Parte 59

3 1 0
                                    


LIX

EL SUFRIMIENTO DE MIRNA

Mirna Sebastián Herrera había sufrido, primero, sin temores a decirlo, en la fecha en que se produjo su primer encuentro con Ricardo Flete Vargas a quien nunca había visto, pero el que le hizo sentir lo jamás sentido, la puso a vivir lo nunca vivido, la llevó a saberse mujer, con solo mirarla, lo cual provocó la estratagema del señor Teódulo Sebastián Dival para enviarla de nuevo al extranjero, repatriarla, exiliarla, deportarla; luego sufrió en silencio, y arropada por la soledad impuesta por la distancia, por la lejanía planificada por su padre sin su consentimiento.

Ella, toda sensualidad, toda instruida, condiciones poco común reunirse a la vez, sabía del sufrimiento por el que pasaba Ricardo, quien también sufrió en soledad por su partida sin despedirse. Los dos habían sufrido en la distancia y llorado tanta veces..., siendo dos seres que se aman de una forma limpia y conmovedora. Ambos eran conscientes de que, a partir del encuentro marcado por el hechizo nacido y apreciado en sus miradas, hasta el tiempo presente, habían vivido el uno para el otro sin reservas, aunque no se habían entregado la castidad y pureza de sus besos, aunque no habían materializado con hechos ciertos amorosos, sus sentimientos claros que nacieron y crecían como efluvios emanados desde el interior de una fuente cristalina; ambos sentían por los hechos pasados del sufrimiento experimentado uno sobre el otro, estaban conscientes de cuanto sufrirían, y esta vez ya no separados por la distancia, sino por la diferencia social y los prejuicios propios que se destacan y distinguen en la sociedad, la cual no asimila una unión así tan desigual.

Mirna más que Ricardo, estaba segura del amor y consciente de sus actos, los cuales desafiaban una corriente del pensamiento social que era visible en su propio entorno su progenitor era figura que los difundía, y sabía que esa corriente tenía con las fuerzas suficientes para arrastrarla hacia un abismo de profundidad infinita, pero igual era su vida, a la cual jamás renunciaría. Por eso esperaba encontrar en Ricardo, el sostén para levar a feliz ejecución aquella tarea de inconmensurable valía: el amor propio y la no discriminación a la mujer. No se equivocaba, le acompañaría hasta el momento cuando inesperadamente la muerte los separara. Compartirían juntos y en la distancia el mismo dolor. Tenían certeza de todo cuanto les esperaba, pero no era tiempo para arrepentirse, para echar hacia atrás, menos con el límpido amor que se profesaban mutuamente, como prístina obstinación sentida a la par por dos almas gemelas. Habían vivido ambos, una abstinencia amorosa durante toda la vida; eran dos vírgenes que se entregaban por primera vez ella para él otro y él para ella. Ninguno había experimentado la sensación de las pasiones carnales. El destino los había reservado castos y puros para el momento en que habría de ocurrir la entrega mutua, y solo ellos bebieran el néctar divino del amor guardado por cada uno para el otro.

Mirna Sebastián Herrera olvidaba haber llegado al parque central en su lujoso automóvil, cuyo conductor se estacionó para permitirle bajar, y ella, antes de este descender del auto y el conductor se dispusiera a abrirle la puerta como era costumbre, se lanzó desesperada con largos pasos a los brazos del amado Ricardo Flete, quien la esperaba sin decir palabras y con la mirada perdida en lontananza.

El conductor esperaba con el motor encendido y el aire acondicionado a toda marcha para cuando esta terminara. Pasaron horas sin ella recordar la compañía, ni reparar su presencia, pero él aguardaba con paciencia. Ricardo por su parte, perdió de vista a sus compañeros aunque estaban a su lado y les hablaban. No recordaba que hasta el momento en que se produjo la llegada del amor tan esperado que solo Mirna le tenía reservado; cuando ella le sorprendió con un abrazo enternecedor y un beso duradero como la vida porque varias horas duró aquel beso, se encontraba esperándola junto a sus amigos inseparables Alexánder, Máximo y Mártires, quienes primero lo animaron a reaccionar y no se distanciaron del lugar, pero, sin interrumpir el idilio de los amantes solo miraban y hablaban entre sí. Olvidaría Ricardo que minutos antes, cuando ella se acercaba y sus piernas flaqueaban, había sido duramente recriminado por sus amigos, quienes llegaron a considerarlo cobarde por sus indecisiones. Enternecido con la presencia de Mirna, llegó a no acordarse que Alexánder y Mártires llegaron a arengarlos cuando él se tornaba dubitativo. De su mente había desaparecido por completo la compañía que desinteresada le daban sus amigos, a pesar de que estos no lo abandonarían, y se encontraban a pocos pasos del lugar donde estaban ellos dándose el más puro amor, observando aquel encuentro cargado de tantos misterios, del cual nunca se olvidarían.

Bodas de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora