Parte 29LA LLEGADA DE JUANCHY SEBASTIAN VIDELA A LA VELADA

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XXIX

LA LLEGADA DE JUANCHY SEBASTIAN VIDELA A LA EXCLUSIVA VELADA CELEBRADA EN LA MANSIÓN SEBASTIAN-HERRERA



Francisca Pimentel abandonó el lugar del salón donde se encontraban los ancianos moviendo los glúteos redondos y con su caminar cual modelo en pasarela llevaba un mecimiento que estremecía internamente a quienes la miraban. El grupo sexagenario con uniformidad dirigieron sus miradas a sus espaldas. Sus ojos la quemaban, imaginaban su desnudez, todos los ojos se contaban tras ella. Pensaron cómo volver a tenerla en sus cercanías, pero la diferencia en la edad y el evidente desprecio que sin decir palabras le hiciera los colocaba en la cola. Mientras los dejaba atolondrados ella recordaba las expresiones más llamativas del anciano: "permíteme ser eternamente, un servil esclavo para tus besos; un fiel seguidor para tu entera sonrisa". "Claro que tendrías que ser esclavo, servil y mucho más" se dijo internamente. Al pensar en esto se mofaba, se burlaba, se orinaba sobre ellos, mientras estos encogían los hombros al dibujarse mentalmente entre sus piernas; se ensimismaban con solo pensar verse en sus pupilas. Se encariñaban a la utópica idea de verla enredada en sus regazos otoñales.

Poco tiempo después de aquellas expresiones del anciano y del pensamiento uniforme que a la par se hicieran para ellos, se asomó por la entrada principal del salón más cómodo del hogar familiar Sebastián-Herrera, un joven apuesto de alta estatura, delgado, atlético y esbelto. Vestido con un traje blanco, a quien a lo lejos se le notaba su porte militar. Seductor, encantador y seguro. Poseedor de un carisma poco usual entre las rancias sociales en Ciudad del Lago. Era Juanchy Sebastián Videla, el primo del señor Teódulo Sebastián Dival, quien desde niño manifestó pretensiones por su prima Mirna Sebastián Herrera, la hija predilecta del matrimonio formado por éste y Griselda Petra Herrera, predilección solo comparada con la del joven Teódulo Sebastián hijo.

Juanchy ingresó a las filas del Ejército Nacional para seducir al señor Teódulo Sebastián Dival, pues conocía sus inclinaciones hacia los militares. Su entrada en las tropas militares ocurrió antes de la fecha del encuentro, cuando ávido por participar en la defensa nacional de la República, cuya soberanía a veces era mancillada por los vecinos que cruzaban la frontera en manadas y ultrajada por extranjeros que basados en sus posiciones injerencistas por pertenecer a potencias mundiales insinuaban resolver a costas del país caribeño los problemas padecidos por sus vecinos, Juanchy entendía que sería una honra pertenecer a la gendarmería nacional.

Los ojos del apuesto joven militar en lo inmediato se posaron sobre la conquistadora princesa Francisca Pimentel. Esta le coqueteaba como disparándole sus encantos a mansalva, y él se fue dejando arrastrar por sus encantos seductores, mientras ella no ocultaba la simpatía hacia el joven. Se gozaba las debilidades visibles en todos, se sabía realizada, bella, amada por aquellas fiebres varoniles que la quemaban. Se sentía realizada con las lluvias de deseos que caían sobre sus espaldas, provocadas en ella por aquellas miradas escurridizas y atrevidas que les deban los aviesos varones a los cuales coqueteaba y provocaba con bellacas insinuaciones, incluyendo a Juanchy Sebastián Videla.

Juanchy Sebastián Videla se detuvo en una mirada furtiva y larga a la princesa Francisca Pimentel. Titubeó. Le temblaron las piernas. Se dijo a sí mismo, "la belleza cautivadora que es propia en ella me envuelve en este mar tempestuoso donde los sentimientos se confunden". Esta hacía flaquear a los más fieles, incluso a él quien desde la niñez solo respiraba por su prima Mirna Sebastián Herrera. Al ver a Francisca Pimentel coquetear en esa forma la noche del encuentro, caminar desde un lado al otro con ese vaivén en su cintura, se sintió conquistado, seducido. Le atrajo enormemente el cuerpo curvilíneo de Francisca, pero aun así estaba enfocado en su amor ilimitado por su prima Mirna Sebastián Herrera y pudo reflexionar a tiempo y sustraerse de aquellas provocaciones. Solo Mirna Sebastián Herrera ocupaba todo su ser, quien blandía su alma. Siempre sería Mirna el amor para sus sienes, aunque no descartaba un acercamiento a la joven Francisca Pimentel, a quien conocía desde antes, pero con la cual nunca se había detenido a sostener largas pláticas.

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