Parte 22 LA INSISTENCIA DE TEODULO SOBRE LA SUPERIORIDAD DE MIRNA

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XXII

LA INSISTENCIA DE TEODULO  SOBRE LA SUPERIORIDAD DE MIRNA 

Teódulo recurría con cierta asiduidad al viejo y gastado discurso pronunciado en cada acto, en el cual destacaba la superioridad de su hija Mirna Sebastián Herrera, nunca entendida ni asimilada por ella. Hablaba sin parar acerca de su educación como viejo esquema para colocarla por encima, en lugar donde no alcanzan a llegar las cabezas de todos; se refería a su belleza como no hay dos, con el objeto claro para mitificarla platicaba en los círculos impenetrables del endiosamiento que merecía Mirna, nacida desde lo profundo del ser maravilloso que se encontraba en él, auto considerado como tal en su exterior inflado; se mofaba del resto social cuando los comparaba a su entorno y las actividades que desarrollaban estos a sus negocios, los teneres que poseían y sus fortunas comparadas con la suya, como mecanismo indispensable que marca la pertenencia a una clase exclusiva, en fin, hacía énfasis a todos los ardides para subirla frente a los otros, pero especialmente para considerarla inmensa mientras empequeñecía a Ricardo Flete.

Sin embargo el viejo discurso era demasiado conocido por la hija y en todo el entramado social. En ella estaba gastado para seducirla a abandonar la libertad de su elección que era inminente a Ricardo Flete, en la sociedad, porque conocían desde hacía tiempo esos delirios e inclinaciones hacia la grandeza del antes discreto Teódulo Sebastián Dival. Era preciso inventar otro mecanismo, otro discurso, implementar otras estrategias y Teódulo no aparentaba darse cuenta para rendirse.

Las viejas prácticas resultaban insuficientes además de indecorosas para domar el espíritu ya en rebeldía que exhibía Mirna Sebastián Herrera y en los círculos sociales ya no era novedad. Estas maniobras no serían suficientes para hacer cambiar a Mirna, aunque en algún momento ella diera apariencia de ceder para no mantener una disputa interminable y radical con el padre. Mirna pensaba en ello como una forma para producir un escape a la persecución del padre tanto a ella, como al pobre Ricardo quien no tenía culpa por amarla, ni poseer el atractivo que la hiciera fijarse en un hombre común aunque para ella no lo fuera. Él era la víctima por sentir amor apasionado por una mujer con encantos insuperables como ella misma se consideraba, ella la desgraciada por corresponder a ese sentimiento puro y cristalino. Reaccionó rápidamente para no dar muestra del laberinto en que se envolvía su alma, para no dar a entender lo pensado durante la pausa y prosiguió la conversación con el viejo zorro como se conocía en los corrillos a Teódulo Sebastián Dival. Volvió al asunto pendiente y le dijo, dando respuesta al asunto anterior...

—Si padre, espero que comprendas los misterios del alma —respondió Mirna con una voz suave, tratando con ese cambio en el tono de ejercer alguna influencia en su progenitor sobre la rudeza del asunto y la rigidez en su posición. Los cambios son indetenibles en el tiempo, lugar y persona.

—Pocos cambios se han escenificado en el discurrir del tiempo, en la historia. Si revisas con detenimiento te darás cuenta que se repiten los hechos y solo cambian los hombre que los ejecutan. Parece que la tierra da vueltas sobre sí misma y vuelve sobre sus propios pasos—, le dijo este.

—Cualquier amante—, le dijo ella, por impreciso que sea, no deja de ser delicioso, pienso es el caso del mozuelo con la mirada tibia al cual aborreces.

—¿Por qué lo piensas Mirna?— Preguntó Teódulo.

—Su amor me parece como el murmullo del agua cuando se desliza por el césped de manera suave y silenciosa, pues, nunca pierde la esencia por lo débil que parezca su melodía.

—¡Cómo! ¿Será cierto lo que te escucho decir?

Teódulo Sebastián Dival, incrédulo se tocaba el rostro, el tórax; se halaba el pelo gris ya escaso en su cabeza. Humedecía sus labios como para saberse sobrio. No sabía como reaccionar ante ese desborde sentimental que nunca había escuchado en su hija, menos que ese desafuero lo haya provocado aquel sin méritos llamado Ricardo Flete. ¡Es increíble! —dijo sin saber qué responder. Mientras se tocaba severamente el rostro, Mirna continuó.

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