CAPÍTULO 73:

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  —¿Quieres que aborte? —susurró (TN).
—¡No me mires como si fuera un monstruo! ¡No te atrevas a mirarme así! Te dije desde el principio lo que pensaba de ese tema. Te abrí mi corazón para que lo entendieras. Pero, como siempre, has decidido que sabes más que nadie. Aunque no tienes ni una pizca de cordura en tu maldito cuerpo, ¡decidiste que eres más lista que nadie!
—No me hables así.
—¡Confié en ti! —Harry hizo una mueca cuando las primeras notas de la balalaica rompieron el silencio de la noche. Era la señal para entrar en la pista. —Creía que tomabas las pastillas, pero me has engañado.
Ella negó con la cabeza y se tragó la bilis que le subía por la garganta.
—No voy a deshacerme del bebé.
—¡Por supuesto que sí! Harás lo que yo diga.
—Tú tampoco quieres. Sería algo horrible.
—No tan horrible como lo que tú has hecho.
—¡Harry! —gritó uno de los payasos. —Es su turno.
Cogió el látigo de su hombro.
—Nunca te lo perdonaré, (TN). ¿Me oyes? Nunca. —Apartándose de ella, desapareció en dirección a la pista.

(TN)se quedó paralizada, embargada por una desesperación tan profunda y amarga que no podía respirar. Oh, Santo Dios, ¡qué tonta había sido! Había pensado que él la amaba, pero Harry había tenido razón todo el tiempo.
No sabía amar. Le había dicho que no podía hacerlo y ella se negó a creerle. Ahora tendría que pagar por ello.
Demasiado tarde recordó algo que había leído sobre los tigres: «Los machos de esta especie se desvinculan por completo de la vida familiar. No participan en la cría de los cachorros, ni siquiera los reconocen.»
Harry iba incluso más lejos. Quería aplastar esa brizna de vida que se había vuelto tan preciosa para ella. Quería destruirla antes de que pudiera llegar al mundo.
—¡Espabila, (TN)! Te toca. —Madeline la agarró y la empujó hacia la puerta trasera del circo.
El foco la iluminó. Desorientada, levantó el brazo, intentando protegerse los ojos.
—... y ninguno de nosotros sabe cuánto le ha costado a esta joven entrar en la pista con su marido.
(TN) se movió automáticamente al compás de la música de la balalaica. Apenas lo escuchó. No veía nada salvo a Harry, el traidor, en el centro de la pista.
Las luces arrancaban brillos carmesí del látigo que caía hasta sus brillantes botas negras, titilaban en el pelo oscuro de Harry y en sus pálidos ojos verdes, que brillaban como los de un animal acorralado.
(TN) seguía bajo la luz del foco cuando Harry comenzó a mover el látigo. Pero esa noche el baile del látigo no hablaba de seducción, sino de locura salvaje, de furia.
El público ovacionó con aprobación al principio, pero según transcurría el número, percibió la tensión de (TN). La comunicación fluida que siempre había existido entre ellos había desaparecido. La joven ni siquiera se sobresaltó cuando Harry cortó el rollo de papel en su boca, de hecho actuaba como una autómata.
La embargaba una desesperación tan profunda que no sentía absolutamente nada. El ritmo del acto decaía en picado. Harry destruyó uno de los rollos en dos cortes, otro en cuatro. Olvidó una variante en la que había añadido una serpentina al extremo del rollito, y cuando envolvió las muñecas de (TN) con el látigo, los espectadores se removieron inquietos.
En el aire se palpaba la tensión de la pareja y lo que antes había sido un acto de seducción ahora parecía una violenta parodia. En lugar de un marido intentando ganarse el amor de su esposa, el público veía a un hombre peligroso amenazando a una pequeña mujer frágil e indefensa.
Harry notó lo que ocurría y se dejó llevar por su amor propio. Se dio cuenta de que no podía permitirse el lujo de rodearla con el látigo sin que el público se pusiera en su contra, pero por otro lado necesitaba un gesto final que diera por concluida la actuación antes de indicar a Digger que soltara a Misha.
Deslizó la mirada por el cuerpo de (TN) y sus ojos cayeron sobre la flor de papel que emergía entre sus pechos, y se dio cuenta de que la había olvidado antes. Con un gesto de cabeza le indicó a (TN) lo que iba a hacer. La joven lo observó sin moverse; lo único que quería era acabar de una vez para poder marcharse y ocultarse del mundo.
La música de la balalaica creció en intensidad mientras ella clavaba los ojos en su marido. Si no hubiera estado tan petrificada, se habría dado cuenta del sufrimiento de Harry, de que lo embargaba una pena tan profunda como la suya.
Él movió los brazos y dio un latigazo con un rápido movimiento de muñeca. La punta del látigo voló hacia ella como docenas de veces antes, pero esta vez
(TN) lo vio todo a cámara lenta. Con una extraña sensación de desapego, ella esperó que volaran los pétalos de la flor, pero en su lugar sintió un dolor abrasador.
Se quedó sin aliento. Una punzada ardiente atravesó su cuerpo cuando el látigo impactó en ella desde el hombro hasta el muslo.
La pista comenzó a girar y ella a caer. Pasaron unos segundos y luego volvió a sonar la música, una enérgica y alegre melodía que parecía un extraño contrapunto a aquel dolor tan intenso que le impedía respirar. Sintió que la alzaban unos brazos fuertes y que los payasos entraban a la pista a toda velocidad.
(TN) seguía consciente aunque no quería. A sus oídos llegó una oración. La música, el murmullo del público, todo resonaba débilmente detrás del muro de dolor que la envolvía.
—¡Apartad! ¡Atrás todos!
La voz de Harry. Era Harry quien la llevaba en brazos. Harry, el enemigo. El traidor.
(TN) sintió el duro y cortante frío del exterior cuando la tendió al lado de la carpa. Su marido se inclinó sobre ella, utilizando su cuerpo para ocultarla de los demás.
—Cariño, lo siento. Oh, Dios mío, cuánto lo siento.
(TN) utilizó las fuerzas que le quedaban para apartar la mirada de él y clavarla en la polvorienta lona de nailon. Jadeó de dolor cuando Harry rozó con una mano los pedazos desgarrados del maillot.
(TN) tenía los labios tan secos y pegados que no podía abrirlos.
—No me toques...
—Déjame ayudarte. —La respiración de Harry era rápida y entrecortada. —Te llevaré a la caravana.
(TN) gimió cuando la alzó en brazos, odiando que la moviera y la hiciera sentir más dolor.
—Nunca te perdonaré por esto —susurró.   

¿Odio o amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora