42.- Sentimientos congelados.

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Especial:

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Especial:

Maquensy.

—Basta ya, tu hermana estará bien —hablé a través del teléfono—. Deja de ser tan pesimista y no llores más, te arrugarás.

Dada la situación, mi comentario no le causó gracia, en lo absoluto. ¿Cómo podía culparla? Principalmente, mi amiga rubia nunca había sido caracterizada por su gran sentido del humor.

Oh, mierda —musitó casi en silencio.

—¿Qué pasa? —me puse de pie, poniendo el altavoz para poder colocarme un pantalón.

Haynes está aquíse quejó—. Demonios, se está acercando, esta es la cereza que le faltaba a mi pastel.

—Oye, no te preocupes, solo ignórala —sugerí—. Además, aún no entiendo porqué la detestas tanto, es simpática, y no es su culpa que Nick la prefiera.

Haré como si no dijiste eso. Tengo que irme, nos vemos mañana.

Sonreí, cortando la llamada. Sí, estaba claro la marcada personalidad de Marion Vidal, o la cascabel, como muchos la llamaban en los pasillos de la escuela, y, muy a pesar de saberlo, fingía demencia. No había que equivocarse, no lo hacía porque le molestara aceptarlo, al contrario, amaba que así la llamaran. Durante toda su vida su objetivo fue hacer de ella y de su entorno, un lugar respetado por todas las almas que pisaran la tierra, haber logrado tanto en la escuela era solo un paso para aprender a gobernar la vida adulta a su salida.

Sin embargo, luego de verse manchada por la imagen de envidiosa asesina, su cabeza amenazaba con estallar. Ella sabía perfectamente que lo que pensaban las personas allegadas a Jessica sobre su accidente, y la supuesta implicación de Marion. Podría jurar que nunca la había visto tan afectada por una opinión ajena.

Marion podía ser muchas cosas, pero no era capaz de matar ni una mosca. Era tierna, generosa, buena amiga, y poseía tantas cualidades que nadie conocía, porque, si algo ella tenía claro es que mientras las personas vean lo buena que eres, buscarán la manera de destruirte.

—Maq —mi madre llamó desde el marco de la puerta—. Tu padre y yo saldremos de la ciudad, dos días, máximo tres. Negocios.

—¿Cuándo se van?

—Ya mismo —hizo una mueca—. Lamento no haberte dicho antes, pero con todo la nueva asociación se me ha pasado por alto.

—Vale, mamá, no hay problema.

Una sonrisa de aceptación salió de ella, para luego salir del lugar como si nada. Pasado cinco minutos, el sonido del auto marcharse se hizo presente en mis oídos. Mi rutina diaria, o mejor dicho, semanal, porque las conversaciones entre ellos y yo se resumía en eso: una —o dos si hay tiempo libre— conversación semanal con mis padres. Ser hija única era un tema difícil para una adolescente de diecisiete con ausencia de atención. Más si en realidad no eres hija única; había que aceptar que lo más ausente en mi vida no era solo la atención de mis padres, si no la de mi hermano mayor. Dos años de haber egresado de la preparatoria y sin haber mantenido la carrera que tanto trabajo le costó a mi padre conseguirle.

Jessica Haynes: Los Desastre De Una Adolescente. (Corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora