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Teódulo estaba consciente del contenido y tamaño en su farsa, y se propuso, para darle mayores visos de realidad, una estratagema para la difusión masiva de todas sus mentiras, que repetidas a coro por sus fieles hasta convertirlas en leyendas. Así fueron conocidas, creídas y asimiladas por todos los seguidores, y otros a quienes se dirigían los discursos persuasivos esas falsedades disfrazadas con sentimientos capaces para ser creídas como si se tratase de verdades del tamaño del más imponente monumento. Por eso Mirna y todos a su alrededor lo consideraban un ejemplo destinado a la lucha por la sociedad más excluida, hasta la fecha en la que ella comienza a descubrir su real propósito y su verdadero yo, fruto del observador instinto, sus indagatorias y los decires en los núcleos sociales donde pernoctaba, y, posteriormente confirmado con su estado proclive a la locura, nunca antes sospechado por ninguno de sus allegados. Chichí Bolita estaba sumergido en su pensamiento acerca del atrevimiento mostrado por Mirna, pero al final decide como en forma automatizada repetir su pedido de silencio:

—!Calla joven Mirna!, !calla! —Repitió Chichí Bolita.

Un nuevo silencio invadió por segunda ocasión el espacio. Mientras ese silencio a modo de sepulcro invadía el ambiente Mirna Sebastián pensaba en la desgracia que significaba nacer en un hogar donde la apariencia era la norma, formado entre padres marcados por el descrédito social y el deshonor aunque pertenezcan a esa excluyente clase de la cual se avergonzaba y asqueaba. Se avergonzaba igual que de sus padres y su origen, de todos los bienes exhibidos por su entorno familiar. Cuando se adentraba en las indagatorias sobre la inmensidad notoria en la fortuna familiar, del origen, en los vínculos del abuelo paterno con el régimen oprobioso, dictatorial y el crecimiento a límites insospechados que experimentaba la fortuna misma, le daba náuseas y le provocaba ganas de vomitar. Se asqueaba por ella misma y su entorno, al asquearse del progenitor Teódulo Sebastián. Se consideraba sucia, envilecida por los actos cometidos por sus parientes aunque sabía que por esos hechos nunca tendría culpa alguna por la cual pagar, pero aun así se asqueaba de su propia vida, derivada del asqueroso mundo familiar que abominaba.

Mirna Sebastián sin embargo, era deseada por los connotados miembros que dominaba la casta social más rancia y privilegiada en Ciudad del Lago. Sobre esto Mirna tenía plena conciencia; no solo era admirada por la sociedad predominante tanto en Ciudad del Lago, sino también en la sociedad que dominaban la economía y tradiciones en las ciudades contiguas; la élite circundante la asimilaba como suya, y por ello, era quizás, la poseedora de las virtudes capaces y suficientes para colocarla en la cresta social. Era el símbolo para los desenfados y los deseos carnales más atrevidos que era ley en esa clase alta, cuyos miembros noche tras noche, se juntaban en las veladas familiares, en clubes nocturnos y exclusivas discotecas, donde se practicaban a la vista de los apóstoles que dirigían la Iglesia, las más perniciosas herejías aborrecidas por Mirna Sebastián. La crema de la casta social exquisita y excluyente, con sus secretos políticos y dominios sociales no solo en esa ciudad con grandes fortunas pero pocas luces, sino también la crema exquisita, las figuras predominantes, quienes compartían y controlaban el Jet Set internacional tenían en Mirna Sebastián la representación más ajustada a su linaje, a pesar del evidente desprecio que por estos ella sentía, al extremo de asquearse ante la presencia del llamado mundo social primario.

Por todo cuanto ella en sí misma representaba, por sus condiciones innatas, por su formación, por compartir el espacio más limitado en la sociedad privilegiada, en los clubes de Leones y otros con igual o mayor importancia, en las grandes organizaciones del empresariado, por los estudios insuperables en el extranjero, por la belleza que le era característica y de la cual era digna merecedora, sumada a todos esos atributos, en fin, por ser parte a su justa medida, del orden social dominante, formaba parte sin proponérselo, del grupo que controlaba todo en la clase dominante en Ciudad del Lago. Esa clase con poder político y económico existente en el mundo desigual que controlaba Ciudad del Lago, la admitía entre los suyos. Aquellos nacidos en "cuna de oro" y criados bajo una aberrante opulencia matizada por las prácticas corruptas en una sociedad viciosa, deleznable, descarnada y miserable, aquella clase en la cual, con la más detestable arrogancia se consideraba la gente común, a los humilde, a quienes carecían del rango social y económico, como seres inferiores jamás merecedores de la dignidad humana, la veían parte integral que formaba su entorno social. Ella en cambio se sentía inconforme, aburrida y asquerosa, con solo pensar pertenecerle a ese sector del cual abominaba. Lo aborrecía en cada uno de sus miembros y no lo ocultaba.

Bodas de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora