CAPÍTULO 64:

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  A primera hora de la tarde, la lluvia se había convertido en un diluvio. Gracias al impermeable que le había prestado Harry, (TN) no se había mojado la cabeza, pero para cuando terminó de comprobar la casa de fieras y visitar a Tater, tenía los vaqueros cubiertos de lodo y sus deportivas estaban tan duras que parecían zapatos de cemento.
Esa noche, los artistas habían comenzado a hablar con ella antes de la función. Brady se disculpó por la rudeza que había mostrado el día anterior y Danielle la invitó a ir de compras esa misma semana. Los Tolea y los Lipscomb la felicitaron por su valentía y los payasos le dieron un ramillete de flores de papel.
A pesar del mal tiempo, la publicidad que había rodeado la fuga de Sinjun había atraído a mucha gente y lograron vender todas las entradas de la función matinal. Jack había narrado la historia heroica de (TN), pero ella lo había echado a perder al soltar un grito cuando Harry le rodeó las muñecas con el látigo.
Cuando acabó la función, (TN) volvió a ponerse los vaqueros enlodados en la zona provisional de vestuarios que se había dispuesto junto a la puerta trasera del circo para que los artistas no se mojaran los trajes de actuación. Se abrochó el impermeable, inclinó la cabeza y salió rápidamente bajo las ráfagas de lluvia y viento. Aunque no eran ni las cuatro de la tarde, la temperatura había descendido mucho y para cuando llego a la caravana le castañeteaban los dientes. Se quitó los vaqueros, puso el calentador en marcha y encendió todas las luces para iluminar la estancia.
Cuando la luz llenó el confortable interior y la caravana comenzó a caldearse, (TN) pensó que aquel lugar nunca le había parecido tan acogedor.
Se puso un chándal color melocotón y unos calcetines de lana antes de empezar a trajinar en la pequeña cocina. Solían cenar antes de la última función y, durante las últimas semanas, había sido ella quien se había encargado de hacer la comida; le encantaba cocinar cuando no tenía que guiarse por una receta.
Canturreó mientras cortaba una cebolla y varios brotes de apio antes de empezar a saltearlos con ajo en una pequeña sartén; luego añadió un poco de romero.
Encontró un paquete de arroz silvestre y lo añadió junto con más hierbas aromáticas. Sintonizó la radio portátil del mostrador en una emisora de música clásica.
Los olores hogareños de la cocina y los exuberantes acordes del Preludio en do menor de Rachmaninov inundaron la caravana. Hizo una ensalada, añadió pechuga de pollo a la sartén y agregó el vino blanco que quedaba en una botella que habían abierto hacía varios días.
Se empañaron las ventanas y regueros de condensación se deslizaron por los cristales. La lluvia repiqueteaba contra el techo metálico, mientras los olores, la música suave y la acogedora cocina la mantenían en un cálido capullo. Puso la mesa con la descascarillada vajilla de porcelana china, las soperas de barro, las desparejadas copas y un viejo bote de miel que contenía unos tréboles rojos que había recogido en el campo el día anterior, antes de la fuga de Sinjun. Cuando finalmente miró a su alrededor, pensó que ninguna de las lujosas casas en las que había vivido antes le había parecido tan perfecta como aquella caravana destartalada.
La puerta se abrió y entró Harry. El agua se le deslizaba por el impermeable amarillo y tenía el pelo pegado a la cabeza. Ella le pasó una toalla mientras él cerraba la puerta. El estallido distante de un trueno sacudió la caravana.
—Huele bien aquí dentro. —Él echó un vistazo a su alrededor, al interior cálidamente iluminado, y (TN) observó en su expresión algo que parecía anhelo. ¿Había tenido alguna vez un hogar? Por supuesto no cuando era niño, pero, ¿y de adulto?
—Tengo la cena casi lista —dijo ella. —¿Por qué no te cambias?
Mientras Harry se ponía ropa seca, ella llenó las copas de vino y revolvió la ensalada. En la radio sonaba Debussy. Cuando él regresó a la mesa con unos vaqueros y una sudadera gris, ella ya había servido el pollo con arroz.
Harry se sentó después de que (TN) tomara asiento. Cogió su copa y la levantó hacia ella en un silencioso brindis.
—No sé cómo estará la comida. He utilizado los ingredientes que tenía a mano.
Harry la probó.
—Está buenísima.
Durante un rato comieron en un agradable silencio, disfrutando de la comida, la música y la acogedora caravana bajo la lluvia.
—Te compraré un molinillo de pimienta con mi próximo sueldo —dijo ella, —así no tendrás que condimentar la comida con lo que contiene esa horrible lata.
—No quiero que te gastes tu dinero en un molinillo para mí.
—Pero si te gusta la pimienta.
—Eso no viene al caso. El hecho es...
—Si fuese a mí a quien le gustase la pimienta, ¿mi comprarías un molinillo?
—Si quisieras...
Ella sonrió.
Harry pareció quedarse perplejo.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Un molinillo de pimienta?
—Oh, no. A mí no me gusta la pimienta.
Él curvó la boca.
