CAPÍTULO 36

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  Cuando Caroline miró los doscientos dólares que Harry le daba, supo que tenía que escapar de allí y, un momento después, aceleraba por la
carretera en su Cadillac sin importarle adónde iba; necesitaba celebrar la humillación de Harry en privado. A pesar de todo su orgullo y
arrogancia, Harry Styles se había casado con una ladrona.
Sólo unas horas antes, cuando Danielle le había dicho que Harry se había casado, Caroline se había querido morir. Había podido tolerar el
horrible recuerdo del día en que perdió el orgullo, cuando se rebajó delante de él, porque había sabido que Harry nunca se casaría con otra.
¿Cómo iba a encontrar a una mujer que le comprendiera como lo hacía ella, su alma gemela? Si no podía casarse con Caroline, mucho menos
podría hacerlo con otra, y gracias a ese pensamiento su orgullo había sobrevivido.
Pero hoy todo se había acabado. Aún no podía creer que él le hubiera negado ese último placer. Se recordaba a sí misma llorando y abrazándose
a él, rogándole que la amara, con la misma claridad que si acabara de ocurrir.
Y ahora, con más rapidez de la que podía haber imaginado, él estaba siendo castigado y ella podría dormir tranquila. No podía imaginar un
golpe más amargo para el orgulloso Harry. Al menos su humillación había sido privada, pero la de él había sido en público. Caroline incendió la
radio y el coche se inundó con el sonido del rock duro. Pobre Harry. En realidad lo compadecía. Se había negado a casarse con la reina de la
pista y había terminado con una ladrona.

  Mientras Caroline Lloyd volaba por la carretera bajo la luz de la luna, Heather estaba acurrucada en el asiento trasero del Airstream de su padre
con los delgados brazos cruzados sobre el pecho y las mejillas húmedas por las lágrimas.
¿Por qué había hecho algo tan feo? Si su madre estuviera viva, podría habérselo contado todo, podía haberle explicado que ni siquiera lo había
planeado, pero el cajón de la recaudación estaba abierto y odiaba a (TN); así que, simplemente, había cogido el dinero. Su madre la habría
ayudado a arreglarlo todo. Pero ella había muerto. Y Heather sabía que si su padre se enteraba algún día de lo que había hecho, la odiaría para siempre.  

  —Aquí tienes la pala —dijo el hombre que se ocupaba de los elefantes. —Ahí está la carretilla. Y ahí el camión con el estiércol.
Digger, que era quien se encargaba de los animales de Neeco Martin, el domador, le dio una pala y se alejó cojeando. Era un hombre mayor que
padecía artritis; tenía el rostro arrugado y los labios hundidos por la falta de dientes. Digger era ahora el jefe de (TN).
(TN) miró la pala. Ése era su castigo. Se había imaginado que Harry la mantendría confinada en la caravana, que utilizaría aquel lugar como
una celda ambulante, pero debería haber sabido que él no se conformaría con algo tan sencillo.
La noche anterior (TN) había llorado en el sofá hasta quedarse dormida. No tenía ni idea de si Harry había dormido en la caravana ni de si
había regresado. Por lo que ella sabía, hasta podía haber pasado la noche en compañía de una de las showgirls. La invadió la tristeza. Harry
apenas le había hablado esa mañana salvo para decirle que tendría que trabajar para Digger y que no debía abandonar el recinto sin su permiso.
Desvió la mirada desde la pala que sostenía en la mano al interior del camión. Los elefantes ya habían bajado del remolque a través de unas
anchas puertas correderas situadas en el centro de éste, justo encima de la rampa. A (TN) se le puso un nudo en el estómago y una oleada de
intranquilidad hizo que le subiera la bilis a la garganta. Había mucho estiércol. Muchísimo. En algunas partes la paja estaba casi limpia. En
otras había sido aplastada por las gigantescas patas de los paquidermos.
Y aquel olor...
(TN) volvió la cabeza y aspiró aire fresco. Su marido creía que era una ladrona y una mentirosa y, como castigo, la obligaba a trabajar con los
elefantes a pesar de que ella le había dicho que los animales le daban miedo. Volvió a mirar hacia dentro del camión.
Adiós a su modelito de Carolina Herrera.
(TN) se sintió derrotada y, justo en ese momento, supo que había fallado. No podría hacerlo. Otras personas parecían tener una fortaleza a la
que recurrir en tiempos de crisis, pero (TN) no. Era débil y no hacía nada a derechas. Todo lo que su padre y Harry habían dicho de ella era verdad.
Sólo servía para charlar en las fiestas y eso no le valía de nada en este mundo. Con el sol cayendo a plomo sobre su cabeza, rebuscó en su interior,
pero no encontró ni un ápice de coraje. Se dio por vencida. Tiró la pala sobre la rampa.
—¿Ya te has dado por vencida?
(TN) bajó la mirada. Harry estaba al pie de la rampa. Ella asintió lentamente con la cabeza.
Él le sostuvo la mirada con las manos apoyadas en las caderas cubiertas por unos vaqueros descoloridos. —Los hombres han hecho apuestas
sobre si harías o no el trabajo.
—¿Y qué has apostado tú? —La voz de (TN) apenas era un susurro y a él le sonó como un graznido.
—No estás preparada para recoger mierda, cariño. Cualquiera puede verlo. Pero, y sólo para que conste en acta, no he apostado nada.
No era por lealtad hacia ella, de eso estaba segura, lo habría hecho para mantener su reputación como jefe. Lo miró con una distante curiosidad.
—Has sabido todo el tiempo que no podría hacerlo, ¿verdad?
—Sí, lo sabía —dijo Harry, asintiendo lentamente con la cabeza.
—Entonces, ¿por qué me has hecho pasar por esto?
—Eras tú la que tenía que entender que no podías soportarlo. Pero has tardado demasiado tiempo en darle cuenta, (TN). Intenté decirle a tu padre
que no ibas a sobrevivir aquí más que una bola de nieve en el infierno, pero no quiso escucharme. —La voz de Harry se volvió casi suave y, por
alguna razón desconocida, a ella le molestó más aquello que el anterior desprecio de su marido. —Vuelve a la caravana, (TN), y cámbiate de ropa.
Te pagaré un billete de avión.
«¿Adonde iré?», se preguntó. No tenía ningún lugar al que ir. Oyó el rugido de Sinjun y miró hacia su jaula, pero el camión del agua le bloqueaba
la vista.
—Te daré dinero para que puedas mantenerte hasta que encuentres trabajo.
—Eso es lo que te pedí en la limusina y no aceptaste. ¿Por qué lo haces ahora?
—Le prometí a tu padre que te daría una oportunidad. He mantenido mi palabra.
Dicho lo cual, él se dio la vuelta para dirigirse a la caravana, seguro de que ella lo seguiría. Esa arrogante seguridad atravesó el dolor de (TN) y lo
transformó en un ramalazo de ira, tan extraña en su tranquila naturaleza que la joven apenas reconoció lo que era. Él estaba tan convencido
de su derrota que ni siquiera dudaba del hecho de que fuera a rendirse.
«¿Iba a rendirse?»

  

¿Odio o amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora