Parte 37 LA CREENCIA DE TEODULO SOBRE LA LOCURA QUE VEIA EN SU HIJO ROBERTO

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XXXVII

Teódulo era el más proclive al surgimiento de muchas ideas como oropel, desordenadas, que emanaban como desde un acantilado sin limitaciones. Era cada vez inacabable su ir y venir en esas locas ideas. No obstante se dijo para sí, como dicen: «todos los filósofos tienen algo de locos», lo entendía, «porque a veces de igual modo me encontraba atrapado en esas absurdas teorías», llegando a comprender su entrega. «Lo he entendido a cabalidad. Pero entenderlo no era suficiente, porque es preciso impulsar una conquista», dijo con determinación. Después de una larga pausa se decidió a continuar la conversación interrupinda súbitamente.

—En la fecha de iniciación contigo en el ejercicio que era obligado para su profesión—, cuando lo pusiste en la vía del despegue y el desarrollo profesional y académico, con la cátedra para las enseñanzas doctrinarias en la escuela de formación política y académica que le cediste se le notaba un ánimo hasta ese momento desconocido sobre esas ideas, las cuales realmente coincidían con su formación.

—Solo puse lo poco para insertarlo en ese munbdo cuyas dificultades para penetrarlo son claras, tangibles. El ejercio, las cátedras, las diligfencias, los procedimientos, son apenas el inicio para todo profesional.

—Ahora siento una desviación aunque permanecen sus principios.

Puede que perciba exageradas las posturas suyas, porque ha esperado mucho y su mente está a la espera del despegue inediato, ágil, que no siempre se consigue a la velocidad esperada.

«Pedro me considera un tarado, un imbécil que no distingue cuando una persona anda mal, desviada, sin rumbo. Más con ese filosofar retrasado, solo propio en los locos», pensó Teódulo, pero decidió callar esto. Sin embargo, tratando darle un giro positivo a la conversación, sin que se descubra su verdadero sentir, dijo:

—Ese apostolado se desvanece en el tiempo y la realidad imperante.

—Las ideas no mueren asi tan fácil mi dilecto asmigo, mi consagrado pariente—, le dijo Bautista. Perduran mucho más que lo pensado por cualquier humano, incluyéndolo a usted, que con esa energía ha sido un ejemplo a la consistencia ideológica.

—Todo cuanto durante tanto tiempo fue estandarte para una carrera, el estro por su aspiración de servir al clan familiar, a la sociedad y a los negocios forjados con tanto sacrificio por mi padre Simeón Sebastián, se quedan en la nebulosa con estas formas y estas indecisiones—apestó Teódulo.

—No lo considero como en un letargo insuperable porque Roberto sabe bien su papel, conoce bien sus responsabilidades y tiene el compromiso de llevar a las alturas sus aspiraciones, sus creencias, sus apetencias. Lo único es que tiene unos valores.... Pocos comunes, pocos usuales, pocos vistos, nadie, casi nadie posee tantos valores...

—¡Valores!, los bienes creados con sacrificios por Simeón y puestos por él a la hora de su partida con toda su entereza en mis manos, no requieren de valores, sino del entusiasmo y la capacidad innovadora para hacerlos crecer.

—No dude del hijo sin antes ponerlo a prueba. Él lo logrará sin mayores esfuerzos—, respondió Pedro.

—Por el contrario— replicó Teódulo, parece ahora disiparse por la imposibilidad que implica poner en practica esas ideas sociales del joven Roberto. Porque no considera que los hombres se transformen para bien. Eso al parecer jamás lo va a enbtender y es lo que tanto me preocupa.

Una risa burlona salió sin querer desde los labios del primo Pedro Bautista, cuando Teódulo dijo lo del sacrificio en que incurriera su padre Simeón Sebastián y más risa le provocaba aquello dicho por Teódulo concerniente a «la partida con entereza» que le atribuye al padre suyo, pues este estaba consciente de las condiciones del padre del señor Teódulo Sebastián anque no llegó a conocerlo. Su fama era conocida, Simeón fue un carnicero para los humanos, un sádico y un ladrón nulgar del errario, quien nunca tuvo entereza ni decoro, sino la lealtad al tirano en nombre del cual asesinaba, robaba y algo más. No ignoraba esos «sacrificios» a base de sangre, crimen y lágrimas con las que afectó a muchos inocentes y que fueran las bases para la acumulación de una enorme fortuna.

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