Parte 68 LA DECORACIÓN

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LXVIII

LA DECORACIÓN

Para la preparación y decoración hecha a la Catedral de Piedras, se buscaron ornamentos en grandes parroquias existentes en importantes ciudades aledañas, y, todas las magnificencias contenidas en ellas, no bastaron para adornar y vestir convenientemente al modo exigido por Teódulo Sebastián Dival. El chantre parroquial de la Catedral de Piedras, donde se celebraba el casamiento del siglo entre la Flor del Diamante y Ricardo Flete, estaba decorado de manera exquisita. Dos jinetes montando caballos de pasos finos, impecablemente vestidos de blanco, llevaron a la iglesia un cajón lleno con metales preciosos para el Obispo. En él, una capa de tisú de oro, una mitra adornada con diamantes, haciendo honor al nombre con el cual bautizara Teódulo Sebastián a su hija. Una inmensa cruz arzobispal al lado de la mitra.

En derredor de esta, un báculo magnifico. Todas estas prendas parroquiales, cubiertas con vestiduras episcopales, traídas del extranjero para usarse únicamente en las bodas celebradas entre la Flor del Diamante y su amado, y las cuales serían dejadas como regalos al Obispo que tuviera el honor de unirla en matrimonio con su adorado, por disposición del señor Teódulo Sebastián Dival, pues, quien cumpliendo una misión sagrada ordenada por su investidura de servidor de Dios en la tierra, también era digno de unir en matrimonio a la hija sin igual que pueda exhibir mortal alguno, su Flor del diamante, merecería de igual modo todas esas piezas. Era digno para que esas alhajas les sean dejadas en forma de regalos, pues, estaba cargado con la bendición divina.

En derredor de todas esas alhajas preciosas, se divisaba un magnifico paisaje formado por todas las clases de flores. Floridos jardines, con las más diversas especies de plantas, adornaban la sala augusta que en la Catedral de Piedras se apartaba para la gran obra divina. En las orillas, exóticas variaciones de plantas trepadoras tapizaban las paredes hasta llegar al vestíbulo. A ambos lados y entre las alfombradas escaleras, se erguían varios jarrones que contenían flores pendientes, brotadas como en ordenadas hileras unas tras otras. Por las decoradas ventanas de la Catedral de Piedras, existían varios vasos cristalinos, transparentes, llenos con límpidas aguas perfumadas y en los cuales, hundían sus tallos, diversos ramilletes de jacintos blancos y amarillos, esparciendo su perfume embriagador por toda la iglesia, cuyo aroma traspasaba sus paredes y se extendía varias cuadras contiguas por todos los lados desde la Catedral de Piedras hasta el centro del pueblo. El intenso olor que daban aquellos ramilletes de jacintos; el aroma esparcido por toda la ciudad, emanado desde estos y la exhalación por los convidados, atraían la atención, no solo entre todos ellos, sino también de la población general que se dio cita en Ciudad del Lago a presenciar las bodas, aunque no formaba parte del espectáculo. Cuanto más se expandía por toda la ciudad ese perfume misterioso, tanto más personas llegaban a la iglesia, buscando el origen desde donde salían esos olores aunque no estuviesen invitadas, y, mucho más se convertía en un ir y venir de todos los curiosos moradores en la ciudad, de donde nadie quería ni por asomo alejarse, debido a los aromas perfumados que allí se respiraban, porque parecían salir del interior de las flores como por efecto mágico solo mandado por la divinidad, para alegrar los olfatos de toda una población, que no salía del estupor por todo lo ocurrido en los predios de la casa de Dios.

Todos los invitados y los colados, subían las escaleras de la Catedral, hasta penetrar a la sala augusta de la nave principal, donde se celebraban las bodas entre Mirna Sebastián Herrera, la Flor del Diamante, con Ricardo Flete Vargas. Igual que en las ventanas, parecido a las escaleras y bien ordenadas, en la puerta del gran salón donde se efectuaba la ceremonia nupcial, se encontraban arreglados y en orden, grandes ramilletes, inmensos arreglos florales. A dentro, bien adornadas en la terraza, había flores y más flores. Muchas flores. Por doquier muchas flores, las cuales adelantaban no solo la grandiosidad que tenían las bodas de fuego y su majestuosa ceremonia, sino también eran como presagios, premonición o presentimiento, de los actos funerales que seguirían terminadas las bodas del siglo en Ciudad del Lago.

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