XXXVIII
PRESAGIO E INFORTUNIO
Siendo aún temprano de la tarde aquel día súbitamente oscureció. El sol fue cubierto por intensas nubes negras, nel cielo se cubrió nrepentinamente con un manojo de nubarrones que trajeron tinieblas momentáneas, seguidas de ráfagas de vientos fuertes y constantes, fuertes lluvias, caídas a cántaros desde el cielo grisáceo. Los árboles se mecían, se ladeaban con un ir y venir empujados por las fuertes brisas. Ciudad del Lago fue barrida por fuertes vientos que arrazaron con sus principales edificaciones en cuestión de momentos, mientras Teódulo Sebastián Dival, sus hijos Mirna y Roberto y el primo Pedro Bautista conversaban. Fue necesario parar un momento para contemplar las fuertes lluvias, los vientos huracanados que salían desde el interior del Lago. Esos vientos lacustres que llegaban como por arte de magia negra a denunciar un destino fatal, un desenlace desgraciado aunque fortuito. Los salistres del agua llegaban a las paredes dejando color ceniza las edificaciones. El sucio traído por el agua acompañada de fuertes ventanales parecía lúgubre y fantástico al mismo tiempo, todos se asombraron excepto Teódulo. El tiempo cambió de pronto, pero él, que ya ostentaba las más oscuras tendencias hacia lo humano, nada le era desconocido ni inesperado, había vivido tantas situaciones favorables y adversas que nada lo asustaba, inoculaba en su mente tantos desvaríos y tantos odios que considerábase una presa del destino a ser castigada en cualquier momento por sus propios demonios. El hedonismo era la ruta que marcaba su esencia, contrario a sus ideas pasadas; el odio lo carcomía; la envidia era una semilla germinada en su mente como un huerto fértil donde germinaba a velocidad espantosa; la exclusión que hacía del pobre por ser materialmente pobre lo llevaba a considerarse a sí mismo indigno cuando le llegaban las relfexciones sensatas y sabía que por todo ello en algún momento recibiría un castigo venido desde otra latitud. «Es el momento del desengaño y la venganza que el más allá me impone», pensó. El sol se puso como cuando llega la noche. Por largo rato permaneció callado, y sin expresar palabras se dijo para sí «es un castigo».
Mientras Pedro se sumergía en sus pensamientos despreciables hacia Teódulo y su causante Simeón, las sombras que derivaban de las nubes se iban deslizando por los predios montañosos que circundaban Ciudad del Lago y cubrían todo el espectro de la mansión del señor Teóduo y Griselda Petra. La brisa fuerte cambiaba súbitamente; cimbraba las copas de los árboles; rudgía, aullaba entre los matorrales que formaban espesos follajes; entre las montañas. La brisa fuerte derrumaba las ramas que bordeaban las cabañas donde la familia Sebastiásn Herrera cubría y encubría sus actos desdeñosos. Bajo la nieve oscura, negra, a veces gris, un girs espantoso, desaparecía la senda en Ciudad del Lago. Ya nadie sabía como enfrentar este desafío inédito, desconocido, que decritab ante los oscilantes árboles que la tempestad movía desde un lado al otro. La tempestad era cada vez más intensa; las montañas formadas por árboles tupidos, desencadenando el deslice, el vaivén desde un lado al otro de las ramas que se lanzaban desde un lado hacia el otro, movidas por las brisas constants y fuertes. Los inmensos nubarrones iban corriendo de un lado al otro; las estrellas que antes, en noches precedentes centelleaban con furor, ocultas desde la noche anterior, no daban visos de salir a relumbar el horizonte; el brillo propio en lñas estrellas se había extinguido. Todo estaba como un campamento abandonado, olvidado por el soldado que perdido, improvisó su hoguera por minutos breves.
El valle contiguo a la Catedral, al Hotel Gran Cacique, que antes se deslizaba entre blancas colgaduras, al volver desde esos tiempos pasados al presente sombrío y enlazar estos momentos con la vida actual, el presente es todo espanto, todo gris, todo negro. Las blancuras formidables formadas por copos de algodón, ahora no tenían esperanzas de revivir; eran como náufragos perdidos en alta mar, sin sendas posibles. Tenía como destino el despeñadero, el precipicio. El viento no cesaba, era cada vez más intenso, con mayor furor, con más determinación a destruir todo a su paso.
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Bodas de Fuego
Ficción GeneralMirna Sebastián Herrara llega a Ciudad del Lago después de cursar estudios superiores en Europa. Su regreso a la ciudad, coincide con la celebración de las fiestas patronales en honor a Santa Lucía. Allí, en el parque central, se encuentra con Rica...