XII

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Teódulo Sebastián no concebía imaginar siquiera a su Flor de Diamante, la joya por él esculpida, apetecida por alguien sin la suficiente estatura para merecerla. La piedra preciosa por su esmero y dedicación labrada nunca podría ser cortejada por uno ubicado por su nivel, entre los infelices mortales que padecen todas las desgracias inimaginables.

Mirna Sebastián Herrera, esa criatura divina, poseedora de esos dones sin semejanza alguna entre sus pares a la vista del padre, quien nunca admitiría que sea ansiada por hombres comunes. Ella, divina, realizada, casta, nacida desde las entrañas del padre, de su ser, del centro familiar Sebastián-Herrera, con la más destacada tradición y el mejor dotado abolengo. Su estatus superior a la más alta alcurnia, jamás podría ser pretendida sino por alguien similar a un dios en la tierra, por cuanto las condiciones parecidas a las reunidas en Mirna Sebastián, solo eran conseguidas, vistas y encontradas en una especie igual, una diosa del Olimpo con presencia destacada en la divinidad, similar a la existente en la antigua Grecia.

Ella, quien asistía a las inmensas y exclusivas recepciones celebradas por la excluyente alta sociedad de Ciudad del Lago, participante en las grandes reuniones efectuadas por la clase privilegiada del hemisferio y que en Santo Domingo eran recurrentes, en los tedeum celebrados por la sociedad cristiana de la humanidad hemisférica del Oeste, y en los portentosos actos del Jet Set Internacional, quien pudo participar en la veladas nocturnas del París conocido como la ciudad luz y Mirna Sebastián, por su voluntad renunciaba a ellas prefiriendo participar activamente en las sociedades internacionales dedicadas a la lucha por la igualdad del género al que pertenece; mujer digna, quien, tanto en su ciudad como en cualquier lugar del mundo participaba en las "fiestas sociales que realizaban los honorables"; la virgen más joven nacida en Ciudad del Lago que se haya codeado con las grandes figuras de la humanidad y convivido con la rancia realeza Europea, no la imaginaba que pudiera verse casada en alguna ocasión por infortunio, con un campesino sin nombre ni apellido, sin clase, sin fortuna; sin todo aquello que identifica a los seres superiores. Era impensable ver acercarse a su Diamante, un hombre común, o permitiese el acercamiento a su estatura de mujer sin igual, a un cualquiera con pretensiones afrentosas.

Para Teódulo era aún peor, que Mirna considerase ni en el más remoto pensamiento, el acercamiento a un simple hombre cargado con las más visibles debilidades, con las falencias con que se caracterizan los inferiores, pues era ella poseedora de la sutileza espiritual y humana solo encontradas en los inmensos, donde la manifestación completa de la excelsitud se expresaba a grandes rasgos, y la perfección era notoria, porque se expresada a lo lejos. En ella lo inalcanzablemente humano era visible. Vista así, nunca le sería permisible acercarse ella a un hombre inferior salido desde el fondo de un lugar oscuro, lúgubre, deplorable, sin familia que se destaque por su linaje y sin tradición social.

Él, quien se esforzó tanto para engrandecer su prenda humana por sí sola completa, con vastísima educación, criada no únicamente entre la privilegiada clase que en Ciudad del Lago era vida y tradición, sino en contacto con las grandes familias que se destacaban en las más exclusivas y distinguidas sociedades de todas las civilizaciones en la humanidad, no renunciaría a verla convertida en el principal proyecto forjado por su vida; se desvivía por lograr el propósito primario anhelado por su egregia existencia: "Ver realizado ese gran proyecto, creación del alto ego oprimido en él, que Mirna tendría que casarse si no con un bajado desde las alturas, por lo menos con alguien especial para compartir con este las miserias humanas" y el cual, sería sacado por ella del lugar donde abundan esas miserias, porque luego juntos serían una pareja de iluminados.

Si bien esos pensamientos pueriles invadían por completo el cerebro trastornado del padre engañado en sus fueros internos, cuando les llegaban momentos de lucidez Teódulo Sebastián aspiraba cuando menos influir en un apareamiento para su Flor con alguien donde se junten grandes virtudes, aunque humano, añoraba ver a Mirna Sebastián unirse para siempre hasta cuando la muerte lo disponga, con un hombre similar a ella, quien reina las mismas condiciones que eran patentes en su estrella, con las dimensiones mostradas por su espíritu, con la grandeza notoria en su alma, y con la exquisita educación que su esfuerzo y dedicación le prohijaron a su hija Mirna Sebastián Herrera.

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