CAPÍTULO 39

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  —Supongo que tendrá que acercarse más para comprobarlo por sí mismo. Llévalo con los demás, ¿de acuerdo? Hay que darles de beber.
El pincho está allí dijo, señalando con la cabeza el objeto apoyado contra el camión.
Ella miró el pincho con autentica aversión. Al fondo de la rampa, Tater barritó y giró sobre sí mismo, como si estuviera llamándola. Luego
se detuvo, y levantó una pata tras otra como si fuera un bebé pataleando. O mucho se equivocaba (TN) o todo eso era por ella.
—¿Qué voy a hacer contigo, Tater? ¿No te das cuenta del miedo que me das?
Armándose de valor, se acercó al fondo de la rampa mientras se metía la mano en el bolsillo para sacar una zanahoria mustia que había
encontrado en la nevera. Esperaba que la siguiera al ver que iba a alimentarlo, y le ofreció la hortaliza con una mano temblorosa.
El animalito alargó la trompa y olisqueó la zanahoria con delicadeza, haciéndole cosquillas en la palma de la mano. Ella retrocedió un paso,
utilizando la zanahoria como cebo para llevarlo con los demás. Tater se la arrebató de la mano y se la llevó a la boca.
(TN) observó con aprensión la mano ahora vacía mientras el alargaba la trompa hacia ella otra vez.
—N-no tengo más.
Pero no era comida lo que él quería; era perfume.
Metió la trompa por el cuello de la camiseta de (TN) buscando el olor que tanto le gustaba.
—Amiguito... lo siento... yo...
¡Zas! Con un dramático barrito, Tater le dio un golpe con la trompa y la tiró al suelo. (TN) gritó. Al mismo tiempo, Tater levantó la cabeza y
volvió a barritar, anunciando al mundo la profunda traición de la que acababa de ser objeto: ¡(TN) no llevaba perfume!
—(TN), ¿estás bien? —Harry apareció de la nada y se puso en cuclillas a su lado.
—Estoy bien. —Hizo una mueca de dolor al sentir una punzada en la cadera.
—¡Maldita sea! No puedes dejar que este animal continúe haciéndote eso. Caroline me ha dicho que ayer también te tiró.
Por supuesto, Caroline no había podido resistirse a dejar pasar algo como eso, pensó (TN), tensándose al cambiar de postura.
Por el rabillo del ojo, vio cómo Neeco se acercaba a grandes zancadas hacia ellos.
—Yo me encargaré de esto —les dijo.
(TN) soltó un grito ahogado cuando lo vio coger el pincho.
—¡No! ¡No le pegues! Ha sido culpa mía. Yo... —Ignorando el dolor, se obligó a ponerse de pie y se interpuso de un salto entre Neeco y Tater,
pero llegó demasiado tarde.
Horrorizada, observó cómo Neeco golpeaba al elefantito en aquel lugar sensible detrás de la oreja. Tater soltó un agudo chillido y retrocedió.
Neeco se acercó de nuevo a él, levantando el pincho para propinarle un segundo golpe.
—Ya basta, Neeco.
(TN) no oyó las suaves palabras de advertencia de Harry porque ya se había lanzado sobre la espalda de Neeco.
—¡No vuelvas a pegarle! —con un grito de indignación, intentó arrebatarle el pincho.
Alarmado, Neeco tropezó, y tras recuperar el equilibrio, soltó una maldición y se dio la vuelta. (TN) no pudo sujetarse a sus hombros y sintió
que se resbalaba. Pero en vez de caer al sucio por segunda vez ese día, Harry la atrapó en sus brazos.
—Ya te tengo.
Caroline se acercó con rapidez.
—Por el amor de Dios, Harry, hay periodistas en el recinto.
Mientras la dejaba en el suelo, (TN) se preparó para sufrir una bronca de Harry. Pero para su sorpresa, Harry se volvió hacia Neeco.
—Creo que Tater ha captado el mensaje la primera vez.
Neeco se puso rígido.
—Sabes tan bien como yo que no hay nada más peligroso que un elefante se vuelva contra sus adiestradores.
(TN) no pudo morderse la lengua.
—¡Es sólo un bebé! Y fue culpa mía. No me he puesto perfume y se enfadó conmigo.
—Cállate, (TN) —dijo Harry con suavidad.
—Tu bebé pesa una tonelada —dijo Neeco apretando los labios. —No dejaré que ninguno de los que trabaja conmigo se ponga sentimental con
los animales. No podemos correr riesgos. Actuando de esa manera pones en peligro la vida de la gente; los animales tienen que saber quién
manda.
(TN) dejó salir toda su frustración.
—¡Las vidas de los animales también tienen valor! Tater no pidió que lo encerraran en un circo. No pidió que lo llevaran por todo el país en un
remolque maloliente, ni que le ataran para ser exhibido delante de personas ignorantes. Dios no creó a los elefantes para que hicieran equilibrios
sobre sus patas. Los creó para que vagaran libres.
Caroline se cruzó de brazos y alzó una ceja con ironía.
—Ya la veo tirando pintura roja a los abrigos de piel. Harry, controla a tu esposa o la echaré de mi circo.
Ni el más mínimo atisbo de emoción cruzó por la cara de Harry cuando sus ojos se encontraron con los de Caroline.
—(TN) es la encargada de los elefantes. Por lo que he visto, sólo cumplía con su trabajo.
A (TN) casi se le detuvo el corazón. ¿Sería posible que su marido la estuviera defendiendo?
El placer de la joven se desvaneció cuando él se volvió hacia ella, señalando con la cabeza el remolque de los elefantes.
—Se está haciendo tarde y aún no lo has limpiado con la manguera. Vuelve al trabajo.
Ella se dio la vuelta y, deseando que los tres se fueran al infierno, volvió a su tarea. Sabía que los animales que viajaban con el circo debían
estar bajo control, pero la idea de que estaban siendo obligados a comportarse en contra de su naturaleza, le molestaba. Tal vez encontrara
tan perturbadora su situación porque sentía que tenía algo en común con ellos. Como los animales del circo, estaba cautiva contra su voluntad
y, como ellos, su guardián tenía todo el control.

Caroline miró por la ventana y vio a (TN) Styles forcejeando con un fardo de heno. Caroline casi sintió lástima por ella —y la hubiera sentido
de haber sido otra persona, —pero (TN) era el instrumento con el que podía castigar a Harry. Qué humillado debía de sentirse.
Seguro que estaba embarazada, ¿por qué otra razón se hubiera casado Harry con esa mujer? Pero a pesar de lo mucho que odiaba a Harry,
el circo lo significaba todo para Caroline, y le parecía denigrante que la sangre de los Styles —una de las familias más famosas en la historia
del circo— pasara a la siguiente generación a través de una ladronzuela. Cada vez que miraba a (TN), Caroline se preguntaba cómo podría
haber mantenido la cabeza en alto si no se hubiera hecho pública la verdad sobre (TN).

Tiempo después (TN) no pudo recordar cómo consiguió aguantar durante los diez días siguientes mientras el circo recorría Londres antes de
cruzar la frontera. Durante el día Harry y ella estaban solos en la camioneta y, cuando él se dignaba a hablarle, ella sentía como si le estuviera
pinchando con carámbanos. Ni siquiera compartían las comidas. Harry siempre se abría alguna lata de conservas mientras ella estaba en el
cuarto de baño arreglándose para la función y le dejaba preparado un plato de comida mientras él se cambiaba. Nunca le preguntó qué le
apetecía comer ni le pidió que cocinara, aunque ella tampoco habría tenido fuerzas para hacerlo.
Algunas veces (TN) pensaba que había soñado aquel apasionado beso que habían compartido. Ahora a ni siquiera se tocaban, salvo en esas
ocasiones en las que se quedaba dormida en la camioneta y se despertaba acurrucada contra él. Cuando eso ocurría se apartaba de un salto,
sólo para sentir la intensa energía sexual que existía entre ellos, tan palpable como la brisa que entraba en la camioneta.
O puede que todo eso fuera cosa de su imaginación. Tal vez Harry no se sentía atraído por ella. ¿Cómo iba a encontrar atractiva a una chica
con las manos llenas de ampollas, la nariz quemada por el sol y los codos llenos de costras, que no vestía otra cosa que ropa de trabajo sucia?
En algún momento de la última semana había dejado de maquillarse hasta la hora de la función. Durante el día se recogía el pelo en una coleta,
con algunos rizos sueltos que le caían sobre el cuello y las mejillas. En sólo dos semanas había abandonado las costumbres de toda una vida.
Ni siquiera sabía quién era cuando se miraba en el espejo.
Siempre estaba cansada. Se quedaba dormida en el sofá antes de medianoche, pero luego, una vez que Harry entraba en la caravana, le resultaba
imposible volver a dormirse. Daba igual lo que hiciera, daba vueltas durante horas hasta que finalmente caía en un sueño intranquilo y se
despertaba sin haber descansado. Se sentía agotada, confundida e increíblemente sola.
Como todos creían que era una ladrona, continuaban haciendo todo lo posible para evitarla y, por otro lado, tampoco había mejorado la relación
con los elefantes. Tater todavía se comportaba como si lo hubiera traicionado. Varias veces llegó a considerar la posibilidad de ponerse perfume,
pero la asustaba todavía más el cariño del elefantito que su odio. Cuando Neeco y Digger estaban cerca, el animal la dejaba tranquila, pero, si
no estaban a la vista, buscaba cualquier oportunidad para arrojarla al suelo; la derribó tantas veces que (TN) tenía magulladuras por todas partes.
Los otros elefantes se dieron cuenta enseguida de que era una presa fácil y la convirtieron en el blanco de todas sus travesuras. La rociaban
con agua, le chillaban y la tiraban al suelo si se acercaba demasiado. Lo peor era ver cómo esperaban a que se aproximara a ellos antes de
divertirse a su costa. Neeco le decía que, como se negaba a usar el pincho, tenía lo que se merecía y que jamás vencería.
Aunque se mantuvo alejada de Sinjun y averiguó más cosas de él por lo que les oyó a los demás. Era un tigre viejo, tenía unos dieciocho años y
fama de arisco. Según Digger, ninguno de sus entrenadores había conseguido ganar su confianza, y todos lo consideraban imprevisible y peligroso.
Como su marido.
Harry la confundía de tal manera que no sabía qué pensar de él. Tan pronto se comportaba como un monstruo sádico como aparecía por el
camión de los elefantes con unos nuevos guantes de trabajo para ella o una gorra de béisbol para que no se quemara con el sol. Y, más de una
vez, llegó justo a tiempo de bajar una carretilla cargada de estiércol por la rampa antes de que (TN) tuviera ocasión de hacerlo. Sin embargo, la
mayor parte del tiempo sólo parecía sentir pena por ella.
Era un día insoportablemente cálido para estar sólo a mediados de mayo. La temperatura superaba los treinta y cinco grados y la espesa
humedad dificultaba la respiración. De nuevo instalaron el circo en un aparcamiento, en un pequeño pueblo, y el asfalto negro intensificaba el
calor. Los elefantes ya habían conseguido tirar a (TN) dos veces ese día y, la segunda vez, se raspó el codo. Para empeorar las cosas, todos los
miembros del circo parecían disfrutar de un tiempo de relax excepto ella.

En ese momento, le comenzó a arder la piel y su deshidratada garganta clamó por agua. Vio una manguera enganchada al camión del agua,
que serpenteaba hasta la zona de las fieras. Corrió hacia ella, presa del pánico porque jamás se había sentido tan acalorada.
Una vez más oyó el rugido, y le sorprendió ver a Sinjun en su jaula cociéndose bajo el sol. Oleadas de calor rebotaban contra el asfalto, y las
rayas naranjas y negras del tigre parecían brillar débilmente.
No todos los animales estaban debajo de la carpa de las fieras. Algunos estaban en una pequeña zona cercada entre la carpa de los animales
y el circo. Chester, un camello de aspecto enfermizo, no estaba demasiado lejos de allí, al lado de Lollipop, una llama de ojos somnolientos.
Un gran toldo de nailon blanco, un tanto gastado, les daba sombra; pero nada protegía a Sinjun del sol inclemente que lo golpeaba a través
de los barrotes de la jaula. Igual que ella, Sinjun parecía haber sido escogido para que los demás abusaran de él.
El animal clavó los ojos en (TN) con amarga resignación, sin siquiera molestarse en mover las orejas. Detrás de él, la llama emitió un sonido
extraño, pero el camello no le hizo ni caso. El calor del asfalto traspasaba la suela de las deportivas de (TN) y le quemaba los pies.
Le goteaba el sudor entre los pechos. Los ojos de Sinjun le taladraron el alma. «Calor. Tengo calor.»
(TN) odiaba ese lugar donde los animales se exhibían en jaulas. El extraño sonido de la llama reverberó en sus oídos. Le dolía la cabeza y
tenía el estómago revuelto por el olor a moho del toldo de nailon. Instintivamente dio un paso atrás, intentando alejarse del sol, y de esos
tristes animales, del horrible calor y de ese olor nauseabundo. Pisó un charco. Miró hacia abajo y vio una fuga en la manguera que llevaba
el agua al abrevadero.
Sin ni siquiera pensar lo que estaba haciendo, corrió hacia donde la manguera se conectaba a la boquilla de latón. La tomó y cortó el flujo
del agua. Hasta que sólo cayeron unas gotas en sus manos.
Entrecerró los ojos ante el resplandor que se reflejaba en el sucio toldo blanco y sintió los ojos de Sinjun quemándola, derritiéndole la piel.
«Calor. Tengo tanto calor.»
(TN) miró el agua fría que le goteaba en las manos. Accionó la boquilla de nuevo, levantó la manguera y comenzó a rociar agua fría en la jaula
de tigre.
¡Sí!
Al momento sintió el alivio del animal en su propio cuerpo.
—¡Eh! —Digger se acercó a ella corriendo tan deprisa como sus artríticas rodillas se lo permitían. —¡Detente, (TN)! Para de una vez,
¿me has oído? El tigre le enseñó los dientes al anciano. (TN) se giró con rapidez y lanzó el chorro de agua fría al hombre, mojándole la
mugrienta camisa de trabajo.
—¡No te acerques!
Digger se detuvo.
—¿Qué estás haciendo? ¡Vas a matar al tigre! A los felinos no les gusta el agua.
Volvió a dirigir el chorro al tigre y sintió un fresco alivio en los huesos, como si estuviera mojándose ella misma.
—A éste sí.
—¡Te he dicho que te detengas! No puedes hacer eso.
—A Sinjun le gusta. Míralo, Digger.
Cierto, en vez de alejarse del agua, el tigre se recreaba en ella, permaneciendo inmóvil bajo el chorro. Mientras continuaba mojando al felino,
(TN) quiso decirle a Digger que eso no habría sido necesario si él hubiera hecho mejor su trabajo, pero sabía que el pobre hombre no podía
hacer más de lo que hacía y se mordió la lengua.
—¡Dame eso!
Neeco se había plantado detrás de ella y alargó el brazo para quitarle la manguera de la mano. Pero (TN) ya estaba harta de Neeco Martin
y no dejó que se la arrebatara.
El agua cambió de dirección. (TN) soltó un jadeo al sentir toda la fuerza del chorro en la cara, pero no soltó la manguera.
Él le retorció la muñeca.
—¡Detente, (TN)! Dame la manguera.
El rugido enloquecido de Sinjun vibró a través del pesado aire de la tarde, ahogando por completo el alboroto habitual del circo. La jaula
tembló cuando Sinjun lanzó su enorme cuerpo contra los barrotes, casi como si estuviera intentando llegar a Neeco para protegerla. Alarmado,
el domador soltó la muñeca de (TN) y se volvió hacia los rugidos.
Sinjun aplanó las orejas contra la cabeza y le siseó al hombre. (TN) le arrancó de un tirón la manguera.
—Condenado tigre loco —masculló Neeco. —Alguien debería haberlo doblegado hace años.
(TN) envió otro chorro de agua a la jaula. Con más seguridad de la que sentía, le dijo:
—No le gusta que te metas conmigo.
—Mira eso, Neeco —dijo Digger. —A ese cabrón le gusta el agua.
—¿Qué coño pasa aquí?
Todos se volvieron hacía Harry, que se acercaba a ellos. (TN) se limpió los ojos con la manga de la camisa sucia mientras seguía apuntando el
chorro de agua hacia la jaula del tigre.
—(TN) ha decidido duchar a Sinjun —dijo Neeco.
—¿Duchar a Sinjun? —Harry la observó con esos inescrutables ojos verdes.
