49 .- Chantajes.

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Jess.

—¡Los putos amos están de vuelta! —vociferé, dejando caer la puerta a mis espaldas, en un intento por hacer el mayor ruido posible—. ¡Y hemos traído regalos!

Desde mi posición, los pasos y jalones comienzan a escucharse en el segundo piso, seguido de algunos gritos y de Brent presentándose ante nosotros con una gran sonrisa y un moretón en el ojo izquierdo. Porque claramente, Zack y yo nos fuimos, pero los problemas y desastres de la casa se habían quedaron, y más fuertes que nunca.

—¡Jess! —saltó hacia mí, abrazándome fuertemente.

—Cuidado con las manos, campeón —Zack retiró la mano de Brent de mi cadera, en tono territorial—. Es mi zona, ¿entiendes lo que digo?

Este dejó de abrazarme, para dedicarnos una mirada aberrante, con ojos entrecerrados y actitud hostil.

Es mi zona, ¿entiendes lo que digo? —imitó la voz de Zack. No pude evitar reír—. Ah, pero luego dicen que no pasa nada, que solo estaban buscando un arete en el auto. Mentiras, puras mentiras.

Se alejó en dirección a la cocina, resoplando y balbuceando reclamos casi imperceptibles. Solo pude reír, porque, ¿qué iba a decirle? No tenía la menor idea de qué sentíamos Zack y yo en aquel tiempo, ¿cómo le explicaba eso a un chico que solo piensa en sexo y escape? No podía, porque, sencillamente, el que él lo entendiera iba a ser más difícil que la explicación.

—¡No te vayas! ¡Dime qué te pasó en el ojo! —intenté detenerlo, pero fue en vano.

Volteé a ver a Zack, con ambas manos en mi cintura.

—¿Es mi zona? —alcé una ceja, señalando la ubicación de mis manos—. ¿No encontraste nada menos informativo?

Este se encogió de hombros, con una mueca divertida. Se acercó a mí con sigilo, pasando sus manos por mi cintura y apegándose a mí, dispuesto a besar.

Demonios, quería que lo hiciera, deseaba, más que nada, que me besara, así como lo había hecho en Chicago, sin embargo, olvidé cuál era mi nombre y lo que eso significaba: desastres. Además de ningún momento de verdadera intimidad dentro de una casa en la cual viven más de cinco personas, cual fraternidad, solo que menos universitaria y fraternal. Como si estuviera escrito en un guión, la voz de Malkon junto al resto de la casa interrumpió nuestro momento romántico.

—¡Hermanita! —gritó, al bajar las escaleras, caminando con rapidez hacia mí y enrollandomé con sus brazos—. Demonios, no vuelvas a irte.

—Sí, por favor, no lo hagas de nuevo —la delicada voz de Noah resaltó en la habitación—. Tu hermano es un desastre cuando no estás.

Caminó hasta mí y apartó a Malkon de un tirón, para abrazarme. Un abrazo de Noah Jackson es todo lo que podías llegar a querer en tu vida, lleno de cariño, sinceridad y lealtad, de esos que, por más que sepas que esa persona no está para nada de humor, todo se vuelve falso al sentir esas buenas vibras en un fuerte abrazo.

—Te extrañé, zorra —susurró a mi oído.

—Y yo a ti, mucho más —repliqué, con una sonrisa.

—¡Han llegado! —Madison vociferó con emoción.

Tras de ella, Devon, Luke y casi todo el resto de los chicos se incluían en nuestro espacio.

—¡Tardaron una eternidad! —se quejó Abby, haciendo un puchero.

—Vamos, si solo nos fuimos tres días —defendió Zack.

—Tres días que debemos recuperar —aclaré—. La única razón por la que el director aceptó que estuviéramos ausentes tres días de la última semana de clases es solo porque quiere que haga el discurso de graduación, además, Zack y yo debemos ayudar con la organización del baile.

Jessica Haynes: Los Desastre De Una Adolescente. (Corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora