Jess.
¿Podía justificarme? No. ¿Podía culpar a alguien más que a mí? No. ¿Podía regresar el tiempo y cambiar mi decisión? Claramente, no. Muchas veces solemos crearnos esa idea de que cuando somos adultos, con más experiencia, con la sabiduría, un poco más de razonamiento de la vida que nos rodea y otras mil cosas más, seremos más capaces de tomar las decisiones correctas, que no cometeremos errores revolucionarios de nuestra existencia, que no agregaremos por error sal al café, en vez de azúcar, que sabremos perfectamente que no se debe mezclar la ropa blanca con la de color, que seremos capaces de elegir un buen trabajo, un lindo departamento, una mascota y de ser el caso, una pareja. Nos aferramos a la falsa creencia de que al crecer el camino hacia lo que queremos es más claro; la diferencia entre la adolescencia y la adultez, es que en una puedes excusar la no experiencia y en la otra, debemos suspirar y ver como un pequeño fallo, altera todo lo que soñamos ser. Jessica Haynes había dejado de ser una adolescente desde hacía mucho, pero su desastre seguía constante, transcurriendo, sin siquiera detenerse un segundo, y es que en el fondo, nunca cambiamos, ese espíritu de fiesta, noches en Miami, búsqueda de adrenalina, meter la pata cada seis segundos, nunca se va de nosotros, solo nos adaptamos, como camaleones.
Porque aunque eso siempre viva en nosotros, de cierta forma, con el tiempo nos damos cuenta cuándo debemos ponerlo en un cajón y enfocarnos en otras cosas.
Luego de decir que sí, de que todos se fueran a dormir, me escabullí fuera de la cama, dejando a Adam roncando, mientras bajé hasta el jardín trasero y terminé viendo la oscura noche estrellada en los viejos columpios que seguía allí, después de tanto tiempo, y que rechinaban más desde la última vez que los había usado. Estar ahí me hacía pensar, en los recuerdos, en mis decisiones, sentir el frío metal rozar mis brazos me hacía cuestionarme si realmente llevaba la vida que deseaba, si realmente estaba con la persona correcta, incluso, cuando la ansiedad recorrió los más lejanos espacios de mi mente, me pensé si había estudiado durante tantos años lo que amaba de verdad. Me asusté, por momentos, entre una conclusión y otra, evaluando exactamente todo lo que puede ser cuestionable en la vida; me sentí agobiada, perdida, sin siquiera dejar de observar las estrellas, contando en cada una de ellas, una razón por la que debería seguir con mi vida tal y como estaba, y por otro lado, muchas más de por qué debía detener ese juego de fingir que estaba feliz con el rumbo por el que había estado caminando durante tantos años.
Amar a alguien tal vez no significaba el peor mal de todo el mundo, siempre habrían mil y seiscientas razones más por las que sufrir y preocuparse, pero al final del día, ¿quiénes somos sin amor? El propio, a nuestra familia, a esa persona especial. El amor, en todas sus facetas y sentidos, siempre sería un puñal en el corazón y a la misma vez, la nube en la que reposar tus males, y eso, lo queramos o no, está en la lista de nuestras más grandes preocupaciones.
El césped crujió por milésimas de segundo, sin embargo, mi fija concentración y espero por detallar las constelaciones me impidió siquiera darme un poco de ánimos para voltear en búsqueda del causante, sin embargo, algo en mí lo supuso, o quizá, sin darme cuenta pensé tanto en que eso pasara, que la ley de atracción lo envió a mí, como un deseo a una estrella fugaz. Él no dictó palabras, avanzó con silencio, su cuerpo estaba cubierto por dos abrigos, uno más grueso que el otro, una cobija rodeaba sus hombros mientras que otra se encontraba en sus manos; se acercó a mí, y la depositó en mis hombros, cubriendo mi espalda y dándome esa calidez que me faltaba, en esa época del año y a esas horas, todos aquellos abrigos y medias gruesas que vestía no me alejaban de todo el frío clima de una madrugada, a punto de amanecer. Escuché el chillido del viejo columpio a mi lado, dándome la indicación de que aquella compañía había decidido tomarse el tiempo de quedarse un rato; con una conversación o sin nada que decir, sabía que en la entrada o en la salida, algo terminaría por ocurrir.
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Jessica Haynes: Los Desastre De Una Adolescente. (Corrigiendo)
Novela Juvenil¿Qué crees que pasa cuando cometes un pequeño error en tu instituto y te expulsan? No suena nada bien, ¿verdad? Te aseguro que es mucho peor de lo que suena. Mucho más cuando debes cambiarte de ciudad y vivir con tu hermano. Y sus amigos. Soy Jessic...