Capitulo 5

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—¡No me llame así!

—Agradéceme que te llame así. —Cogió el asa de la maleta y la lanzó con facilidad sobre la parte trasera de la camioneta como si no pesara más que el orgullo de (TN). Luego tiró de ella hasta ponerla en pie. Abrió la puerta de la camioneta y la empujó al sofocante interior.

(TN) esperó para hablar hasta que hubieron dejado el aeropuerto atrás. Viajaban por una carretera de doble sentido que se dirigía a las afueras de la ciudad, como ella no se lo había esperado.

Matorrales y maleza bordeaban ambos lados de la carretera y el aire caliente que entraba por las ventanillas abiertas de la camioneta le agitaba los cabellos contra las mejillas. Adoptando un tono suave, (TN) rompió el silencio.

—¿Podría encender el aire acondicionado? Se me enreda el pelo.

—Lleva años sin funcionar.

Tal vez estuviera ya entumecida, porque aquella respuesta no la sorprendió. Los kilómetros pasaron volando y los signos de civilización escaseaban cada vez más. De nuevo le preguntó lo que se había negado a contestar cuando bajaron del avión.

—¿Podría decirme adonde nos dirigimos?

—Es mejor que lo veas por ti misma.

—Eso no suena muy esperanzador

—Por decirlo de una manera suave, donde vamos no hay salón de cóctel.

Vaqueros, botas. ¡Tal vez fuera ranchero! Ella no sabía que había ganaderos ricos en Londres. Quizás estuvieran dirigiéndose 

hacia el sur. «Por favor, Dios, que sea ranchero. Que sea igual que un episodio repetido de Dallas. Que haya una hermosa casa, 

ropas de diseño, y una piscina.»

—¿Es usted ranchero?

—¿Parezco ranchero?

—Lo que parece es un psiquiatra. Responde a una pregunta con otra.

—¿Los psiquiatras hacen eso? Nunca he ido a uno.

—Por supuesto que no. Es evidente lo bien que le funciona la cabeza.

Ella había intentado que el comentario sonara sarcástico, pero el sarcasmo nunca se le había dado bien y pareció que lo estaba adulando.

(TN) miró por la ventanilla el hipnótico paisaje de la carretera. Totalmente ensimismada, vio una casa desvencijada con un árbol en el patio delantero lleno de comederos de pájaros hechos de calabaza. El aire caliente los movía.

Cerró los ojos y se imaginó fumando. O lo intentó. Hasta ese día, no se había dado cuenta de lo mucho que dependía de la nicotina. 

En cuanto se adaptara a la nueva situación, tendría que dejar de fumar. En cuanto llegara a su nueva vida, tendría que replantearse muchas cosas. Por ejemplo, nunca fumaría en la casa del rancho. Si le apetecía un cigarrillo, saldría a fumárselo a la terraza, en el balancín al lado de la piscina.

Mientras seguía soñando, se encontró rezando otra vez: «Por favor, Dios, que haya terraza. Que haya piscina...»

Un poco más tarde, la despertó el traqueteo de la camioneta. Se incorporó bruscamente, abrió los ojos y soltó un grito ahogado de asombro.

—¿Pasa algo?

—Dígame que eso no es lo que creo que es.

El dedo de la joven temblaba cuando señaló hacia el objeto que se movía al otro lado del polvoriento parabrisas.

—Es difícil confundir a un elefante con otra cosa.

Era un elefante. Un elefante de verdad, vivito y coleando. La bestia recogió un fardo de heno con la trompa y lo lanzó hacia atrás. 

Mirando la deslumbrante luz del atardecer, (TN) rezó para estar todavía durmiendo y que aquello sólo fuera una pesadilla.

—Dígame que estamos aquí porque quiere llevarme al circo.

—No exactamente.

—¿Va a ir usted solo?

—No.

(TN) tenía la boca tan seca que le resultaba difícil articular las palabras.

—Sé que no le gusto, señor Styles, pero, por favor, dígame que no trabaja aquí. 

—Soy el gerente.

—Gerente de un circo —repitió ella débilmente. 

—Exacto.

Atontada, (TN) se dejó caer contra el asiento. A pesar de su optimismo, era incapaz de encontrar una luz al final del túnel.

¿Odio o amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora