VII

18 2 0
                                    


VII

Dijo Mirna Sebastián a Ricardo Flete al momento de encontrarse, ella tomada de la mano del progenitor Teódulo Sebastián, él acompañado por una amiga:.

—¿Qué te parece amor, el vestido de novia del cual tendrás el honor de bajar con suavidad? ¿Cómo lo ves? —Repitió ella asida a las manos del padre Teódulo Sebastián, las que súbitamente soltaba para ir al encuentro del amado Ricardo Flete, pero este, agradecido, permanecía atado a la compañía que desinteresadamente le brindaba la amiga.

—¡Estupendo! ¡Fenomenal! —No podía ser más precioso. Y sobre todo, no podía quedarle a ninguna mortal como a ti mi reina.

Me complace que te haya gustado —dijo ella animada y con un inocultable brillo en los ojos que sobresalía a la vista del público.

—Es el traje más encantador jamás visto por ojos humanos, colocado en el talle mejor diseñado para una mortal; es el traje perfecto, y le queda perfecto a tu cuerpo perfecto —le dijo emocionado Ricardo Flete —; y tu mi encanto, eres la mujer más divina a quien permitirle Dios pisar la tierra. Tu vestido es tan perfecto porque encaja en tu cuerpo de diseños inmejorables, es tan bello porque tu talle lo moldea, es tan justo porque tus curvas femeninas lo pronuncian sobre ti.

—Tú en cambio, posees la mayor de las virtudes apreciables en humano alguno, la templanza. La fortaleza es la gloria cuando puede ser conquistada —le comentó Mirna con una sonrisa que abarcaba su boca entera, cuya pureza irradiaba con una luz fulgurante todo a su alrededor.

—No, no mi reina, tú eres la cosa tierna que la vida regala cada milenio a un solo mortal como yo, y he sido quien en ese tiempo ha nacido para recibir la gracia divina de tu mirada; las mieles celestiales de tus besos.

"Podré ser grandiosa como una montaña" pensaba ella sin decir palabras a su consorte Ricardo Flete, hablaba para sí, y se repetía tantas veces, "sí, seré grandiosa, pero mi mejor estado de sublimación es cuando estoy contigo, pues eres quien me hace sentir un elevado grado de pureza". "Tu personalidad por sí sola" se dijo ella, "me da una tranquilidad nunca experimentada, una quietud jamás vivida".

Interrumpió el pensamiento en Mirna un ruido salido de la multitud como ráfagas invadiendo el lugar sagrado, donde los presentes pretendían colocarse en la parte delantera, cerca de los novios y el Obispo. Pero al instante volvían los pensamientos que la inundaban toda.

"Él ejerce sobre mí, una influencia purificadora, me hace pensar en cada detalle, en cada pequeñez en la que se envuelven las cosas grandes. Me trae esa paz, esa inquebrantable paz con la cual me conduce al infinito. No puede ser otra cosa. Es el amor. Es como excavar en ese mundo interno de cada uno y descubrir allí, en un rincón donde no es posible tocarlo porque se guarda para una ocasión y solo una, el amor. Este toca tu puerta y allí descubres que ha estado toda la vida esperando el momento para salir y florecer".

¡Es ahora!

Mirna Sebastián Herrera veía en Ricardo Flete, un varón singular vestido para la especial ocasión, con un atuendo de actualidad, del estilo en boga y adornos exquisitos, cual obra de orfebrería cincelada en oro por el más fino tallador conocido en todos los tiempos. No era del todo cierto. Si bien estaba bien vestido fruto del esfuerzo propio, ante la multiplicidad de costosos trajes exhibidos en estas bodas, aquel del novio no pertenecía a las mejores y más famosas marcas, ni fue confeccionado por uno de los competidores del último grito que eligiera la moda, pero a Mirna le encantaba y era todo cuanto importaba.

De ella en cambio se notaba, bajar por sus orejas cual péndulos, finas perlas talladas importadas desde Australia, rodeadas de otras piedras preciosas traídas por igual de aquel país. Su cuello, estaba cubierto por copiosos diamantes importados del extranjero en la época en que la juventud de su abuela paterna era portentosa, para un acto similar. Dichos diamantes, llegaron a Ciudad del Lago en aquellos tiempos en su estado natural bruto, ahora fueron convertidos en obras actualizadas del más moderno arte, y resaltaban las maravillas hechas por los labradores que se encontraban en las mejores joyerías de la humanidad, quienes los llevaron desde su estado natural bruto, a convertirlos en las más finas alhajas. Tenían esas joyas un valor sentimental, moral y familiar, que superaba con creces el inmenso valor económico apreciado a todas luces, en tanto en ellas no podía ocultarse. Su pariente del cual las había heredado, su abuela paterna, la señora María Dival, madre del progenitor Teódulo Sebastián Dival, le había encomendado a Mirna, cuando apenas esta contaba seis años de edad, cuidar esas alhajas como sus propios ojos, y usarlas, únicamente en un momento memorable o en un acto inigualable y que jamás habría de repetirse; en el momento que se ejecutare un hecho característico nunca visto e imposible para olvidar; un acontecimiento no igualable en la historia familiar ni superado por los grandes eventos en Ciudad del Lago o cualquier ciudad hemisférica; tendrían que usarse, cumpliendo la encomienda del pariente, en un acto insuperable, comprable solo, con las bodas de oro celebradas entre los padres del poderoso Teódulo Sebastián cuando cumplieron los cincuenta años en feliz matrimonio. María Dival y Simeón Sebastián, los progenitores del padre de Mirna Teódulo Sebastián Dival, celebraron esas bodas de oro en una casa campestre construida en la más simbólica de las múltiples haciendas del tirano, con la asistencia del sátrapa y sus principales colaboradores.

Bodas de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora