CAPÍTULO 48:

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  Harry terminó de reparar la grúa y se dirigió a la caravana para lavarse las manos llenas de grasa. Mientras tomaba el cepillo de las uñas y el jabón
de debajo del fregadero, se obligó a reconocer que Caroline tenía razón. (TN) sabía cómo ganarse al público y, aunque no había querido admitirlo
antes, ya había pensado en incluirla en el número. Su reticencia provenía de lo difícil que sería entrenarla.
Todas las ayudantes con las que había trabajado en el pasado habían sido artistas con experiencia y no les daban miedo los látigos. Pero (TN) sentía
terror. Si se sobresaltaba cuando no debía...
Ahuyentó ese pensamiento. Podía entrenarla para que no se sobresaltase y permaneciese completamente inmóvil. Su tío Sergey lo había entrenado
a él y lo había hecho tan bien que incluso cuando la función terminaba y aquel pervertido hijo de puta lo hostigaba por alguna ofensa imaginaria, Harry
no había movido ni un solo músculo.
Su mente había recorrido aquel tortuoso camino de su infancia más veces de las que quería recordar y no quería remover aquella mierda otra vez,
así que apartó un lado aquellos viejos recuerdos. Había otra ventaja en utilizar a (TN) como ayudante, una más importante que el simple hecho de
cambiar el número, le daría a él una razón válida para mandarle menos trabajo, una razón contra la que ella no podría discutir.
Aún no podía creer que (TN) se hubiera negado a permitir que le facilitara las cosas. Esa mañana Harry había vuelto a insistir, pero algo en la expresión
de su esposa lo había hecho desistir. El trabajo era importante para ella; se había dado cuenta de que (TN) lo consideraba una especie de prueba
de supervivencia.
Pero a pesar de lo que ella pensaba, él no tenía intención de permitir que acabara agotada. Lo supiera (TN) o no, actuar en la pista central con él
era mucho menos duro que recoger estiércol de elefante. O limpiar jaulas.
Mientras se lavaba las manos y se las secaba con una toalla de papel, recordó lo frágil que la había sentido bajo ellas la noche anterior. La manera
de hacer el amor de su esposa había sido tan buena que lo asustaba. No se lo había esperado, nunca se hubiera imaginado que (TN) tuviera tantas
facetas: inocente y tentadora, infantil e insegura, agresiva y generosa. Había querido conquistarla y protegerla al mismo tiempo, y ahora estaba
jodidamente confundido.
Al otro lado del recinto, (TN) salió del vagón rojo. A Harry no le agradaría descubrir que había hecho un par de llamadas a larga distancia con su
móvil, pero ella estaba más que satisfecha con lo que había aprendido del guardián del zoo de San Diego. El hombre le había sugerido algunos
cambios que ella intentaría llevar a cabo: tenía que reajustar la dieta de los animales, darles vitaminas extras y cambiar los horarios de alimentación.
Caminó hacia la caravana, donde había visto dirigirse a su marido unos minutos antes. Al terminar las tareas en la casa de fieras había ido a echarle
una mano a Digger, pero el hombre le había dicho con un gruñido que no necesitaba su ayuda, así que (TN) había decidido aprovechar esas horas
libres para ir a la biblioteca de la localidad. La vio al pasar por el pueblo y quería investigar un poco más sobre los animales. Pero antes tenía que
conseguir que Harry le dejara las llaves de la camioneta, cosa que, hasta entonces, no había conseguido.
Cuando ella entró en la caravana, él estaba delante del fregadero lavándose las manos. La atravesó una especie de vértigo absurdo. Harry era demasiado
grande para un lugar tan estrecho y (TN) pensó que aquella oscura presencia que él poseía parecía mucho más adecuada para vagar por un páramo
inglés del siglo XIX que para viajar con un circo itinerante del siglo XX. Harry se volvió y ella contuvo el aliento ante el impacto de esa mirada color
verde.
—¿Podrías dejarme las llaves de la camioneta? —dijo (TN) cuando recuperó la voz. —Tengo que hacer unos recados.
—¿Vas a ir a comprar tabaco?
—Por si no te has dado cuenta, he dejado de fumar.
—Estoy orgulloso de ti. —Harry lanzó la toalla de papel a la basura y (TN) observó cómo la camiseta se le pegaba al pecho húmedo de sudor. Tenía
una mancha de grasa en el brazo. —Te llevaré dentro de una hora o así.
—Puedo ir sola. Esta mañana vi una lavandería al lado de la biblioteca del pueblo. He pensado que podría hacer la colada y, al mismo tiempo, pillar
algún libro. ¿Te parece bien?
—Genial. Pero prefiero llevarte yo.
—¿Tienes miedo de que te robe la camioneta?
—No. Es sólo que... la camioneta no es mía. Es del circo y no creo que tú debas conducirla.
—Soy una conductora excelente. No voy a darle ningún golpe.
—Eso no puedes asegurarlo.
(TN) tendió la mano decidida a salirse con la suya.
—Por favor, dame las llaves.
—Te acompañaré y aprovecharé para coger un libro de la biblioteca.
Ella le dirigió su mirada más intimidante.
—Las llaves, por favor.
Él se frotó la barbilla con los dedos como si considerase la idea.
—Hagamos un trato. Desabróchate la camisa y te daré las llaves.
—¿Qué?
—Es mi mejor oferta. O la tomas o la dejas.
Al observar el brillo divertido en los ojos de Harry, (TN) se preguntó cómo alguien tan serio podía tener una naturaleza tan juguetona cuando se
trataba de sexo.
—¿De verdad esperas que yo...?
—Aja. —Harry se apoyó en el fregadero y se cruzó de brazos, esperando.
Una ardiente llamarada de excitación atravesó el cuerpo de (TN) al ver el deseo en los ojos de Harry. No estaba segura de estar preparada para otro
encuentro sexual con él, pero por otra parte... ¿qué daño podía hacerle jugar un rato? La humedad de la blusa le recordó que llevaba toda la
mañana trabajando y que estaba sucia. Aunque por otro lado, él también lo estaba y, después de todo, sólo retozarían un poco. Entonces ¿qué
importaba lo demás?
Lo miró por encima del hombro con un gesto altivo.
—No acostumbro a utilizar mi cuerpo como moneda de cambio. Es ofensivo.
—Siento que pienses así. —Sacó las llaves del bolsillo y, con exagerada inocencia, las lanzó al aire y las cogió con la mano.
La suave piel de los pechos de (TN) se erizó bajo la húmeda camisa y los pezones se le pusieron como guijarros.
—¿De verdad te gustaría que hiciera algo así?
—Cariño, me encantaría.
Conteniendo una sonrisa, (TN) se desabrochó lentamente el botón superior.
—Está bien, pero sólo una miradita. —Una vocecilla interior le dijo que estaba jugando con fuego, pero la ignoró.
—Con una miradita conseguirás la llave de la puerta, pero no la del contacto.
Daisy se desabrochó otro botón.
—¿Qué tendría que hacer para conseguir la llave del contacto?
—¿Llevas sujetador?
—Sí.
—Pues quitártelo.
(TN) sabía que debería poner fin al juego en ese momento, pero se desabrochó el siguiente botón.
—Bueno, supongo que como eres el responsable de la camioneta, es normal que pongas tú las reglas.
Se tomó su tiempo con los últimos botones. Cuando estuvieron todos abiertos, agarró las solapas de la blusa y jugueteó con ellas, tomándole el
pelo, aunque sabía que lo estaba provocando.
—Quizá debería pensármelo un poco más.
—No hagas que me ponga duro. —El ronco susurro de Harry no era amenazador, pero hizo que (TN) se pusiera a temblar.
—Ya que te pones así... —abrió la blusa, mostrando un sujetador con un estampado floral.
—Quítatelo también.
(TN) se lo acarició con la mano, pero no lo abrió.
—Haz lo que te digo y nadie resultará herido.  

¿Odio o amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora