¿Qué crees que pasa cuando cometes un pequeño error en tu instituto y te expulsan?
No suena nada bien, ¿verdad? Te aseguro que es mucho peor de lo que suena. Mucho más cuando debes cambiarte de ciudad y vivir con tu hermano. Y sus amigos.
Soy Jessic...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Jess —una voz lejana se plantó en mis oídos.
Decidí ignorarla, pero volvió, esa vez acompañada de unas manos heladas sobre mis brazos.
—Hey, hermosa. Despierta —el susurro se hacía cada vez más espeso.
Mis ojos se fueron abriendo poco a poco, encontrando aquel rostro bien perfilado, con esos rulos desechos y alborotados que colgaban de su cabeza. Verlo era una linda forma de despertar. Sonreí al ver sus ojos café oscuro, recibiendo una respuestas exacta. No podía quejarme si veía esos hoyuelos, no había forma.
Recobré mi postura, sacando todo el poco sueño que quedaba en mí.
—¿Sí? —no pude evitar soltar una estúpida sonrisa.
Debía mejorar extremadamente mi forma de disimular.
—Tu padre ha llegado.
Esas palabras bastaban para arruinar mi día. Es que, ¿de qué forma debía estar luego de enterarme que mi padre, no era mi padre? Lo estaba tomando bastante bien, a decir verdad.
Durante mucho me pregunté la razón de la separación de mis padres, la reacción de él, el abandono y la poca comunicación. Ahí lo entendía todo, pero seguía confundida, no sabía a quién detestaba más en ese instante, si a mi madre; la infiel, o a mi padre; aquel que renunció a todo, incluyéndome a mí. Por todo ese tiempo pensé que la culpa había sido mía, y mi madre lo sabía, sin embargo, calló la verdadera razón y dejó que esa inseguridad creciera en paz. Él, por su parte, prefirió culparme directamente, prohibiendo a mi hermano el contacto conmigo.
No daba crédito a la situación, no podía entender, mucho menos creer lo que estaba pasando.
Me puse de pie, ignorando su presencia al salir de la celda. Hasta llegar al estacionamiento mi boca seguía completamente cerrada, y mis ojos, puestos en cualquier otra cosa que no fuera él. El cielo aún seguía página, calculando en mi mente las seis en punto de la mañana.
Nos detuvimos frente un auto gris, dejándo al helado viento impactar por todo mi cuerpo.
—Ten —mi padre, aunque no sé por qué lo llamaba así, le entregó un juego de llaves junto a dos sobres amarillos a Zack—. Tú y Owen vayan a Holmby Hill y a Brentwood. Entregan los sobres, allí está la fianza y algunas cosas más, Jessica y yo iremos por los demás.
Sin esperar réplica, comenzó a caminar hacia el lado contrario.
—¿Puedo ir con ellos? —inquirí con rapidez, antes de que avanzara más.
Se detuvo en seco y volteó.
—No, vendrás conmigo —ordenó, volviendo a su paso.
Le di una mirada desesperada a los chicos, pero ellos eran incapaces de hacer cualquier cosas, no podían. Zack me regaló una sonrisa ladina, seguida de un guiño, era lo único que necesitaba para sentir menos estrés.