—Me avergüenza admitirlo, (TN), pero parece que empiezo a entender estas conversaciones tan complejas que tienes.
—Pues a mí no me sorprende. Eres muy brillante.
Le dirigió una sonrisita traviesa.
—Y tú, señora, eres la bomba.
—Y además sexy.
—Eso por supuesto.
—¿Podrías decirlo de todas maneras?
—Claro. —Harry la miró con ternura y le cogió la mano por encima de la mesa. —Eres sin duda la mujer más sexy que conozco. Y la más dulce...
A (TN) se le puso un nudo en la garganta y se perdió en las profundidades verdes de los ojos de Harry. ¿Cómo había podido pensar que eran fríos? Bajó la cabeza antes de que él pudiese ver las lágrimas de anhelo.
Él comenzó a hablarle de la función y pronto se reían del lío que se había formado entre uno de los payasos y una señorita muy bien dotada de la primera fila. Compartieron los pequeños detalles del día: los problemas de Harry con uno de los empleados o la impaciencia de Tater por estar atado todo el día. Planearon un viaje a la lavandería para el día siguiente y Harry mencionó que tenía que cambiar el aceite de la camioneta. Podrían haber sido un matrimonio cualquiera, pensó (TN), hablando del día a día, y no pudo evitar sentir la esperanza de que, después de todo, pudieran resolverse las cosas entre ellos.
Harry le dijo que fregaría los platos si se quedaba a hacerle compañía, después se quejó, naturalmente, por el número de utensilios que ella había utilizado. Mientras él bromeaba con ella, a (TN) se le ocurrió una idea.
Aunque Harry le había hablado abiertamente de su linaje Styles, no le había revelado nada sobre su vida actual, algo que para ella era mucho más importante. Hasta que él le dijera a qué se dedicaba cuando no viajaba con el circo no existiría entre ellos una verdadera comunicación. Pero no se le ocurría otra manera de averiguar la verdad más que engañándolo. Decidió que quizá no había nada malo en decir una pequeña mentirilla cuando era la felicidad de su matrimonio lo que estaba en juego.
—Harry, creo que tengo una infección de oído. —Él dejó lo que estaba haciendo y la miró con tal preocupación que a (TN) le remordió la conciencia.
—¿Te duele el oído?
—Un poquito. No mucho. Sólo un poquito nada más.
—Iremos al médico en cuanto termine la función.
—Para entonces todas las consultas estarán cerradas.
—Te llevaré a urgencias.
—No quiero ir a urgencias. Te aseguro que no es nada serio.
—No voy a dejar que viajes con una infección de oído.
—Supongo que tienes razón. —(TN) vaciló; sabía que ahora tocaba poner el cebo. —Tengo una idea —dijo lentamente. —¿Te importaría mirármelo tú?
Él se quedó quieto.
—¿Quieres que te examine yo el oído? —(TN) se sintió culpable. Ladeó la cabeza y jugueteó con el borde de la arrugada servilleta de papel. Al mismo tiempo, recordó la manera en que él le había preguntado si estaba vacunada del tétanos o cómo había administrado los primeros auxilios a un empleado. Tenía derecho a saber la verdad.
—Supongo que, sea cual sea tu especialidad, estarás cualificado para tratar una infección de oído. A menos que seas veterinario.
—No soy veterinario.
—Vale. Entonces hazlo.
Él no dijo nada. (TN) contuvo los nervios mientras recolocaba los tréboles y alineaba los botes de sal y la pimienta. Se obligó a recordar que aquello era por el bien de Harry. No podría conseguir que su matrimonio funcionara si él insistía en mantener tantas cosas en secreto.
Lo oyó moverse.
—Vale, (TN). Te examinaré.
La joven alzó la cabeza con rapidez. ¡Lo había conseguido! ¡Por fin lo había pillado! Con astucia, había logrado que admitiera la verdad. Su marido era médico y ella había logrado que confesara.
Sabía que se enfadaría cuando la examinara y descubriera que no tenía nada en el oído, pero ya se las arreglaría después. Sin duda alguna podría hacerle entender que había sido por su bien. No era bueno para él ser tan reservado.
—Siéntate en la cama —dijo. —Y acércate a la luz para que pueda ver.
Ella lo hizo.
Harry se demoró secándose las manos delante del fregadero antes de dejar a un lado la toalla y acercarse a ella.
—¿No necesitas el instrumental?
—Está en el maletero de la camioneta y preferiría no tener que mojarme otra vez. Además, hay más de una manera de diagnosticar una infección de oído. ¿Cuál de ellos te duele?
(TN) vaciló una fracción de segundo, luego señaló la oreja derecha. Harry le retiró el pelo a un lado y luego se inclinó para examinarla.
—No veo bien con esta luz, acuéstate.
(TN) se recostó en la almohada. El colchón se hundió cuando él se sentó a su lado y le puso la mano en la garganta.
—Traga.
Lo hizo.
Harry apretó con la punta de los dedos.
—Otra vez.
(TN) tragó por segunda vez.
—Mmm. Ahora abre la boca y di «ah».
—Ahhh...

¿Odio o amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora