Las visibles angustias por las cuales atravesaba Teódulo Sebastián Dival lo movían, lo precipitaban a la transformación. El progenitor de Mirna Sebastián pasaba así muy pronto, a convertirse en lo más repudiable, en tanto bajaba desde el lugar donde se encontraba por ser un prominente hombre del pueblo con la suficiente condición y capacidad para inspirar ser emulado, se transfiguraba en un ser desconocido, y esas lindezas le provocaban a Mirna una vaga sensación de malestar. Todo lo que había sido hasta entonces el correcto accionar en un hombre grande y digno, al extremo que se le comparaba con los grandes personajes a quienes se le concedía el don, el privilegio para merecer la consideración que se alcanza con las estaturas de los próceres, lo disminuía ahora a la bajeza donde apenas llegan los viles y eso la exasperaba.
Ante sus ojos, se desmoronaba un castillo construido con la rectitud y el decoro forjado por un hombre inmenso, descendiendo a una servil e indecorosa gestación de odios. La ignominia era ahora todo cuanto visualizaba en su padre, porque solo eso le quedaba de aquella rectitud. Desde los más altos altares este hombre caía en el más hondo abismo que marca la iniquidad. El símbolo de una vida caracterizada por el bien del mundo en el que había vivido Mirna Sebastián se diluía, al comparar todas aquellas bondades del padre perfecto con la inicua persona vista a menudo en esta fase, ese simbolismo se perdía en la cruda realidad donde veía a Teódulo, la cual nunca aspiraría a recordar. Del ser con dimensiones estratosféricas que consideraba al padre, este se presentaba ante sus ojos en modo diferente, era ahora el final de la decencia, y en su lugar veía en él la demencia, como refugio a su lamento, y, al verlo caer estrepitoso en ese abismo, se le oprimía el alma.
Cuando un ser colocado en las alturas se desprende a la fosa, es normal sentirlo con un foco demencial, enternecido en las vaguedades de una locura sin fin; si alguien, estando colocado en el altar donde se hallaba solo un dios del Olimpo, baja hacia a una oscura fosa tan vergonzosa como siniestra, es preciso que despierte en el ánimo de quienes le admiran, sus seres queridos, un sentimiento de compasión, movido por una caída sin sentido al fondo donde se halla la oscuridad; cuando un ser extraordinario ubicado en el lado claro de la parte paradisíaca, cerca del sitial donde se encuentra algo divino cae al fondo del Averno, al lugar subterráneo donde se juntaron las brujas en la antigüedad y en el que realizaban sus actos de hechicería, era preciso tener por él misericordia. Eso inspiraba Teódulo Sebastián en su hija Mirna al verlo ella decender del cielo en el cual lo ubicaba, al lugar sombrío a donde van las almas cuando mueren en pecado a realizar los execrables ritos infernales en la búsqueda desesperada que esos favores que se requieren del mismo Diablo, para la atenuación de esa vida ultra terrena. Es, por así decirlo, la caída del cielo al infierno, desde lo más alto y casi divino, a lo más bajo; la estrepitosa caída desde las alturas del cielo, a la inmensa caverna subterránea donde las almas paganas habitan aletargadas, sin voluntad ni conciencia.
El abrupto descenso que lleva desde la más sublime de las alturas, al más hondo de los abismos nadie lo espera; la transformación de la más refulgente luz en la más penosa oscuridad. Teódulo Sebastián había experimentado una de esas raras bajadas, provocada por un estado demencial a donde lo condujo una locura indescifrable porque sabía disimular bien todos sus trastornos, pero Mirna fue poco a poco descubriendo su estado de descomposición, una vez pasaron los acontecimientos ocurridos en las bodas de fuego. Con el grito desesperado lanzado por su padre, Mirna se puso en alerta, sus sentidos se agudizaron, sus manos limpias temblaban y su rostro angelical fue palideciendo, pasando desde la esplendidez que da solo la luz a un aspecto sombrío marcado por la preocupación.
—Mira —, le decía Mirna, a uno entre los presentes—, mira le repitió al amigo y leal servidor del padre Teódulo Sebastián, Chichí Bolita en un momento de inspección realizada por este al salón donde los actos sucedían unos tras otros en la nave principal de la iglesia.

ESTÁS LEYENDO
Bodas de Fuego
General FictionMirna Sebastián Herrara llega a Ciudad del Lago después de cursar estudios superiores en Europa. Su regreso a la ciudad, coincide con la celebración de las fiestas patronales en honor a Santa Lucía. Allí, en el parque central, se encuentra con Rica...