce de la cremallera de los vaqueros. (TN) sintió que pasaba una eternidad antes de que oyera cerrarse la puerta.
El gruñido del tigre saludó a Harry cuando salió de la caravana. Se detuvo en los escalones y tomó aire. Las luces de colores iluminaban los banderines, pero él era incapaz de ver nada más que el obsceno verdugón rojo que cruzaba la frágil piel de (TN). A Harry le picaban los ojos por las lágrimas contenidas y le ardían los pulmones. ¿Qué había hecho?
Se acercó a ciegas a la jaula del tigre. La función aún no había terminado. La zona de las caravanas estaba desierta salvo por un par de payasos con los que evitó cruzarse.
Todo había salido mal esa noche; ¿por qué no había dado por finalizado el número antes? Debería haberle indicado a Digger que enviara a Misha cuando supo que aquello no iba bien. Pero había estado demasiado furioso. Su orgullo le había exigido que hiciera un truco más para intentar salvar la función. Sólo un truco más, como si eso hubiera podido arreglar algo.
Harry apretó los párpados. (TN) tenía una piel pálida y delicada. El verdugón le cruzaba el pecho y aquel dulce vientre todavía plano donde crecía su hijo. Su hijo. Ese ser del que le había dicho a (TN) que se deshiciera. Como si (TN) pudiera hacer algo así. Como si él pudiera dejar que lo hiciera.
Las feas y horribles palabras que había dicho le resonaron en los oídos. Palabras que ella nunca olvidaría ni perdonaría. Porque ni siquiera (TN) tenía el corazón tan grande como para perdonar algo semejante.
Cuando llegó a la jaula, Sinjun le sostuvo la mirada sin parpadear, con tanta atención que pareció llegar a los rincones más profundos de su alma. ¿Qué veía el tigre? Harry traspasó la cuerda de seguridad y agarró los barrotes. Aquel lugar frío y vacío que siempre había tenido en su interior había desaparecido, pero ¿qué había ocupado su lugar?
La mirada de Harry se clavó en la del tigre y se le pusieron los pelos de punta. Por un momento todo quedó en suspenso y luego oyó una voz —su propia voz— diciéndole exactamente lo que veía el tigre.
«Amor.»
El corazón le golpeó las costillas. «Amor.» Ése era el sentimiento que no había reconocido, el sentimiento que había provocado el deshielo. Estaba aprendiendo a amar. (TN) se había dado cuenta. Había sabido lo que le ocurría aunque él lo había negado.
La amaba. Total y absolutamente. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Era más preciosa para él que todos esos iconos antiguos y que las obras de arte que llenaron su vida durante tanto tiempo. Al vivir con ella había aprendido a ser feliz. (TN) le había mostrado la alegría, la pasión, todo... Y lo había hecho con una impresionante humildad. ¿Y qué le había dado él a cambio?
«No te amo, (TN). Nunca lo haré.»
Apretó los párpados al recordar cómo había negado una y otra vez el precioso regalo que ella le daba. Pero con un valor que le dejaba sin aliento, (TN) había seguido ofreciéndoselo. No importaba cuántas veces hubiera negado Harry su amor, ella continuaba brindándoselo.
Ahora aquel amor estaba encarnado en el niño que crecía en el vientre de su esposa. El niño que había dicho que no quería. El niño que deseaba con cada latido de su corazón.
¿Qué había hecho? ¿Cómo iba a recuperar a su esposa? Volvió la cabeza hacia la caravana, deseando que la luz estuviera encendida, pero la ventana permanecía en penumbra.
Tenía que ganársela de nuevo, tenía que hacer que perdonara todas las desagradables palabras que había dicho. Había sido tan arrogante, había estado tan ciego, tan obsesionado con el pasado, que le había dado la espalda al futuro. La había traicionado de un modo tan absoluto que nadie en su lugar lo perdonaría.
Pero (TN) no era una mujer común. Para ella amar era tan natural como respirar. No era capaz de contener su amor igual que no era capaz de hacer daño a nadie. Buscaría misericordia en su dulzura y en su generosidad. No tendría más secretos para ella. Le diría todo lo que sentía y, si eso no la ablandaba, le recordaría aquellos votos sagrados que siempre sacaba a relucir. Se aprovecharía de su simpatía, la intimidaría, le haría el amor hasta que no recordara que la había traicionado. Le recordaría que ahora era una Styles, y que las mujeres Styles luchaban por sus hombres, incluso aunque éstos no se lo merecieran.
La ventana de la caravana seguía a oscuras. Decidió dejarla dormir, darle tiempo para que se recuperara, pero en cuanto amaneciera haría todo lo que estuviera en su mano para ganársela de nuevo.
El circo comenzaba a vaciarse y él se puso a trabajar. Mientras desmontaban la cubierta, pensó en cómo podría demostrarle su amor, cómo podría hacerle ver que, a partir de ahora, todo sería diferente entre ellos. Volvió la mirada a la ventana oscura de la caravana, luego corrió a la camioneta. Diez minutos más tarde, encontró una tienda que abría toda la noche.
No había mucho para elegir, pero se llenó los brazos con todo lo que encontró a su paso: galletitas saladas para niños con forma de animales, un sonajero de plástico azul y un patito amarillo; un ejemplar del libro sobre educación infantil del doctor Spock, un babero de plástico con un conejo de grandes orejas y una caja de harina de avena, porque (TN) tendría que alimentarse bien.
Regresó al circo con los regalos tan rápido como pudo. La bolsa se rompió cuando la cogió del asiento delantero. La cerró con sus grandes manos y corrió hacia la caravana. Cuando (TN) viera todo eso, comprendería lo que ella significaba para él. Lo mucho que quería ese bebé; sabría cuánto la amaba.
Se le cayó el sonajero mientras giraba la manilla de la puerta. El juguete de plástico rebotó en el escalón superior y luego rodó por la hierba. Harry entró corriendo sin prestarle atención.
(TN) se había ido.

¿Odio o amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora