52 .- Reencuentro.

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Clara Sullivan en galería•

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Jess.

Acomodé mi atuendo con ayuda del casi invisible reflejo de las paredes del ascensor, asegurándome que cada cosa en mí estuviera donde debía; mis zapatos eran algo incómodos, seguramente me causarían ampollas luego, pero me daban la estatura exacta, mi vestido, por otro lado, hacía un gran juego con mi piel, con ese suave color negro algo aburrido, pero era suelto y me hacía diferenciar entre una secretaria, y, por último, una última prenda que aún en esos instantes me preguntaba por qué había decidido usarla.

Sedosa y rosa, el único regalo que había conservado de él, el hombre que estaba a punto de ver. No sabía con exactitud si la decisión de mi vestimenta significaba algo más que buen gusto en ropa, la observé durante más de veinticinco minutos por la mañana, mientras armaba el atuendo, sin poder entender cuál fue la razón por la que fue la primera prenda que tomé al entrar al armario. Era estúpido y lo sabía, le daba a él lo necesario para que creyese que apreciaba sus obsequios, muy a pesar de todo lo que había hecho, aún así, no logré quitarla de mí luego de que me observé al espejo con ella cubriendo mis hombros, y enserio lo había intentado, pero era más difícil de lo que creía.

La incómodo y chillona música del ascensor hacía que mi desesperación aumentara.

Enserio quería ver su rostro al darse cuenta de que yo estaba frente a él, no podía imaginarme cuál sería su sorpresa, sin embargo, temía que la mía fuera más grande que la suya. Quería verlo de confundido, no que él me viese a mí de esa forma.

Mis uñas estaban acabadas, dolían al tocarlas, había estado mordiéndolas durante todo el camino hacia la prestigiosa empresa. Tenía todas las preguntas en mi libreta, todas referente a la demanda y las posibilidades que entrarían ahí, pero en mi mente, justo donde escribo diálogos y oraciones que nunca digo, ni jamás borro, estaban una larga lista de signos de interrogación que no tenían nada que ver con mi trabajo allí, si no, algo más personal. 

Las puertas del elevador se abrieron, dejando a la vista las blancas y brillosas paredes del último piso, lleno de glamour, luminosidad y elegancia, no habría que dudar ni por un segundo que Zack Wilson habitaba en ese edificio, con baldosa blanca en el suelo, con un par de paredes marcadas con un fuerte negro ceniza combinado con un dorado sacado de otro planeta. Caminé por un abierto pasillo hasta llegar a lo que parecía la recepción del piso, con un escritorio enorme en forma de espiral y un cuadro monumentalmente grande puesto en la pared; justo detrás del escritorio, una joven pelinegra me dedicó una sonrisa.

Alta, hermosa y con penetrantes ojos color miel, tan intensos que cualquier hombre podría perderse en ellos, y, en caso de que no lo hicieran con sus ojos, lo harían al notar su esbelta figura. Él podía estar donde fuera, pero siempre estaba cerca de las mujeres lindas. Mi ojos se fueron a un distintivo color rojo sobre su pecho, pronunciando su nombre en mi cabeza.

Jessica Haynes: Los Desastre De Una Adolescente. (Corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora