Parte 36 (XXXVI) EL DECAIMIENTO DE ROBERTO SEBASTIAN HERRERA

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Acongojado, desdeñado, ante la impotencia que lo aturdía por no poder colocar en alto sus valores en ese lugar donde ejercía sus funciones considerado al iniciarse como el avispero que malograba y picaba, pero el que podría mejorar, ahora imposible; mientras aceptaba la realidad cruda del servicio, y ver cuán imposible le resultaba a los honestos ser parte del putrefacto sistema destinado a aplicar la justicia nacional; mientras a su alrededor se veía brotar el pus, se respiraba ese aliento maloliente, el hedor salido desde las estructuras mismas del control judicial, le provocaba un asco aterrador. Aceptaba momentáneamente en una especie de resignación obligada, los vaivenes a los cuales era sometido, pero nunca paraba de soñar. No cabía en el sistema y bien lo entendía, pero igual, nunca se sintió parte integral en este podrido espacio judicial donde la injusticia impera. «No pertenezco al entramado que llaman administración de justicia», pensaba. Tanto más profundizaba en el conocimiento del interior y conocía a profundidad todo cuanto allí ocurría, más aborrecía formar parte de esa farsa, y se introducía, a manera de escape, en las lecturas sobre los temas filosóficos que tanto amaba, trasladándose a la antigua Grecia. Estaba consciente que el sistema sobre el cual se cimentaba la dignidad a la cual aspiraba y que debía ser la cara en la justicia, era en verdad el espacio más asqueroso mediante el cual se distorsionaba la aplicación legal porque en vez de tener aplicación correcta y certera, la ley era acomodada a ciertos intereses sin desenfado y con tal despropósito que odiaba la forma en que se manejaba y se retorcía para beneficios espurios. Era por así decirlo, el antro de perdición para la dignidad tan cacareada, donde la escoria tenía anidada su fortaleza espuria para disolver el derecho a aquellos quienes no podían acceder a los jueces venales, por carecer de medios y fortunas con los cuales se cambiaba todo.

Intentaba no pensar en las debilidades vistas en aquello a lo cual, por obra del destino sin ser parte pertenecía, aunque nunca podría considerarse a sí mismo, formar parte del todo. Acentuaba su romanticismo con la esperanza puesta en el porvenir y se decía: «Algún día será». Recordaba una discusión histórica sostenida en la época de estudios universitarios con un compañero al cual adversaba con vehemencia, y quien le emplazó a buscar el origen de la fortuna del señor Teódulo Sebastián Dival, su padre. Este conocía bien a Roberto Sebastián Herrera, pues, aunque sin culpa, heredaba la deshonra del abuelo Simeón Sebastián, quien le sirviera al régimen dictatorial del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina, y además, quien habiendo sido un beneficiario del régimen al colocar bienes en sus dominios, que puestos a su mando eran como propios, a la muerte del tirano se el abuelo Simeón quedó con parte importante del todo que formaban estos bienes, desde donde se deriva la inmensa fortuna del padre Teódulo Sebastián Dival. Ese recuerdo le provocaba un odio inmenso a la familia paterna la que aborrecía como se despreciaba a sí mismo, aunque nunca cuestionaría al padre sobre el origen del patrimonio ni preguntaba siquiera por sus bienes. El progenitor Teódulo Sebastián Dival le había ofertado estudiar en prestigiosa universidad del extranjero, pero Roberto rechazó con raudales verbales justificativas y de plano esa posibilidad. Tenía como meta permanecer en el país, y la intención de permanencia lo impulsaba a nunca abandonar la patria a la cual se había prometido cambiar.

Antes, Roberto Sebastián Herrera se matriculó en la mejor escuela de leyes existente en el país, donde los teóricos eran inducidos tanto por el entorno, como por los movimientos revolucionarios de corte izquierdistas a las discusiones ideológicas. Intercambiaba opiniones con diversos grupos. Se introducía en las cuestiones ideológicas que formaban la actualidad, convencido del viento favorable que soplaba constante con nuevos bríos y que los cambios serían impulsados desde la izquierda no radicalizada. Con ello soñaba sin cesar. Admiraba los movimientos estudiantiles avanzados, en uno de los cuales se enroló desde su llegada a la universidad y militó hasta su salida con el título logrado como licenciado en leyes. Buscaba permanentemente el conocimiento, vivía en constante exposición de sus ideas, lo cual despectivamente su padre Teódulo Sebastián Dival llamaba "filosofar trasnochado" como un padecimiento del hijo Roberto. Hurgaba en las teorías del Marxismo-Leninismo, admiraba a Stalin pero le criticaba haber desterrado y asesinado a Trotski, estudiaba con vehemencia el sistema político Ruso instalado en la época del mejor ejecutor: Stalin, se introdujo en el sistema político chino implementado por Mao y, en su cabeza, que consideraba avanzaba acariciaba la idea en que la forma idealizada lo llevara a ver y ser parte en la instalación del mejor gobierno, ese gobierno socialista moderado, derivado del pensamiento puro y más versátil, salido como una mezcla de esas corrientes ideológicas donde se mezclaba la exquisitez con la prudencia, como un híbrido formado por una parte con los más radicales y otra que escogiera los más conservadores para juntarlos en la formación media; con la mezcla formada por los idealistas al juntarse con los pragmáticos. «La unión formada por la teoría y la praxis», decía. Buscaba las explicaciones a todos los fenómenos existentes y que se manifestaban en la naturaleza, y que con manera especial e inusual se veían a diario; identificaba los fenómenos políticos propios en todos los tiempos y a todos buscaba y daba una adaptada respuesta. Incansable aprendiz del mundo. Se auto definía conocedor de los problemas sociales del mundo actual, estudiaba los problemas del capital, daba respuesta al fenómeno de la explotación del hombre por el hombre; se consideraba conocedor del materialismo dialéctico e histórico y las teorías que buscaban la emancipación para la clase obrera por la cual juraba entregar su vida, si fuere necesario. Buceaba siempre en esos pensamientos a los cuales daba vida y forma.

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