V
De todos los presentes en las bodas de fuego, las llamadas bodas del siglo en la Catedral de Piedras, iglesia primaria en Ciudad del Lago, las mujeres sentían envidia por aquella que, colmada con tantas bendiciones subía hacia el altar; los hombres pensaban en la suerte del agraciado Ricardo Flete, un desconocido, un miserable salido desde lo más bajo, quien en poco tiempo les robaba el primor visto en Mirna, aquel tesoro ahora inalcanzable. Hubiesen preferido desaparecerlo, esfumarlo, antes que ver al destino enredarla para siempre en sus brazos. Otros, no ocultaban sus enfados con la suerte, no disimularían el descontento con aquellas bodas malditas, con las cuales se lastimaba el ego a los hijos de la privilegiada clase desarrollada en Ciudad del Lago, para llevarla al disfrute de un desconocido. El gran hotel Cacique estaba ubicado cerca de la Iglesia, y este había sido, igual a la casa divina, decorado para la especial ocasión. El más ostentoso de sus salones fue contratado y reservado días antes a la celebración nupcial por la familia Sebastián Herrera, para efectuar en él la recepción jamás vista, forrado con tantas flores como la propia catedral divina. En medio del salón destinado para la importante recepción, como empinadas sobre el agua cuando corre lenta en un césped, se destacaban las conversaciones de las damas, pertenecientes a la alta sociedad, aumentando los secretos, vociferando a escondidas y en aparente excitación, las bondades del matrimonio, las iniquidades insertas en la soledad y las ventajas que da la soltería apetecible.
Dominaban el escenario las malquerencias y las incomprensiones, las cuales se decían sin reparos. Secretos a voces ocupaban los rincones del Hotel Cacique, donde se desbordaban las pasiones, y no se guardan las apariencias. Todos los hombres aspiraban a convertirse en la atención del momento, a ser vistos en forma diferente por los centrados ojos de la novia, ya declarada esposa del rival Ricardo Flete, pero Mirna Sebastián solo alcanzaba a pensar en éste como lo único deseado. Ellas por su parte, a pesar de no conocer bien a Ricardo Flete, nunca haberle este atraído por si mismo, sino por la envidia manifestada por casi todas hacia Mirna Sebastián, por descubrir los misterios que acompañaban su suerte, lo consideraban atractivo. No reparaban en decirlo a la vista de todos. Entre ellas destacan las jóvenes integrantes del centro en la familia Contín. Sergia y Amanda. Antiguas amigas de la familia Sebastián Herrera, quienes desde niñas asistían a todas las veladas celebradas en la lujosa mansión de Teódulo y Griselda Petra, y, las cuales visitaban asiduamente a esta familia acompañadas, primero, por sus padres Luis Ernesto Contín y Ana Luisa Fabián, ahora regularmente sin la presencia de los padres. Desde esas visitas tempranas, cuando aún eran muy joven pero bien conocidas por Mirna y su entorno, se habían tratado en los más íntimos momentos, y, aunque en los últimos tiempos la distancia las había separado y las relaciones, la amistad y el cariño se habían enfriado como cubos de hielo al ser sacados del congelador, una vez Mirna estaba en el país, eran más frecuentes las visitas que las hermanas hacían a los Sebastián Herrera, por cuestiones generacionales, más movidas por curiosidad que por afecto o por cariño; más por trivialidades como conocer y destacar ante los círculos sociales la altanería que veían en Mirna, la prepotencia con la cual a su juicio se mostraba, y pregonar en esos reducidos círculos, que era esa la debilidad manifiesta en Mirna Sebastián. Poder burlarse en su propio rostro al delatarla ante sus iguales, y nunca sus visitas eran movidas por atracción afectuosa o simpatía. Ambas sabían no poder soportarse, pero igual simulaban mutuamente el afecto como en los mejores tiempos.
Terminada la fase primaria de las bodas del siglo, los actos religiosos, era preciso conducir a todos los invitados al lugar donde se celebraría la segunda fase de aquellas bodas memorables, motivarlos a pasar al salón primario del Hotel Cacique donde estaba todo preparado para la gran recepción. Los recién casados serían los primeros. Encabezarían la procesión seguida por una hilera de personas que se trasladaban tras ellos al gran Hotel Cacique. Una vez allí, los hermanos de Mirna Sebastián Eugine, Roberto e Hipólito Sebastián Herrera, se esforzaron por colocar a los invitados en lugares especiales y que fueron los mejores deseados por todos los presentes, quienes elegirían los asientos colocados juntos a los amigos que se ajustaran a sus preferencias o que considerasen sus allegados.
![](https://img.wattpad.com/cover/115669326-288-k722553.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Bodas de Fuego
General FictionMirna Sebastián Herrara llega a Ciudad del Lago después de cursar estudios superiores en Europa. Su regreso a la ciudad, coincide con la celebración de las fiestas patronales en honor a Santa Lucía. Allí, en el parque central, se encuentra con Rica...