›«Epílogo»‹

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Inconscientemente lo sabía, por ello de su persona huía.

Atenta a cada una de sus pequeñas características, la primera en percibir su presencia, la conocedora de sus personales detalles, la que constantemente se percataba de su ausencia, sintiéndose reconfortada por su mirada en ella... Tantos signos que la señalaban y ella ignoraba. Incluso, estaba segura de que, antes de su deserción, la estrella de su universo lo sabía.

Oh, cuanto deseó que fuera él la persona elegida, más escasamente el don funcionaba de tal forma. A la portadora jamás la escucharía, el don era demasiado egoísta para atender las plegarias de su elegida. Este era caprichoso, e internamente reconocía, que la sucesión jamás cambiaría.

Atrapando sus caídas, deteniendo sus tropiezos, guardando sus secretos... debió saber que la condena jamás desaparecería.

Debió saber que, entre las féminas, el don permanecía.

Lo negaba, voluntariamente sus ojos cerraba, desesperada por permitirse condenarla. Se aferraba a la ceguedad, nublando su mente por la oscuridad, desapareciendo rastro alguno de la verdad, ignorando la natural realidad.

Forzada se vio a escuchar; obligada, a prestarle un hogar... Más mitómana no podía declararse, porque sintiéndose halagada al ver en su brillosa mirada una devota confianza, cedió sin objetar palabra.

¿La recordaba? ¿Tras la capa que se esforzaba en portar? ¿Tras la neutra apariencia, entre su verdadero ser y una contraria personalidad, era capaz de verla? No, no podía, si el hilo se hubiera roto, por quién sacrificó todo también la recordaría...

Necia ante la realidad, sorpresa es lo que ha de sentir junto a una angustia sin igual, cuando su nato tacto dejó de funcionar. Lo ocultó, así como lo hacía día tras día en su oscura apariencia, lo ocultó. Aún podía, aún tenía la habilidad de ver las memorias de los objetos y personas, pero mientras el tiempo pasaba, este poder se debilitaba.

Tenía conocimiento a qué se debía, por la edad que ella tenía, cada portadora comenzaba a planear su inminente muerte ante la idea de la gran desaparición que de su persona forzaría. Matarse para vivir en las penumbras, con la finalidad de proteger a la próxima Memoriuntac.

Si era peligroso ser una, que un ambiente posea dos de las sucesoras de las grandes brujas, significaba la inminente venida del catástrofe.

No por nada una de sus antecesoras creó un nudo cuando las escapadas surgieron. No por nada, esta decidió que un amarre, en todas aquellas que pronto tendrían a quien guiar, fuera el culpable porque comenzaran a perder lentamente la nata habilidad, asegurándose de evitar una catástrofe, como en el que la antecesora pereció por a la siguiente salvar.

Pero se negaba.

Cada vez que surgía la idea de que su miedo más profundo fuera real, lo borraba sin dejar rastros. Negándose a aceptar que la condena se había expandido a pesar de los tratos hechos, de los sacrificios brindados. Negándose a creer en la posibilidad que la razón por la cual su cuerpo se erizaba, por la que un profundo escalofrío recorría desde su médula hasta las venas de sus dedos, por la que un nudo en los órganos de su cuerpo y una contracción en su cuello crecían, se debía a que su temor se volvió una realidad que debía afrontar.

No, terror no sentía, tal sentimiento poseía una definición demasiado corta para lo que de verdad padecía. Su mayor miedo, su profundo terror, el boggart que con dificultad podía deshacer, se trataba de la horrorosa pesadilla infantil que te estremecía. La cual, en cualquier momento y por su culpa, podría volverse realidad.

Tantas negaciones, tanta ceguedad, tanta oscuridad en su mentalidad, que cuando el sol apareció para romper la barrera de necedad, no se percibió como un milagro.

Blood Traitors (Sirius y tú) Blood Saga #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora