Mirna Sebastián Herrera pensaba: "En premio a esta valentía, a este arrojo con el cual llevaré mi lucha, sola, con el arma de la palabra y la razón ante el desatino del fiero Teódulo Sebastián Dival, mi padre, que es el mismo desatino expresado con frecuencia por los hombres frente a las mujeres. 'Como él me niega la libertad, la vida misma le niega a toda mujer su dignidad basada en la igualdad'". Pensaba y se decía interiormente, "quizás estás Mirna, en el camino hacia una marcha nupcial detrás de esos galanteos vistos en solo día en cantidades infinitas y que viven en tus recuerdos".
"Esos recuerdos perennes nunca pasarán, no se dilatarán, no se confundirán ni se borrarán. Hilando estás con fibras la mansión divina de tus besos, el castillo perfecto para tu merecido amor. 'No te rindas, no dudes'. 'Ni un paso eches hacia atrás', pues el porvenir es tuyo" se respondía, como en una especie de conversación con su interior en la cual, solo ella se entendía, se hablaba y contestaba ensimismada en un éxtasis a solas. ¡Qué miseria podría devenir desde un amor tan puro a plena vista! ¿Cuáles derivaciones hostiles podrían sobrevenir de una seducción tan ardiente cuyas llamas no quemaban porque en lugar de quemar galanteaban, besaban sus oídos con tal suavidad, que se asemejaba únicamente a la música celeste cuando acariciaba suavemente.
Absorber esa armónica sinfonía, la cual besaba, cantaba y enamoraba, le imprimía una alegría jamás experimentada. ¿Qué podía perder? Ninguna hostilidad se comparaba a la dimensión de sus deseos. Nada compensaba la grandiosidad del deseo que la engrandecía al mismo tiempo en que podía abatirla y la abrumaba, pero del cual, nunca, de ninguna manera se desprendería pues era divino.
"Jamás renunciaría a los cortejos de aquel hombre, nunca cedería la tentación provocada por aquellos misterios, a los caprichos del inmisericorde Teódulo Sebastián Dival, mi progenitor, aunque sus motivos fueren válidos", se dijo Mirna Sebastián un poco compungida. Desde el primer momento se imaginaba, soñaba con la marcha nupcial camino hacia el púlpito, hacia el altar, donde la esperaría impaciente su amado bienhechor, su amor misterioso. "Lo prohibido", se decía, "ensanchaba los deseos unas veces carnales, otras espirituales, acrecentaba el interés por aquel hombre con luces luminosas e imborrables, enriquecía su atracción por Ricardo Flete. Lo que ella experimentaba, lo que sentía, no era la simple atracción manifestada en los deseos momentáneos, era la aspiración del puro amor a perpetuidad, la inspiración de un amor signado por la búsqueda incansable y que aspiraba a la eternidad, pero cuanto más rigurosa era la observación del padre, tanto más se encerraba ella en la idea que la incitaba a no rendirse ante los frenos, las mordazas y los designios impuestos por el padre Teódulo Sebastián Dival. Ambos se colocaban en los extremos y ninguno con la intención de ceder a los caprichos del otro.
Su boca se preparaba para el beso duradero y tierno; sus oídos se acomodaban al escuchar pausado y los susurros melódicos que solo se perciben en un te amo y el alma asimila, acepta con ternura; su piel se erizaba, como adelantando la percepción traída por ese amor misterioso, como presagiando la sensación divina que experimentaría al ser tocada por Ricardo Flete, adivinaba su cuerpo recorrido palmo a palmo por las caricias que únicamente podría darle Ricardo Flete hasta hacerla exaltarse y vibrar, imaginando los labios carnosos del amado recorrer sigilosamente todo su cuerpo y los cuales con prodigiosa lentitud para hacerla duradera humedecerían todas sus curvas femeninas. Su corazón se crecía, palpitaba con la fuerza con que sopla un huracán, y a la vez, con la ligereza apreciada en una flor. Se veía despidiéndose del padre desde un pórtico imaginario, despedir a la madre con esas sutilezas femeninas que solo ellas pueden comprenderlas, y asumía como un hecho inevitable despedirse desde el altar en algún momento ante todos sus familiares, en un acto derramado con gloriosos júbilos e interminables bendiciones. En un acto nupcial donde diría sin hablar, lo grandioso esperado de la unión que efectuaría para siempre con su amado Ricardo Flete.

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Bodas de Fuego
General FictionMirna Sebastián Herrara llega a Ciudad del Lago después de cursar estudios superiores en Europa. Su regreso a la ciudad, coincide con la celebración de las fiestas patronales en honor a Santa Lucía. Allí, en el parque central, se encuentra con Rica...