—Sinjun tenía calor —explicó ella débilmente. —Quería que lo refrescara.
—¿Te lo ha dicho él?
(TN) estaba demasiado agotada para responder. Además, ¿cómo podía explicarle que Sinjun se había comunicado con ella? Ni siquiera ella
podía comprender esa especie de conexión mística que parecía tener con el tigre.
Dirigió el chorro del agua al barro que se había acumulado en el fondo de la jaula.
—Estas jaulas están asquerosas. Habría que limpiarlas con más frecuencia.
Digger se mostró ofendido.
—Yo no puedo con todo. Si crees que las jaulas están asquerosas, quizá deberías limpiarlas tú misma.
—Vale. Lo haré.
¿Qué estaba diciendo? Sólo unos minutos antes, había decidido irse de allí, y ahora se ofrecía voluntaria para echarse más trabajo a la espalda.
¿Cómo iba a poder encargarse de otra tarea si casi no lograba terminar las que le asignaban?
Harry frunció el ceño.
—(TN), tú ya haces demasiado. Apenas te mantienes en pie y no quiero que hagas nada más.
La joven ya estaba un poco harta de que su marido le dijera lo que podía o no podía hacer.
—Ya he dicho que lo haría, y lo haré. Ahora, a menos que Neeco y tú queráis acabar tan mojados como Digger, será mejor que me dejéis sola.
La sorpresa brilló en los ojos de Harry. Neeco la presionó más.
—(TN) no consigue siquiera terminar las tareas que le asigno. ¿Cómo se va a ocupar también de las fieras?
—No lo hará —dijo Harry firmemente.
—Lo haré.
—(TN)...
—No puedes decirme lo que tengo que hacer en mi tiempo libre.
—No tienes tiempo libre —le recordó.
—Entonces supongo que tendré que trabajar más rápido.
Él la miró durante un buen rato. (TN) vio brillar en sus ojos algo que no pudo comprender del todo. ¿Un poco de reconocimiento? ¿Un atisbo de
respeto?
—¿De verdad quieres hacerlo? —le preguntó él.
—Sí.
—¿Estás segura de saber lo que haces?
Ella le sostuvo la mirada sin pestañear.
—No tengo la menor idea.
Una emoción que casi parecía ternura brilló en los ojos de Harry, pero desapareció tan pronto como éste asintió bruscamente con la cabeza.
—Vale, estarás a prueba durante unos días. Puedes trabajar aquí un par de horas a primera hora de la mañana y luego te encargarás de hacer
lo que te mande Neeco.
Digger comenzó a protestar.
—¡Pero necesito ayuda! ¡No puedo hacerlo todo yo solo!
—Tampoco puede hacerlo (TN) —dijo Harry en voz baja.
Sorprendida, la joven clavó los ojos en él. Él arqueó una ceja.
—¿Algo más?
(TN) acababa de recordar que le daban miedo los animales, pero no era el momento de sacar el tema a colación y negó con la cabeza.
—Entonces, serás tú quien se ocupe de las fieras.
Mientras Harry se alejaba, (TN) pensó que cada vez que lo consideraba el malo de la película, él la sorprendía. También se dio cuenta de que
ya no le daba miedo. No de verdad. Harry tenía unas reglas duras y, para (TN), injustas, pero siempre se ceñía a ellas y (TN) no podía imaginárselo
comprometiéndose en algo en lo que no creyera.
Durante las horas siguientes, regó las jaulas con la manguera y limpió la porquería acumulada mientras intentaba mantenerse lo más alejada
posible de los animales. Cuando por fin terminó, estaba incluso más sucia que cuando empezó, dado que se había añadido barro a la mugre que
la cubría.
Convenció a uno de los trabajadores para que moviera la jaula de Sinjun a la sombra, luego le puso heno limpio a Chester y a Lollipop.
El camello intentó patearla, pero la llama se mantuvo tranquila, y cuando (TN) miró los ojos somnolientos de Lollipop, decidió que por fin había
encontrado un animal que le gustaba.
—Eres toda una dama, Lollipop. Nos vamos a llevar muy bien.
La llama movió los belfos y le lanzó un escupitajo maloliente.
Eso era gratitud, sí señor.  

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